ARUCAS. UNA INVITACIÓN EN NEGRO Excmo. Ayuntamiento de Arucas y Destilerías Arehucas 2013 |
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Arucas celebra en 2009 el
Encuentro de autores de novela negra, con el sugerente título "Sí hay
color". Como consecuencia de ello surge la publicación "Arucas. Una
invitación en negro".
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Una estampa de Arucas
La
llama de una tarde de estío ofrenda sus últimos estertores. Vetas de algodón
zigzaguean en el etéreo espacio. La añosa montaña recorta su altiva figura
contra un cielo ambarino teñido de rubí. La pétrea cabeza del coloso, cruzada
de arrugas, luce escasos cabellos tintados de verde. Una ampulosa corona de
piedra ciñe su frente. A ella engarzan dispares miradores, fisgones y curiosos,
desde los que se divisa el aceitunado valle. La mirada conmovida de un fortuito espectador admira el largo abrazo que
la luz amarillenta de la tarde despliega sobre la tierra de la ladera. Cubre
ésta su cuerpo con un manto cromático estriado de finas arterias. Palmerales y
platanares verdean gozosos mientras las casas multiformes se arraciman en
núcleos compactos e impenetrables. Eucaliptus y laureles despliegan satisfechos
el aroma de sus hojas. Bastante lejos, allende
el dilatado mar, una goleta se balancea al compás del viento que en rápidos
soplos ondula olas de blanca cresta.
La
tarde es gris y triste. En la ciudad sopla un aire achubascado con el cielo coloreado
de añil. La umbría calle Gourié, corta y silenciosa, llora con nostalgia su
antiguo nombre de El Reloj. Envueltos por el crepúsculo mortecino de la tarde los
farolillos de pálida luz arrojan su brillo misterioso sobre las paredes
cuadradas y teñidas de las elegantes y vetustas casas. Violetas curiosas se
asoman a los atrevidos balcones, que desafían el vacío y brindan entrechocando
sus cornucopias rebosantes de elixir. A lo lejos, la torre del reloj muestra su
cuello de cisne, gentil y delicado, ante una fulgida e insinuante luna. La luz
cubre de belleza el cuerpo de la arrogante y atildada iglesia. Una ceñida coraza
plomiza y esmaltada, estriada y curtida, viste su estiloso cuerpo. Luce el
ídolo de piedra en su frente un ojo ciclópeo; un rosetón vidriado y coloreado,
adornado y calado, un caleidoscopio de luz que incuba en el interior una cálida
y radiante atmósfera. Su boca abierta, inundada de sonrisa, muestra orgullosa dos
filas de rollizos pilares, entre los que se acomoda una lengua de blanda madera. Emana de ella un odorífero
aliento a sándalo, a óleo y a perfumado bálsamo. Profusas arterias nervadas
confluyen en la bóveda de su cielo, del
que cuelga una luminosa araña. En una de las torres, las campanas cantan un acompasado
repique que anuncia el Ángelus de la tarde.
Sobre
los jardines municipales, el rayo de una chispeante y refulgente luna brilla en
el pálido y mortecino cielo. El viento aúlla en la lejanía. Un portalón,
enrejado y bruñido, cierra el paso a un mundo velado, bucólico y de fantasía,
donde el polvo de oro que flota en el aire se posa en los espíritus inundados
de paz y armonía. Una verja corrida de hierro fundido custodia el misterio,
cual Cerbero los infiernos de Dante. Una urdimbre de caminitos domeña el
insociable y hosco suelo. La casona canaria con fachada ornada de oriflama, de
volumen rectangular y techumbre a cuatro aguas, conserva los secretos de los
antiguos señores del lugar. Cuatro cipreses se yerguen enhiestos y alzan su
cuello con gallardía. De alguna charca cercana llega el áspero croar de una
solitaria rana. Al fondo, el océano y la montaña duermen envueltos en la tupida
niebla. Un canario cotilla y jactancioso toca histriónico su violín con la
perfección de un Paganini, prendido su nido de la techumbre de un solitario cenador,
donde una pareja de amantes, con ojos tiernos y húmedos, conjuga abrazo y beso
en una sola oración. El chorro cristalino de una fuente emite un ronco murmullo
y cae explosivo en el azur de una transparente alberca. Boscajes de follaje
vasto y denso, de sombra refrescante, se abrazan en un cariñoso gesto de hermandad.
El descaro brota de las ramas de florecidos barbusanos y tiles canarios,
soberbios, leales y francos, que plenos de ancianidad enlazan sus cabellos en lujuriosa
concupiscencia. Araucarias, palmas, dragos, alcanforeros, pinos y retamas lucen
ufanos, habitados de cantarines
ruiseñores. En sus huertos reinan, flamantes, lindas y empapadas de olor, la hortensia,
la dombella, el agapanto, la clivia y la flor de gofio. Las plantas trepadoras,
asidas a un muro, conversan su amor mientras que los volatineros pájaros rumian
en su buche versos de oro.
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Imágenes de la ciudad de Arucas. Calle Gourié (antigua calle El Reloj, con la iglesia al fondo). Abajo una instantánea del interior de la iglesia. |
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A G R A D E C I M I E N T O
Mi afectuosa gratitud a Carla por el obsequio de este libro, su amable y cariñosa dedicatoria, y por la satisfacción que me ha producido su lectura.
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