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Cuando
actualmente la gente habla de James M. Cain, tiende a hacerlo en un tono
reverencial. Cain, cuyas obras se consideran clásicos, se ha ganado un lugar entre
la trilogía de los dioses de la novela negra hard-boiled. Los otros dos que
componen este cuadro son, como usted ya puede suponer, Dashiell Hammett y
Raymond Chandler. Que James
M. Cain es uno de los más grandes y controvertidos escritores de novela negra
es un hecho incuestionable, lo que no se si sabe es que la narrativa de
Cain es una delicia literaria para paladares exquisitos. Sus libros forman
parte del material didáctico de las más prestigiosas universidades y son
ingentes las disertaciones que se
realizan sobre ellos.
Sin
embargo, allá por los difíciles años 30 del pasado siglo, cuando Cain comenzó a
publicar sus descarnados relatos, e incluso en los posteriores años 50 y 60, la
opinión popular no lo veía así. Para ellos era un aficionado, un escritor que hurgaba
en el pecado y en el escándalo, un morboso provocador que cultivaba una
literatura barriobajera. Cain fue denostado por la crítica, maltratado
durante mucho tiempo por ella y, lo que es peor, por otros escritores, quienes
veían en él a un vulgar y sensacionalista escritor de folletines, y además
–siempre detrás del éxito se esconde una buena dosis de envidia- porque tenía renombre.
Sin ir más lejos, su colega Raymond Chandler, dijo de él “Es todo lo que
detesto en un escritor...”
Los
relatos de James Mallahan Cain han vendido millones de copias y han sido
traducidos a dieciocho o diecinueve idiomas. Todo lo cual lleva a demostrar
lo poco que cuentan las opiniones de los críticos cuando la historia que se
relata es realmente buena, la forma de contarla es aún mejor y se tiene a los
lectores en la palma de la mano. Y en el caso de Cain se cumplen todas estas
premisas.
Pero
sería un grave error ignorar por completo la forma en que la crítica
especializada recibió la literatura de Cain y el modo en que aquella contribuyó
a su humillación. El hecho irrefutable es que Cain era un escritor marcadamente
escandaloso, y “dañino” -si se me permite la expresión- para la gente de a pie. Sus
obras socavaron el orden social de su época. Él llevó a un primer plano de
la ficción popular temas que no eran material adecuado en una conversación
educada de ese entonces (algunos todavía no lo son incluso hoy). Temas como el adulterio, el incesto, el deseo,
la lujuria, la desesperación, la codicia, el engaño y la violencia soterrada; ideas
que colocan al ser humano entre las cuerdas de la vida, y que Cain maneja con
mano maestra y con un humor gris indubitable. Sus obras relatan tan
brutales asesinatos y de forma tan visceral, que incluso leerlos hoy en día produce
estremecimiento. Sus libros, como no podía esperarse otra cosa de una
sociedad reaccionaria en exceso, fueron prohibidos. ¿Es de extrañar que,
en estas circunstancias, su obra atrajera a los lectores, o que sus cuentos los
mantuvieran sin aliento hasta el instante de abordar la última página?
Suponemos que la respuesta es no, sin embargo, es de justicia hacer notar que a
diferencia de un sensacionalismo
superficial y veleidoso, Cain utilizó este material impactante para trabajar al
servicio de unos objetivos mayores. Él nos muestra la vida como la vivió, el idioma que se hablaba en las calles en ese
entonces; las quimeras, las aspiraciones y las debilidades de la gente corriente
en situaciones extremas; la huella que deja en el alma humana toda
situación de crisis y la capacidad del individuo para renunciar a su humanidad
bajo coacción.
Los agonistas de sus relatos son como aquellos
héroes griegos que caminaban con los ojos abiertos hacia la calamidad. Una y
otra vez, la vida frustra sus deseos. Es la vida la que niega y cancela, pero
sobre todo, nos susurra Cain, los personajes son ellos mismos, inmodificables,
y están condenados a ser prisioneros de su propio sino. Esos paladines del destino destilan un halo
de angustia, de zozobra, y tienen motivos para hacerlo. Cuando lea sus
libros, lo comprenderá, y ¡cuidado!, no es de extrañar que usted también caiga
en los brazos de esa perturbación. ¿Quiere
saber lo que se siente cuando un personaje se ve atrapado en un matrimonio sin
amor, lo que es un afán desesperado por evadirse de una situación atosigante?
¿En qué consiste la lucha por progresar y lo que es agarrarse desesperadamente
a un clavo ardiendo, aunque ésta salida sea inhumana y repulsiva? Lea “El cartero siempre llama dos veces”, -le
aseguro que es una novela extraordinaria-, un relato que sigue siendo
hoy una de las cumbres espeluznantes del género negro. Su argumento provoca
pasiones desbordantes, codicia compulsiva, mentiras ilimitadas y esconde un
destino infranqueable; todo el material que le ha permitido a Cain pervivir
como uno de los referentes de una literatura -la novela negra- que resiste como
pocas el paso del tiempo.
Cain no fue un escritor de novela negra al uso.
En sus escritos no encontrará usted al clásico detective hard-boiled tan
familiar en la obra de Hammet o Chandler. Aquí no hay lugar para los Spades o
Marlowe. «Ignoro qué define esa descripción. “Duro”, “hard-boiled”... Intento
escribir como habla la gente. Esa fue una de las primeras discusiones que tuve
con mi padre. Éste era un maníaco de cómo se “supone” que la gente debería
hablar, no de cómo realmente habla. Como novelista, incluso de niño diría, yo
ya me sentía fascinado por el modo en que la gente se expresaba» Los libros de Cain son grandes. Como
consecuencia de ello y a diferencia de la obra de otros muchos contemporáneos
que desde entonces han sido olvidados, sus narraciones han obtenido la aquiescencia
del gran público, -de los lectores ordinarios, de los críticos, de otros
escritores, en definitiva, de todo aquél que se tropieza con ellos- y aún hoy
siguen atrayendo al lector. En los días de Cain, la reacción popular era a
veces de asco y repugnancia, pero, era una reacción, su literatura no dejaba
indiferente a nadie. En todo caso, podemos concluir que ante su obra el Cielo
quizás perdiera un alma pura y la novela negra ganara un gran escritor. Lo que
es seguro que no le era ajeno al Sr. Cain en todo caso, a juzgar por sus
novelas, era el Purgatorio.
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