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viernes, 31 de julio de 2015

HIPOTERMIA. (Arnaldur Indridason)

HIPOTERMIA (Hardskafi)
Arnaldur Indridason
TRADUCCIÓN: Enrique Bernárdez
RBA, Febrero 2015
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En Islandia, los casos fríos son, de hecho, muy fríos. Y para ello –o vaya usted a saber si por ello- los detectives nórdicos tienen un aire alicaído. Pero hasta para Erlendur Sveinsson, detective de alto nivel adjunto a la comisaría de Reykjavik, cuyo carácter es, por naturaleza, estático, solitario y silencioso, la vida está empezando a aclararse. Su dieta alimenticia a base de rebanadas de pan con mantequilla y cecina ha sido reemplazada por un sabroso cordero ahumado; sus hijos siguen siendo adictos a las drogas, pero su hijo, por su lado, acude regularmente a reuniones de Alcohólicos Anónimos y su hija ha empezado a desintoxicarse por sus propios medios. Sin embargo un suicidio desconcertante en un hermoso entorno lacustre le devuelve profundamente a la realidad, y le hace retomar la pérdida, ocurrida en su infancia, de su hermano menor arrastrado por una tormenta de nieve.

«Hipotermia» es una historia descarozada hasta los huesos. Una joven mujer, María, se suicida en su casa de vacaciones a orillas del lago Thingvellir. 30 años atrás su padre –Magnus- cayó de su barca de pesca y se ahogó en las mismas aguas.

  • «Se ahogó cerca de la casa de verano de Thingvellir. Cayó al agua desde una barquita. Hacía mucho frío, él era fumador y sedentario y... se ahogó».

Desde entonces, María se siente muy cercana a su madre, Leonora, conviviendo ambas en el domicilio de esta última, incluso después de graduarse en Historia en la Universidad y contraer matrimonio con un médico –Baldvin-, quien también se traslada a vivir con las mujeres a la misma casa. Leonora fallece de cáncer dos años antes de que esta historia eche a andar, tiempo durante el cual María renuncia a su trabajo para permanecer constantemente a su lado y ofrecerle sus cuidados. Todo el mundo asume que el suicidio de María es debido al trauma sufrido por la pérdida inconsolable de su madre.

Aunque Sveinsson mantiene sus reservas respecto al suicidio, se siente irresistiblemente atraído por situaciones cercanas a las desapariciones de personas. En Islandia, debido al clima y la orografía salvaje de la isla, éste es un acontecimiento muy frecuente. De hecho, cuando este caso se presenta, él ya se encuentra inmerso en la búsqueda de tres jóvenes que desaparecieron tiempo atrás, de repente y de forma inexplicable. Es un hecho contrastado que los miembros de las familias afectadas tienden a ponerse en contacto con la policía en los aniversarios de las pérdidas para averiguar si hay noticias nuevas, y Erlendur observa con impotencia, como el tiempo les va pasando factura, como se vuelven cada vez más débiles y como finalmente la muerte termina por arrebatarlos a la vida. Sveinsson es un personaje que vive su propio pasado, un pasado marcado por un evento traumático ocurrido cuando tenía 10 años de edad. Él y su hermano menor –de 8 años por esos entonces- estaban fuera de casa, en la ladera de una montaña, cuando una tormenta de nieve los arrasó y su hermano acabó perdido. Tal vez debido a la determinación de su hija -Eva Lind- de que sus padres logren arreglar sus desavenencias, o quizás debido a las investigaciones en las que se encuentra inmerso, Erlendur da a leer a Eva Lind un libro que describe los momentos en los que él y su hermano se perdieron y reflexiona sobre la memoria de tales sucesos y la huella que la publicación del libro dejó en su madre.

Apoyándose en una profunda y cuidada reflexión sobre todos estos acontecimientos, Erlendur visita a los amigos y parientes de María, la joven historiadora muerta. Se vuelve más interesado en el accidente en el que su padre se ahogó, y excava en los detalles de la vieja investigación policial, que parece haber sido llevada a cabo en su día de una manera más bien superficial.

«Hipotermia» es una meticulosa introspección sobre el pasado y el presente, una aproximación a la relación entre la realidad y lo sobrenatural. La mujer muerta –María- tenía una curiosidad malsana por el más allá y los medios de consultoría, y se preguntaba constantemente si las experiencias cercanas a la muerte reportadas desde la mesa de operaciones no serían capaces de demostrar la viabilidad de otra existencia.

Es difícil expresar con palabras la tristeza y la profundidad que yacen  ocultas en las páginas de “Hipotermia”. La trama del libro es de todo punto sólida, siendo, en apariencia, la simple historia de un hombre dándole vueltas continuamente a un tema recurrente. Sin embargo en el fondo hay tantas estampas referentes al pasado, a la emoción y los estados de ánimo, a las diferentes formas de ver la muerte, a las desapariciones y las pérdidas, a la descripción de las formas de vida en esta isla desolada, a los interludios monográficos del mágico paisaje islandés que, aunque la novela adolece de la acción, los crímenes sofisticados y bien planificados, los malos malísimos, la sanguinaria violencia y, en general, el ritmo trepidante de las novelas negras de otras nacionalidades es confortable seguir al inspector Sveinsson en el curso de sus investigaciones donde a menudo no hay culpables, o al menos culpables a los que se les pueda inculpar.

No hay dramatismo en esta historia, no hay emocionantes insospechadas o momentos de intensidad fuera de lo corriente. El libro no es más –ni menos- que una obra rica, reflexiva, madura y convincente, que combina la agudeza psicológica con una gran economía estilística y un ritmo en todo momento moderado. 
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sábado, 25 de julio de 2015

BIBLIOGRAFÍA: RAYMOND CHANDLER

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RAYMOND CHANDLER
(NOVELAS)


EL SUEÑO ETERNO (1939)
EL SUEÑO ETERNO supuso la fulgente irrupción de Raymond Chandler en el mundillo de la novela negra. Tomando como modelo, en muchos aspectos, la narrativa de Dashiell Hammett, esencialmente en lo referente a la disposición y estructura de esta clase de relatos como reflejo y crítica de la sociedad, más allá de la propuesta del misterio a resolver, Chandler exploró con su detective Philip Marlowe, -personaje dotado de inconfundible sentido irónico-, una de las vetas más ricas del género.
El general Sternwood contrata al detective Philip Marlowe bajo la encomienda que le libre del intento de chantaje que sufre por parte de un tal Geiger, que utiliza para ello las supuestas deudas de juego de su hija menor, Carmen. La hija mayor del general –Vivien-, a su vez, parece más interesada en averiguar el grado de interés del detective en Rusty Regan, su ex marido, que se ha fugado con la esposa de un gánster local. Cuando Geiger muere tiroteado en su apartamento, Carmen está presente, desnuda y drogada, y para entonces el detective ya es consciente que la investigación no ha hecho más que empezar.
TÍTULO ORIGINAL: The Big Sleep

ADIÓS MUÑECA (1940)
Considerada por algunos críticos como la mejor novela de Raymond Chandler, la exploración sobre la problemática de la corrupción que significa ADIÓS, MUÑECA supuso en su momento un paso más en la personal reflexión de Chandler sobre las normas del género negro. Si en EL SUEÑO ETERNO era un caso de chantaje el que servía de preludio para la posterior actuación de Philip Marlowe, en ADIÓS MUÑECA será la búsqueda de su «pequeña Velma», aquella que emprende el peculiar gigante Moose Malloy, la que provoque un siniestro viaje que deja al descubierto los resortes del poder en una ciudad en la que "las leyes se hacen para los que pagan".
Todo se inicia el caluroso jueves 30 de marzo, cuando Philip Marlowe se halla en la Central Avenue tratando de localizar a Dimitrios Aleidis, un peluquero que abandonó a su esposa por motivos inconfesables. Desde la puerta de la peluquería ve a un hombretón de llamativa vestimenta y de casi dos metros -Moose Malloy- cuando este irrumpe en un club nocturno llamado Florian en busca a su ex novia Velma Valento. El club ha cambiado de propietarios, así que la búsqueda de Velma se antoja complicada. Malloy no pierde el tiempo y acaba matando al dueño negro del club a la vez que escapa. El caso de asesinato se le asigna al teniente Nulty, un vago sin motivación que no tiene ningún interés en el asesinato de un hombre negro. Marlowe informa a Nulty, pero éste prefiere dejar que sea Marlowe quien se haga cargo del «trabajo rutinario».
TÍTULO ORIGINAL: Farewell, My Lovelly

LA VENTANA ALTA (1942)
Una moneda de enorme valor desparece misteriosamente y Philip Marlowe, un detective que se desenvuelve a la perfección bajo las luces de neón de las grandes ciudades, se implica en el caso. Las apariencias engañan y lo que pasa por ser un asunto pueril degenera en un enredo del que cuelgan violencia y, por supuesto, amor al dinero.
Mrs. Murdock contrata a Marlowe para que encuentre el «Brasher Doubloon» –una moneda antigua de incalculable valor-. Su nuera, Linda Conquest, se la ha apropiado y Mrs. Murdock ambiciona el divorcio de su hijo –Leslie-; eso sí, sin negociación posible. A partir de aquí se desarrolla toda una compleja trama. Una urdimbre en la que Merle Davis, la secretaria personal de Mrs. Murdock, tímida y con cierta neurosis sexual -hasta el punto de odiar a los hombres- ayuda a Marlowe concediéndole ciertas pistas, como los nombres de algunos amigos de Linda Conquest.
LA VENTANA ALTA es un retrato en blanco y negro de una sociedad regida por pasiones inconfesables que se manifiestan con desvergonzada naturalidad.
TÍTULO ORIGINAL: The High Window

LA DAMA DEL LAGO (1943)
LA DAMA DEL LAGO fue una de las obras más dilatadamente incubadas por su autor, así como una de las que cosechó mayor éxito de público. Situada temporalmente durante la Segunda Guerra Mundial, la acción, que desencadena la desaparición de una mujer, se desarrolla a caballo entre Los Ángeles y las montañas próximas a la ciudad. A diferencia de lo que ocurre en otras novelas de Chandler, como EL SUEÑO ETERNO o ADIÓS, MUÑECA, en esta ocasión Marlowe no se ve mezclado con personajes adinerados, mujeres imponentes o individuos de ocupaciones sospechosas, sino con personajes corrientes como la vida misma, cuya condición, sin embargo, no los dispensa de la sujeción a las pasiones, la corrupción y el crimen.
Derace Kingsley, un industrial del mundillo de los perfumes, contrata a Philip Marlowe para que indague la desaparición de su esposa, una mujer veleidosa, con tendencia a meterse en líos y a la que el marido no ha vuelto a ver desde hace un mes. La última noticia suya la tuvo a través de una nota en la que le decía que cruzaba la frontera para pedir el divorcio en México y así poder casarse con Lavery, un faldero con el que estaba liada.
La aparición de una mujer ahogada en un lago sirve para completar un cuadro tenebroso y siniestro, que actúa como detonante de una rigurosa investigación que nos transporta de Los Ángeles a Bay City y en la que nos damos de frente con toda clase de personajes misteriosos, con varias muertes, relaciones extramatrimoniales y hasta con suplantaciones de identidad.
TÍTULO ORIGINAL: Lady in the Lake

LA HERMANA PEQUEÑA (1949)
«Era una muchachita menuda, pulcra, de aspecto bastante relamido, con pelo castaño liso y muy repeinado [...]. No llevaba maquillaje, ni pintura de labios ni joyas. Las gafas sin montura le daban un aire de bibliotecaria.» Ésta es Orfamay Quest, LA HERMANA PEQUEÑA quien involucra a Philip Marlowe en uno de los casos más complicados de su carrera. Publicada en 1949 la novela es esperada con expectación desde que seis años atrás apareciera LA DAMA DEL LAGO, y refleja en parte el glamour y las miserias de un Hollywood que Raymond Chandler había tenido ocasión de conocer con motivo de su acceso al mundo del cine. La acción trepidante en que se ve envuelto el detective se ve matizada aquí por un Marlowe más crepuscular, con el que Chandler perseveró en su empeño de dar plena dimensión literaria al género negro.
La historia comienza cuando Orfamy Quest telefonea al detective privado Philip Marlowe y luego accede a su oficina en un encuentro casual. Orfamy Quest ha llegado a Los Ángeles con el único objetivo de encontrar a su hermano mayor, Orrin. Orrin acaba de llegar de la cercana ciudad de Bay City -ciudad ficticia que aparece en varias novelas de Chandler- donde trabajó como ingeniero en Cal-Western Aircraft Company. En los últimos meses había dejado de escribirle a su hermana menor y también a su madre. Orfamy describe a Marlowe su preocupación y le pide que encuentre el paradero de su hermano con las pocas pistas que posee. El caso es un misterio que recoge salpimentado de asesinatos.
TÍTULO ORIGINAL: The Little Sister

EL LARGO ADIÓS (1953)
Philp Marlowe no solo encarna aquí, una vez más, la honradez y la rectitud que, por raras, lindan con la extravagancia, sino que a lo largo del libro, tanto él como el resto de los personajes que se imbrican en la acción, están matizados con una sensibilidad que hace que la novela trascienda de forma indudable de las convenciones del género.
La novela gira en torno a la amistad que Philip Marlowe mantiene con un peculiar personaje, Terry Lennox, al que una madrugada ayuda a salir del país hacia México para descubrir a la mañana siguiente que es sospechoso del asesinato de su esposa y que las consecuencias de este acto pueden llevarle a ser acusado de complicidad. El suicidio de Lennox en Otatoclán y su carta de confesión, sumados a la influencia del padre de la asesinada, el millonario Harlan Potter (interesado en echar tierra sobre el escándalo), cierran el caso. A pesar de las presiones adversas de un gángster amigo del difunto, el detective sigue indagando. Dicha investigación se verá mezclada con otro caso para el que Marlowe es contratado: la localización de un escritor desaparecido, Roger Wade, al que andan buscando tanto su mujer Eileen como su editor, Howard Spencer. Cuanto más avanza en su investigación, mayores son las sombras que Marlowe encuentra en el pasado de su amigo, Terry Lennox.
TÍTULO ORIGINAL: The Long Goodbye

PLAYBACK (1958)
PLAYBACK constituye la última puesta en escena del irreemplazable Philip Marlowe. Contratado por un abogado para seguir a una chica absuelta del cargo de asesinato de su marido alcohólico, el detective se ve envuelto en una trama de chantajes y crímenes frente a la cual reacciona obedeciendo a sus inalienables convicciones morales. PLAYBACK es una novela de madurez, llena de vitalidad y humor, donde Raymond Chandler traza, no obstante, el dibujo de un Marlowe más distendido y ya de vuelta, que asiste al teatro de las pasiones humanas con un espíritu más ligero, en el que el pesar y la acritud dejan espacio al distanciamiento irónico y a la indulgencia.
TÍTULO ORIGINAL: Playback
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miércoles, 22 de julio de 2015

LA LLAVE DE CRISTAL. (Dashiell Hammett)

LA LLAVE DE CRISTAL (The Glass Key)
Dashiell Hammett)
TRADUCCIÓN: Luis murillo Fort
RBA EDITORES, Junio 2015
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Ned Beaumond no es un detective privado; al menos, no como los hemos conocido hasta ahora. Ned Beaumond es un «parásito político», un inveterado fumador, un jugador compulsivo y un avezado bebedor de whisky de centeno. Es un aventurero que posee una enfermiza debilidad por el dinero y las mujeres. A su vez es alto, de planta erecta, delgado, con ojos oscuros y diáfanos y luce un probado bigote. A todo esto hay que añadir que es un obseso del honor personal; más de un bromista ha sugerido que él es, en muchos sentidos, el mismísimo Hammett y, probablemente, no anden completamente desencaminados quienes así piensen.

Puede que no sea muy lúcido, pero Beaumont, sin duda, comparte más de uno de los atributos de los demás héroes de Hammett (y del mismísimo Hammett en persona), entre ellos y quizás el más importante, un sentido estricto de la lealtad. Así como el «Agente de la Continental» está sometido a las disposiciones de la Agencia de Detectives en la que trabaja, y Sam Spade no duda en vengar la muerte de su compañero Miles Archer (a pesar de que no le guardaba mucha simpatía), también Beaumond es capaz de arriesgar su propio cuello en nombre de la amistad. Para exculpar a su amigo Paul Madvig -un político corrupto- de un cargo de asesinato, Ned llega al extremo de tomarse la justicia por su mano. En el trasfondo de la novela subyace una rica reflexión sobre la subsistencia de la amistad en el inframundo del hampa.

Es año de elecciones en una ciudad cualquiera estadounidense geográficamente cercana a Nueva York, y algunos pueden perderlo todo, incluso la vida. Cuando el poder, los intereses personales y el dinero entran en juego no tarda en aflorar el lado más oscuro del ser humano. Una noche cualquiera de un día cualquiera, en fecha no muy anterior a los comicios electorales, poco antes de las diez y media, Ned Beaumont encuentra en China Street, sin proponérselo, el cuerpo sin vida de Taylor Henry, de veintiséis años, hijo del senador Ralph Bancroft Henry. El senador es un hombre sin escrúpulos al que únicamente le interesa hacerse con las elecciones:

  • —Afortunadamente— prosiguió Beaumont—, el senador no nos dará mucho que hacer. No se preocupa por nada, ni aun por usted ni por el hijo muerto; lo único que le interesa es ser reelegido, y sabe que sin Paul no lo conseguirá.

La muerte de Taylor se debió –según posteriores investigaciones forenses- a la fractura de cráneo y la conmoción cerebral resultantes del impacto de su nuca con el canto del bordillo de la acera, tras haber sido golpeado en la frente con una porra u otro instrumento romo. Paul Madvin, de cuarenta y cinco años, alto como Beaumont pero con unos veinte kilos más, de facciones marcadas y cutis rubicundo, apoya al senador Henry en las elecciones, y desea casarse con su hija Janet, motivo por el que se cuestiona cómo frustrar la investigación que el fiscal pretende seguir. Beaumont, por el contrario, quiere «hundir» al senador Henry, a quien considera un político corrupto.

Beaumont acude a la ciudad de Nueva York con poderes de la fiscalía de Baltimore para arrestar a Bernie Despain -un fullero estafador, presunto responsable de la muerte de Taylor Henry-, y al tiempo cobrar una deuda de juego que asciende a 3.200 dólares que Despain mantiene con él. Mientras sus investigaciones en Nueva York  transcurren por la vía de las borracheras y las peleas, alguien envía una carta al fiscal del distrito de la ciudad y condado y al propio Beaumond, dando a entender que Madvig  es el asesino. Las sospechas de Baumond se centran en la hija del propio Madvig –Opal-, que era novia de Taylor Henry en vida.

La base política de Madvig comienza a fragmentarse cuando se niega a soltar a uno de sus seguidores –Tim Ivans-, quien descansa en una celda de la cárcel municipal, detenido y sin fianza, a la espera de ser juzgado por homicidio tras arrollar «accidentalmente» a Norman West ocasionándole la muerte. El hermano de Tim Ivans -Walt- acude al jefe de la mafia local, Shad O'Rory, con la solicitud de que elimine a Francis –a su vez hermano de Norman y testigo del homicidio de Tim-. Beaumont tiene conocimiento del asesinato de Francis West a su regreso de Nueva York, mientras lee un periódico en un taxi que lo conduce de la estación a Randall Avenue. Madvig declara la guerra a O'Rory –decide aplicarle lo que él llama «el tratamiento del torpedo»-, mientras O´Rory le ofrece 10.000 dólares a Beaumont para que acuda al periódico local –el «Observer»- y les ponga al tanto de todas las trapisondas en las que se encuentra metido Madving. Beaumont se niega y se despierta en cautiverio en una habitación lúgubre, donde es golpeado continuamente, dando lugar a algunas de las escenas más inhumanas de la narración.

Hammett consideró «La llave de cristal» su mejor libro, y, más tarde, Ross Macdonald coincidió en la misma opinión. Hammett posee una manera de narrar que tiene mucho en común con el cine, donde los capítulos se suceden como si de diferentes fotogramas cinematográficos se tratase y donde solo conocemos aquello que tiene que ver con la acción principal, aquello que al escritor le interesa que sepamos, suprimiéndose cualquier preámbulo y todo análisis que pueda llevarnos a juzgar antes de tiempo tanto a los personajes como a la situación descrita.

Las páginas de «La llave de cristal» nos transportan al mundo que cohabita detrás de la realidad; un mundo en el que la violencia es la llave perfecta para llegar al poder, allí donde la corrupción está presente en cada estamento de la sociedad; un mundo en el que la dignidad humana se pisotea de forma continua. Un universo que está a caballo entre el honor personal y la corrupción, entre la oportunidad y la fatalidad, y todo ello a pesar de que nos tropecemos con la figura de un detective con un código de valores muy personal que sabe cuál es el lugar que ocupa en este cosmos, y con personas cuyo deseo es despertar del sueño americano.

«La llave de cristal» tematiza la pérdida de suerte, al igual que algunas novelas posteriores a la Gran Depresión, tales como «El cartero siempre llama dos veces» (1934), de James M. Cain, y «Acaso no matan a los caballos? (1935), de Horace McCoy. En este universo, la supervivencia puede estar influenciada por la razón y la capacidad, pero es sobre todo resultado de la suerte: «El problema es perder, perder y perder. ¿Lo entiendes Paul? Es superior a mí. Y luego cuando ya pensaba que había dejado atrás el gafe, va ese granuja y me la juega», comenta Beaumont. Corren tiempos difíciles en lo económico, tiempos que han reducido a los hombres a lo más esencial. Y cuando la suerte, por mera casualidad, detiene la vista en una persona, su mutación se hace notoria: «Al bajar del tren que lo había llevado de vuelta de Nueva York, Ned Beaumont era un hombre alto, de porte erguido y ojos diáfanos. Solo sus pectorales planos podían ser indicio de alguna debilidad constitucional. Tanto de color como de rasgos, su cara se veía saludable. Su zancada era larga y elástica.»

«La llave de cristal» fue publicada por Hammett, en cuatro entregas en la revista Black Mask, entre marzo y julio de 1930, poco después del éxito obtenido con «El halcón maltés», y fue recibida sin excesivo entusiasmo por parte de la crítica. Sin embargo hoy, está considerada como su mejor obra. La acción, movida por la crueldad, la fuerza bruta y el instinto criminal, es en extremo violenta; sin embargo, los comportamientos desinteresados y los sentimientos nobles, aunque apenas presentidos, están latentes a lo largo de todo el relato. Bajo la crudeza y el sarcasmo exteriores, el sutil arte narrativo de Hammett consigue devolver toda su complejidad y ambigüedad a las motivaciones y caracteres humanos. La esperanza no se ha perdido del todo...
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sábado, 18 de julio de 2015

GRABADO CON SANGRE

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Cadáver del mafioso Gaspar Candella, hallado en un campo de Brooklyn (1918)
http://blogs.20minutos.es/trasdos/2012/04/26/el-archivo-de-la-sangre-fotos-policiales-nueva-york/
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Una visita a los archivos fotográficos del
 «Departamento de Policía de Nueva York»

El «Departamento de Policía de Nueva York» (NYPD) ha fotografiado escenas de crímenes casi desde que la tecnología estuvo disponible. 30.000 de estas imágenes, fechadas entre 1914 y 1975, se han digitalizado ahora -al igual que hiciera la ciudad de Los Ángeles en 2001- haciéndolas visibles al público. Estas 30.000 imágenes forman parte de un archivo más amplio, de 870.000 placas que, en 2012, el «Departamento de Archivos y Servicios de Información de la Ciudad de Nueva York» liberó en una base de datos «online» para libre acceso al gran público. En estas imágenes, tomadas por funcionarios de la administración entre 1850 y 1980, se dibuja la historia oculta de la ciudad. Fue en Nueva York donde la fotografía degeneró en un arte, gracias a la labor de gente como Alfred Stieglitz y Paul Strand.  Es por ello que se nos hace muy difícil apartar los ojos de estos grabados. No estamos ante fotografías famosas ni conocidas.  Más bien ocurre todo lo contrario, en su mayoría se trata de imágenes tomadas por funcionarios municipales anónimos, cuyo único objetivo fue dejar constancia de la existencia de cada uno de los edificios de la ciudad, del proceso de construcción de sus infraestructuras o incluso, embelesados por un momentáneo ardor idílico, de la simple belleza del «skyline» a través de una ventana desde lo alto de un puente. Sin embargo, pese a no estar tocados por esa fingida virtud llamada fama, los autores de las imágenes demuestran que el mundo estuvo y está lleno de grandes talentos cuyos nombres nunca se conocerán. Entre ellos se encuentran muchos de los detectives del Departamento de Policía de Nueva York, Departamento que puede presumir de tener la mayor colección de imágenes de crímenes y criminales del mundo anglosajón. Los amantes del género más morboso tienen ahora a su disposición, a través de la tecnología «online», cientos de imágenes de casos anónimos sin resolver donde la escena del crimen y sus víctimas son los protagonistas.

Sin embargo, el trabajo de los fotógrafos policiales es reseñado muy por encima por los catalogadores del «Departamento de Archivos y Servicios de Información de la Ciudad de Nueva York» o, sin más, directamente ninguneado. Como mucho, se mencionan las características siniestras de la danza de la muerte que protagoniza el asesino con la sangre y las escopetas, las navajas, los revólveres, los martillos y todo tipo de armas de ataque empleadas como instrumentos para sus crímenes.

Es verdaderamente injusto. Estamos, pese a quien pese, ante un ejemplo muy notable de fotografía periodística y artística. Dice mucho del oficio fotográfico-periodístico y su presunción que todas estas obras hayan sido realizadas por agentes de policía que no han pasado del anonimato, que no ejercieron el derecho a firmar su trabajo o, en todo caso, lo ejercieron de modo sigiloso. Ninguno de sus subjetivos trabajos parece gustar demasiado a los archiveros. Tampoco a los periodistas. Por desgracia hemos olvidado que somos lo que hacemos, sobre todo cuando lo hacemos bien.
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jueves, 16 de julio de 2015

IRÈNE. (Pierre Lemaitre)

IRÈNE (Travail soigné)
Pierre Lemaitre
TRADUCCIÓN: Juan Carlos Durán Romero
ALFAGUARA, 2015
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Pierre Lemaitre comienza con «Irène» su periplo por el mundo  de la novela negra. «Irène» –originalmente bautizada como “Travail soigné”- es una historia de violencias; una mezcla alquímica de intensidades, policías y pérdidas; una novela homenaje; un libro que solo es capaz de concebir un amante de la ficción criminal que posee la facultad de ser un gran escritor. Una obra que no deja frío, que divierte y hace sufrir a la vez. Lemaitre hace su entrada en lo que podría llamarse el «género negro intelectual», con una frase aparentemente desechable -atribuida a Roland Barthes- que reza: “El escritor es una persona que encadena citas quitando las comillas”. Aisladas en una página en blanco al comienzo de la narración, estas palabras flotan inocentemente en la mente del lector. Pero al final de la novela pesan una tonelada. Ellas proporcionan la clave para interpretar el esquema articulado por el escritor; un esquema, basado en unos crímenes encadenados inspirados en novelas de éxito, que sirve al asesino para recrear el «¡crimen más hermoso!»:

  • «La perfección de mi obra es haber escrito, por adelantado, el libro del crimen más hermoso... tras haber cometido los crímenes de los libros más hermosos.» 

Pierre Lemaitre, enseñante de comunicación, considera su trabajo como un permanente «ejercicio de admiración por la literatura». Lemaitre se incorporó tarde a las letras, y lo hizo con esta novela, «Irène», en la que rinde homenaje a sus grandes maestros –Dumas, Balzac, Valéry, Claudel, Victor Hugo...- «Irène» marca, asimismo, el comienzo de su «aventura» policial. La puesta en escena sorprende hasta en el más mínimo detalle. Es una historia que transita por un itinerario difícil con una escritura agradable, inteligente y rica en matices. Es una obra que disecciona personajes y situaciones manteniendo un ritmo álgido, y que enfrenta a Camille Verhoeven, un «comandante de bolsillo» de la brigada de homicidios de la policía de París, con un bizarro asesino en serie provisto de una agenda literaria en la que figuran varias novelas clásicas. El suspense está presente hasta en las últimas frases y la apuesta literaria es radical y valiente.

«Irène» fue publicada en 2006, cuando el escritor contaba 56 años, y de inmediato lo catapultó a las primeras filas de la escritura criminal francesa. Su segunda novela –Alex-, un relato de venganza salvaje, ganó el importante CWA Dagger concedido por The Crime Writers’ Association. Todos estos galardones le llegaron a Lemaitre desde el género negro, desde la marginalidad a la que esta familia literaria se ha visto y se ve arrinconada, incluso en la Francia de las grandes oportunidades. Y para muestra, remítanse a aquellos recelosos que cambiaron el semblante y pusieron al descubierto su mejor sonrisa burlona cuando Lemaitre ganó el Premio Goncourt por “Nos vemos allá arriba”.

«Irène» pasa, sin solución de continuidad, de un comienzo trepidante a una conclusión asombrosa. Las primeras imágenes del escenario del crimen, ubicado en un taller reconvertido en vivienda sito en un baldío industrial de la periferia de París, son extraordinarias por la conjugación de los elementos que conforman el cuadro. Sadismo, violencia, crueldad, todo un cortejo de mujeres maltratadas y asesinatos sangrientos.

Dos mujeres han sido ejecutadas y “fileteadas” con tal ferocidad que los especialistas forenses presentes en el lugar de los hechos, endurecidos en mil batallas, tienen que abandonar su puesto y vomitar hasta las tripas. Cuando Verhoeben se persona allí, se da de frente con un espectáculo que la peor de sus pesadillas hubiese sido incapaz de inventar: dedos arrancados, charcos de sangre coagulada, un insoportable olor a excrementos, sangre seca y entrañas vacías. En el suelo yacen los restos de un cuerpo destripado y decapitado, cuyas costillas rotas atraviesan la bolsa del estómago. Y a su lado un seno cubierto de detritos -que ocultan  innumerables marcas de mordedura- da fe de que el cuerpo pertenecía a una mujer. Justo enfrente, sobre la cómoda, se encuentra una cabeza con los ojos quemados. La cabeza de la segunda víctima ha sido clavada en la pared por las mejillas. Han utilizado la sangre todavía líquida del estómago de uno de los cuerpos para escribir, con chorreantes letras rojas encima del revestimiento de falsa piel de vaca del cuarto de estar, las palabras «HE VUELTO». La marca sangrienta ha sido realizada con un ramillete de dedos cortados. Verhoeben necesita varios minutos para recuperarse de la impresión. Le es imposible pensar mientras permanece en este escenario, porque todo lo que ve es un desafío a su pensamiento...

La escena parece un montaje. A medida que más crímenes salen a la luz los patrones habituales asociados a asesinatos en serie no logran emerger. Sólo una huella falsa, hecha con un sello de caucho, une estos hechos con otro que se remonta a diecisiete meses atrás; un caso del que sólo un policía suicida habría podido desear hacerse cargo, y que había hecho mucho ruido en su momento. Eso y...  las herramientas utilizadas para llevarlos a cabo. «Utilizó bastante material: al principio un taladro eléctrico, provisto de una broca para hormigón de gran diámetro, ácido clorhídrico, una sierra mecánica, una pistola de clavos, cuchillos y un mechero, informa el forense encargado de las necropsias.»

La trama se convierte, entonces, en una carrera desenfrenada contra el reloj, donde las complicaciones en la vida personal y laboral de Verhoeben se multiplican, su obsesión por dar caza al asesino se convierte en un desafío intelectual y su relación con la prensa y con otros compañeros deriva en una pesadilla. La novela tiene escenas muy violentas, tiene sorpresas, está escrita por alguien que no parece encontrarse ante su primera narración. No hay tiempos muertos en esta historia. Historia que consta de dos partes completamente desiguales; una primera sumida en un ambiente de investigación donde el lector busca comprender, juntar pistas y apelar a su lógica y una segunda, - intensa-, donde uno se da de bofetadas con la realidad.

Lemaitre utiliza sus gustos literarios, su pasión por escritores renombrados de la novela criminal –Ellroy, Easton Ellis, Peace...- para dar forma a la trama, pero nunca de manera enciclopédica sino con la naturalidad propia de alguien que ama lo que hace. «Irène» es un canto de gloria a la literatura. «Cuando la escribí traté de mezclar los autores que más me gustaban con las necesidades propias de la historia. Eso no quiere decir que los autores que cito sean, obligatoriamente, aquellos por los que profeso una mayor admiración sino aquellos que cumplían con una doble misión: ser gente que me gustaba y que se acomodaban a la historia que quería contar, en definitiva, lo que necesitaba.»

«Irène» es una gran obra, una novela propia de un gran autor. Posee una prosa que produce el efecto de una ráfaga de golpes, cortos y violentos, disparados ininterrumpidamente al plexo solar. Su traductor, Juan Carlos Durán, encuentra hábilmente el verbo justo, la voz tranquila de los momentos solemnes, el tono cortante acorde a la fraseología del tipo duro, a la jerga policial y a la voz rápida e incontenible que requiere la narración, para que ésta se desarrolle, a pesar de la abundante brutalidad, precisa y metódica. «Irène» es un metrónomo fijado en allegro furioso.
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domingo, 12 de julio de 2015

LA EXTRAÑA MUERTE DE DAVID GOODIS


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David Goodis murió a las 11:30 de la noche del 7 de enero de 1967, en el Albert Einstein Medical Center, División del Norte, a un kilómetro de su casa. En el certificado de defunción reza como causa de la muerte un «accidente vascular cerebral», o, para que todos nos entendamos, un derrame cerebral.

Según la rumorología, unos días antes de su fallecimiento, David había sido golpeado en el momento de resistirse a un robo. Goodis era una persona de constitución delgada. Un hombre de corta estatura se le había acercado y le había exigido su cartera. David le miró de arriba abajo y se negó a su petición. De las sombras emergió una figura corpulenta que le puso fuera de juego.

Una de las teorías que se baraja sobre su muerte hace referencia a que ésta fue debida a las heridas derivadas de ese robo. Por otro lado hay conciencia que momentos antes de ser trasladado al hospital David se encontraba paleando la nieve que se acumulaba a las puertas de su casa y que sin justificación externa posible cayó desplomado y perdió el conocimiento. Registros del tiempo tomados en el Aeropuerto Internacional de Filadelfia muestran que efectivamente se produjeron nevadas los días anteriores a este hecho. No la hubo sin embargo, el día de 7 de enero de 1967, cuando David Goodis murió. ¿Qué teoría es cierta? Posiblemente las dos, y la muerte de Goodis sea una doble consecuencia de los excesos físicos realizados en la tarea de apartar la nieve del portal de su casa, acumulados al deterioro que ya padecía su organismo desde el momento del robo.

Cualquier médico que, con los datos en la mano, se pronuncie sobre este hecho daría por “Improbable que el acto de palear la nieve sea capaz, por si solo, de causar una muerte por derrame cerebral. En el peor de los casos habría provocado un incidente cardiovascular (un ataque al corazón). Es esta una teoría que me gusta creer. Resulta más «novelesco» el fallecimiento por una paliza después de no querer renunciar a su cartera. Es posible que se presentara un informe policial sobre estos hechos. De cualquier forma, si lo hubiere, no ha trascendido.

Se sabe que David Loeb Goodis nació en Filadelfia, de padres judíos, el 2 de marzo de 1917. Cursó un año en la Universidad de Indiana, pero el estudio universitario lo aburría. Así que empezó a trabajar en agencias de publicidad para ganarse la vida hasta que finalmente consiguió un contrato por seis años con la Warner Bross, después del éxito que obtuvo con una serie que se publicó en The Saturday Evening Post. Su historia fue llevada a la gran pantalla por Dalmer Daves, bajo el título de «Senda tenebrosa» (1946), y contó con la interpretación de Humphrey Bogart y Lauren Bacall.

La primera frase de su primera novela, escrita a los 21 años, es un compendio de su filosofía de vida: «Al cabo de un rato, uno se siente tan mal que quisiera detenerlo todo en ese momento». En ningún instante se le consideró un escritor “serio” y, tal vez, ésa sea la causa del porqué este hombre triste y melancólico, resolvió regresar a Filadelfia en 1950 y, a los 33 años, guarnecido de sus oscuridades y aversiones, encerrarse en casa de sus padres y hacerse cargo de su hermano esquizofrénico.

En 1963, después de la muerte de su padre comenzó el derrumbe definitivo de Goodis. Derrumbe que se aceleró en 1966, tras el fallecimiento de su madre. Como consecuencia de estas desgracias se recluyó por voluntad propia en un hospital psiquiátrico. Su fallecimiento se produjo el 7 de enero de 1967 en el Albert Einstein Medical Center. No había cumplido los cincuenta años. En ese momento, todos sus libros estaban descatalogados en las librerías de los Estados Unidos.

La vida de Goodis es un fiel reflejo de la vida de sus personajes. En las 17 novelas que escribió, el tema predominante es el infortunio, la mala suerte, el desamparo y la tristeza. Sus personajes se mueven en un mundo sin salida, el paisaje que los rodea rebosa en cielos oscuros, vientos helados, nieve, callejones estrechos y calor empalagoso. Los personajes de Goodis están marcados desde su nacimiento; nada ni nadie puede alterar el curso de sus destinos.  Un destino que en ningún momento conduce hacia la luz. Todo lo contrario, un destino que es sinónimo de muerte, desolación, envilecimiento, pecado, incapacidad, fracaso y dolor. Para Goodis, la existencia es un mero hecho aleatorio. Sus personajes viven intentando eludir el pasado y, agobiados por la desgracia, no esperan nada del futuro. En su mundo todo está relacionado, todo se mueve en círculos, todas las calles llevan al mismo punto sin salida. El propio pasado regresa, en un encuentro fortuito, a las vidas de sus personajes. La vida entera de un hombre se convierte en una mancha en el pavimento, en una decisión inadecuada, en un lugar de sombras. Su mundo está coloreado con un estilo preciso, que rechaza las metáforas, que desdeña toda retórica, que siempre opta por la frase corta.

Así fue como, sumergido en su propio mundo plagado de oscuridad, estragado por el alcohol, y en su ciudad natal -a la que amaba y despreciaba a la vez- se le presentó la muerte una noche ventosa y fría de comienzos de enero, mientras paleaba la nieve a las puertas de su casa. Podemos imaginar las palabras que se cruzaron, emulando aquellas citas de “Senda tenebrosa”:

-Hola, George.
-Hola, Vince.
-George, ¿estás muerto?
-Sí. Lo estoy.
-¿Por qué estás muerto, George?
-No lo sé, Vince. Me gustaría decírtelo, pero no puedo.

David Goodis tenía 49 años de edad en ese momento. Un infarto de miocardio o un derrame cerebral podrían ajustarse fácilmente a las causas de su muerte. Puestos a ser sinceros, sí, se puede sufrir un derrame cerebral por palear la nieve. Aunque esta idea se ajuste a la realidad yo no la creo. Me gusta más pensar en el escenario de un asalto en el que fue golpeado y, exacerbado por la ira, unos días más tarde cayó abatido por la pala que utilizaba para despejar de nieve el camino a casa. 
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viernes, 10 de julio de 2015

VIDAS DIFÍCILES. (James Sallis)

VIDAS DIFÍCILES (Difficult Lives: Jim Thompson-David Goodis-Chester Himes
James Sallis
TRADUCCIÓN: Alberto de Satrústegui
POLIEDRO
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«La oscuridad y yo»

Este pequeño ensayo de James Sallis –pequeño en extensión y a la vez grande en intenciones y contenido- trata sobre Himes, Goodis y Thompson. No pretende Sallis con ello hacer una reivindicación sobre sus obras como literatura perdurable, su interés se centra tanto en los fracasos o incapacidades de estos personajes como en sus logros.

La novela de Himes, siempre según Sallis, imita la tradición del disimulo mediante el cual generaciones enteras de negros mantuvieron una vida paralela a la de la cultura dominante, la cultura del hombre blanco. Goodis escribió el mismo libro una y otra vez codificando su propia caída de escritor promisorio a recluso y Thompson pobló sus novelas de psicópatas risueños cuyos ojos atraen al lector a un enorme vacío.

La cultura americana tiene la desafortunada costumbre de abandonar todo aquello que tiempo atrás amó profusamente. Y así, los libros de estos tres escritores, pese a los esfuerzos de sus agentes literarios, estuvieron a punto de perderse con el devenir de los tiempos. Sus cubiertas desgarradas enmohecían por la humedad en sótanos y buhardillas y sus páginas amarilleaban en estantes polvorientos. Sólo en Francia donde sus libros siguieron editándose más o menos sin interrupción, y tuvieron una aceptación parecida a la de Hammett, McCoy o Cain, la obra de estos escritores perduró.
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Jim Thompson nació y fue registrado en Anadarko, Oklahoma en 1907. Su padre era sheriff, abogado de facto y buscador de petróleo por cuenta propia. Conoció la riqueza y la pobreza y vivió su juventud sin acomodarse al orden social. Cuando en 1946 publicó su segunda novela comentó: «Desde que tengo memoria nunca he querido hacer otra cosa que escribir, y la mayor parte de mi vida me la he pasado haciendo otras cosas.» Cuando Jim Thompson murió el 7 de abril de 1977, tras más de cincuenta años trabajando como escritor profesional, todas y cada  una de sus veintinueve novelas estaban descatalogadas.

El mundo de Thompson es incansable, incorregible, más allá de la redención. En todas sus novelas, al margen de la disparidad temporal, de la complejidad de ambientes y de las particularidades de sus protagonistas, nos enfrentamos a un mundo en disolución y sin dios. Todo en él es sinónimo de violencia, a veces implícita, a veces manifiesta; matrimonios grotescos que empiezan con alcoholismo y acaban en asesinato; una madre asesina; un vendedor a puerta fría; un trabajador de un periódico o de un pozo petrolífero; un sheriff de un trozo de tierra atrasado y olvidado de la mano de Dios que se arroga la redención de sus conciudadanos; un psicópata ayudante de sheriff, sardónico y «encantador», que convierte la violencia en una cualidad propia de los reptiles:

   «Y la golpeé en el vientre con toda la fuerza de que fui capaz.
   Mi puño llegó a la espina dorsal, y su carne se cerró sobre él. Di un tirón –tuve que hacerlo- y ella se dobló hacia delante, como si tuviera una bisagra.
   Se  le cayó el sombrero, y su cabeza se venció de pronto hasta tocar el suelo. A continuación, se volcó sobre si misma completamente, como un chaval que diera un salto mortal. Quedó tendida sobre la espalda, con los ojos saltándosele de las órbitas y con la cabeza rodando de un lado a otro.
   Llevaba una blusa blanca y un traje de color beige claro; nuevo, creo, porque no recordaba habérselo visto antes. Metí la mano en la pechera de la blusa y se la arranqué hasta la cintura. De un tirón le saqué la prenda por encima de la cabeza, volvió a sacudirse  y se echó a temblar. Emitía un extraño sonido, como si tratara de reír.
   Y entonces vi el charco que se iba extendiendo debajo de ella.
  Me senté y procuré leer el periódico. Intentaba no apartar los ojos de él. Pero no había mucha luz; no la suficiente para poder leerlo, y ella seguía moviéndose. Daba la impresión de que le era imposible estarse quieta.»
(EL ASESINO DENTRO DE MÍ. Jim Thompson)
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David Goodis nació en 1917 en Filadelfia. Tuvo dos hermanos que murieron de meningitis. Sus primeros escritos datan de su época universitaria, donde comienza a escribir artículos para algún periódico e historias pulp. Pocas vidas son tan extrañas como la suya. En 1950, a la edad de 33 años, después de una prolífica carrera en Nueva York, en la que se incluye un contrato de seis años con la Warner, volvió a Filadelfia para vivir como un prisionero en casa de sus padres, en un voluntario y sigiloso descenso al olvido, hasta su muerte en 1967.

En el mundo de Goodis todo está relacionado, todo se mueve en círculos, todas las calles llevan a un mismo punto sin salida. Ningún escritor, antes o después, ha padecido de forma tan plena una obsesión «por las sombras arrojadas por la víctima, el fracaso, el abandono, el nunca más». Para los personajes de Goodis no hay escapatoria, sólo más trampas inevitables, más prisiones mentales:
  
   «Fellsinger estaba completamente cubierto de sangre; había sangre en el suelo. Charcas y arroyos de sangre, Coágulos, grandes coágulos junto a Fellsinger, y pequeños coágulos, cada vez más pequeños a medida que se alejaban del cuerpo. Había motitas de sangre en todos los muebles y sugerencias de ella por las paredes... era negra cuando se coagulaba en las cavidades del cráneo y luminosa y pálida cuando manchaba la bocina de la trompeta que yacía junto al cuerpo. La bocina estaba ligeramente mellada. Los botones de madreperla de sus válvulas se habían vuelto de color rosa por las salpicaduras de sangre.
   Fellsinger estaba de bruces en el suelo pero tenía la cara vuelta hacia un lado. Tenía los ojos completamente abiertos, con las pupilas vueltas hacia arriba y mucho blanco debajo. Era como si intentara mirar hacia atrás. Tal vez quisiera ver hasta qué punto estaba malherido, o ver quien le golpeaba el cráneo con la trompeta. Tenía la boca entreabierta y la punta de la lengua caía sobre una de las comisuras.
   Sin sonido, Parry dijo:
-Hola, George.
   Sin sonido, Fellsinger dijo:
-Hola, Vince.
-George, ¿estás muerto?
-Sí. Lo estoy.
-¿Por qué estás muerto, George?
-No lo sé, Vince. Me gustaría decírtelo, pero no puedo.
-¿Quién ha sido, George?
-No lo sé, Vince. Mírame. Mira lo que me ha pasado. ¿No te parece horrible?
-No he sido yo, George. Lo sabes.
-Pues claro, Vince. Claro que no has sido tú.
-George, no creerás que lo he hecho yo, ¿no?
-Sé que no lo hiciste.
-Dirán que te he matado yo.
-Sí, Vince. Es lo que dirán.
-Pero no he sido yo, George.
-Lo sé Vince. Sé que no lo hiciste. Sé quién lo hizo, pero no puedo decírtelo porque estoy muerto.
-¿Puedo hacer algo por ti, George?
-No, nada. Estoy muerto. Tu amigo George Fellsinger está muerto.»
(SENDA TENEBROSA. David Goodis)
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Chester Himes nació el 29 de julio de 1909, en Jefferson City, Missouri y creció en esta ciudad y en Cleveland, Ohio. Sus padres pertenecían a la clase media. Himes asistió a la Universidad de Ohio durante algún tiempo hasta que fue expulsado gracias a una pelea en un bar clandestino. Después de dos condenas por supuesto robo y emisión de cheques sin fondo, en 1929 fue sentenciado a una condena de entre 2o y 25 años de trabajos forzados en la Penitenciaría de Ohio. Allí empezó a escribir. Los años que siguieron a su libertad bajo fianza fueron difíciles, y finalmente se unió a la riada de negros que tenían por destino Los Ángeles con objeto de trabajar en la industria bélica.

Sallis admira la voz singular, la exacta economía de imágenes y descripciones, la extravagante adecuación de las caracterizaciones y la velocidad que Himes imprimía a sus relatos. Sin embargo, para Sallis, lo más admirable no es Harlem en si, sino la creación de un mundo propio, la respuesta que Himes da a Harlem. La variedad de violencia infligida por los negros a los negros, representada tanto por los policías Sepulturero Jones y Ataúd Ed Johnson como por los criminales  a quienes persiguen, se convierte en el tema recurrente de las novelas de Harlem:

   «Se celebraba una gran gala en la sala Savoy, y la gente hacía cola alrededor de una manzana de Lenox Avenue para comprar las entradas. El famoso equipo de policías de Harlem, Ataúd Ed Johnson Y Sepulturero Jones, habían sido asignados para mantener el orden.
   Ambos eran altos y como descoyuntados, vestían descuidadamente y sólo parecían dos negros no muy oscuros. Sin embargo, sus armas no eran corrientes. Llevaban unos revólveres niquelados, de cañón largo, del 38, fabricados por encargo, y en aquel momento los tenían en la mano.
   Sepulturero se encontraba en el lado derecho del principio de la cola, a la entrada del Savoy. Ataúd Ed, en el lado izquierdo y al final. Sepulturero apuntaba con su arma hacia el sur, siguiendo la acera en línea recta. Ataúd Ed, al otro lado, apuntaba con la suya hacia el norte, también siguiendo la acera en línea recta. Entre las dos líneas imaginarias trazadas por sus revólveres había suficiente espacio para que dos personas pudieran estar de pie y pegadas una junto a otra. Cada vez que alguien se salía de su línea, Sepulturero gritaba «¡Métase p´a dentro!», y Ataúd Ed le coreaba «¡Empiezo a contar!». Si el infractor no se introducía de forma inmediata en la cola, uno de los policías disparaba al aire. Las parejas que hacían cola se apretaban como si estuvieran comprimidas por dos muros de cemento. La gente de Harlem creía que Sepulturero Jones y Ataúd Ed eran capaces de matar de un tiro a un hombre por no mantenerse dentro de la cola.»
(POR AMOR A IMABELLE. Chester Himes)
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lunes, 6 de julio de 2015

SYLVIA. (Howard Fast)

SYLVIA (Sylvia)
Howard Fast
TRADUCCIÓN: José Luis Piquero
NAVONA EDITORIAL

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En 1959, la lista negra creada por J. Edgar Hoover y el Comité de Actividades Antiamericanas aún seguía en vigor. En ella se incluía el nombre de Howard  Fast. En 1951, Howard Hoover, como máximo responsable del FBI emitió una orden para que cualquier acuerdo editorial con el escritor fuese considerado colaboración con el enemigo, orden que los editores acataron. Así que Fast, que acababa de terminar “Espartaco”, publicó la novela  sufragando los gastos de su propio bolsillo. La suerte o -para ser más objetivos- la calidad de la obra superó todas las expectativas y la novela llegó a vender más de cuarenta mil ejemplares. «Pero allí fuera, en el mundo real, seguía estando la lista negra, y he aquí a un hombre que tenía que escribir. Era mi carne, mi agua y mi vino; o escribía o no podía vivir.  No había manera de apagar mis pensamientos y evitar que las historias  nacieran.» Y fue así como nació Sylvia...

Sylvia es una obra que trata de de aprovechar las constantes del relato criminal para construir una narración más cercana al melodrama, en la que su autor introduce no pocos apuntes sobre su persecución ideológica. Una narración en la que el autor consigue con éxito convertir el tormento de Sylvia en la angustia de Macklin. ¿Pero quienes son Sylvia y Alan Macklin?, se preguntarán ustedes. Vayamos por partes...

Frederick Sommers, un rico hombre de negocios de Los Ángeles, contrata a Alan Macklin -investigador privado y aspirante a profesor de historia antigua- para que le resuelva un problema insólito: quiere conocer la verdadera identidad de Sylvia West, su novia, con la que piensa contraer matrimonio. Su única condición es que nunca podrá acercarse a la mujer; todo lo que encuentre debe provenir de archivos, conocidos y huellas conservadas en el tiempo. Guarecido tras los datos y sin hacer uso de arma de fuego alguna, Macklin repasa las fotos de Sylvia West -la mujer a la que debe investigar- y siente en su mirada abrasadora esa ardentía que solo proyectan las personas heridas. La búsqueda de la verdadera identidad de Sylvia es, quizás, el caso más duro que se le haya presentado a lo largo de toda su carrera: rastrear el pasado sombrío de una mujer hermosa a la que nunca ha conocido -autora de un libro de poemas- a partir de unas pocas líneas escritas en una tarjeta, un rostro en unas fotos y una historia falsa sobre su vida a cuestas. Las condiciones económicas que le ofrece Summers para que investigue el pasado de Sylvia son tan tentadoras para el raído bolsillo de Macklin que, despreciando la fría objetividad que tiene sobre sí mismo, se embarca en una mezquina aventura cuyo fin parece incierto. Con los gastos pagados sin limitaciones, comienza su periplo de búsqueda siguiendo las desperdigadas huellas que ha dejado Sylvia por el país. A partir de los esclarecidos pensamientos de un profesor de inglés, una auténtica autoridad en poesía moderna, cuya vida transcurre dedicada por entero a su esposa, a sus seis hijos y a todo un mundo repleto de literatura, la ruta de Macklin se hace más y más sórdida y extrañamente ambigua. Y siguiendo las huellas de miseria y dolor que la muchacha ha dejado tras de sí, viaja a Pittsburgh, El Paso, Nueva York y Los Ángeles. Es un viaje a través de la naturaleza de diferentes personajes; un viaje que responde a un laberinto de complejidades, sujetas todas ellas a ansiedades que surgen de la triste realidad de sus vidas. Y cuando Macklin pregunta por Sylvia la respuesta de cada una de estas personas es “Sí... recuerdo a Sylvia, señor Macklin. La recuerdo muy bien. No creo que la olvide nunca.”. Sin embargo, cuando los oscuros secretos de su vida comienzan a aflorar, la sutil belleza de Sylvia hace estragos en la personalidad de Alan. Y el investigador se da de frente con un obstáculo con el que no había contado...

Fast, sin duda, fue un escritor curtido en el oficio, uno de ésos que sabían construir argumentos a medida y fabricar arquetipos allí donde otros solo encontraban vacío. En “Sylvia”, Fast, recrea a una mujer enigmática, alta, hermosa, de pelo oscuro como la noche, negro como ala de cuervo, y refiere cada instante de su vida -con una mezcla de entereza y lástima- a través de imágenes que desprenden una piedad que incomoda. La vida de Sylvia está acompañada de todo un repertorio de granujas, sinvergüenzas, pederastas y fulleros que conmovieron su pubescencia sin otra razón que saciar la sed de sus sentidos. Gente sin remordimientos, gente que hace renegar de la condición humana, y que aduce como pretexto para eludir responsabilidades que hay que vivir, como si eso fuese motivo suficiente para arrogarse un apaleamiento, una violación o cualquier otro tipo de desafuero. Cada lugar de la geografía americana que visita Macklin en su recorrido por el pasado de “Sylvia” tiene el efecto de una paliza, -es como si le patearan el estómago y la cabeza varias veces-, es un peregrinaje desesperante e inacabable por lo más bajo de la condición humana, es un padecimiento que el investigador trata de aplacar con la bebida o con pasajeros amoríos, con cualquier bálsamo que le sirva para aturdir y confundir los sentidos.

No espere usted encontrar en “Sylvia” asesinatos, sangre o cadáveres despellejados. No espere, asimismo, escapar de una agonía similar a la que experimentaría si examinase una escena en la que los crímenes se suceden uno detrás de otro. Cada página de “Sylvia” se asemeja al acto vandálico de la profanación de un fallecido, al resentimiento que experimenta aquél que se solaza hurgando en la miseria de otros. Cuanto más rastrea el investigador en la vida del personaje, más sucio y desagradable le resulta su trabajo y siente que su compasión se agota por momentos, que ya no le queda ni una sola gota de conmiseración ni para él ni para nadie más. No solo porque experimenta haber alcanzado un estado enfermizo de enamoramiento de una mujer a la que siquiera conoce, sino también porque teme la realidad que se está apoderando de él. Una realidad que, en sus ensoñaciones, adopta una forma corpórea de tan pocos escrúpulos como esa pléyade degradada de sinvergüenzas -envilecidos y repudiados- que puebla las páginas de la novela. Una experiencia que no le gusta en absoluto. Un estado abyecto que le equipara a aquellos infames personajes que emprendieron la caza de brujas con sus semejantes para aislar a los que no pensaban de la misma manera. En esta dirección la ficción se da la mano con la realidad.
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