Saludo de bienvenida

Bienvenido a "L.B.Confidential". Espero que tus expectativas se vean cubiertas. Gracias por tu visita !!!
gadgets para blogger

jueves, 24 de septiembre de 2015

BLANCO NOCTURNO. (Ricardo Piglia)

BLANCO NOCTURNO
Ricardo Piglia
EDITORIAL ANAGRAMA, S. A., 2010
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
«Blanco nocturno», publicada en 2010, es una propuesta narrativa reflexiva, seria y bien lograda; es una invitación a contemplar, a través del caleidoscopio del relato policial y la novela negra, todo un mundo de seres pervertidos, abyectos y sombríos encadenados en una atmósfera amarga colmada de embusteras esperanzas.

Las primeras páginas del libro son una avanzadilla de lo que promete ser un relato típicamente policial, un relato que recoge ingredientes asociados a los estereotipos narrativos consustanciales a esta clase de historietas. El motivo que origina la narración es un crimen no resuelto cuya solución es competencia de un policía local y su ayudante. «Soy de aquí –dijo de pronto el comisario como si hubiera despertado- y conozco bien el pelaje de los gatos y no he visto nunca uno que tuviera cinco patas, pero me puedo imaginar perfectamente la vida de ese muchacho. Parecía venir de otro lado –dijo sosegado Croce-, pero no hay otro lado. Miró a su ayudante, el joven inspector Saldías, que lo seguía a todos lados y aprobaba sus conclusiones-. No hay otro lado, todos estamos en la misma bolsa.» Sin embargo, unos capítulos más adelante, el relato comienza a eclipsarse, pierde esa euritmia y tiesura científica que son inherentes a la novela policial y, sin apenas darnos cuenta, de todo ello emerge una novela negra, complicada, brutal y tenebrosa, en la que la resolución está asociada a métodos imaginativos y sagaces en detrimento de aquellos más deductivos. Es a partir de ese momento, -cuando los personajes embrutecen, adquieren la categoría de sospechosos y se sienten realmente amenazados-, que el universo ficcional de «Blanco nocturno» se demuestra habitado por sujetos sentenciados, adulterados y fuera de lugar, envueltos todos ellos en un investigación inagotable. Al final son «las percepciones íntimas» del viejo Croce, -un hombre legendario, muy querido por todos, una especie de consultor general, «un poco tocado», según dicen algunos, capaz de ver cosas que los demás mortales no pueden ver, según aseguran todos-, quienes conducen al desenlace del misterio.

El relato está estructurado en torno a dos itinerarios narrativos claramente diferenciados, sobre los que gravita toda la disposición argumental: uno primero rastrea la misteriosa muerte de Tony Durán y las murmuraciones, versiones y conjeturas que ésta despierta en un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires –literalmente: «tanto en las casas, como en el Club Social o en el almacén de los hermanos Madariaga»-, y otro segundo gestiona las miserias de la familia Belladona y la relación que Tony sostiene con las hermanas Ada y Sofía. «Tony Durán era un aventurero y un jugador profesional y vio la oportunidad de ganar la apuesta máxima cuando tropezó con las hermanas Belladona». Tony tenía clase y habilidad para seducir a las mujeres. Siempre las contradecía y las toreaba, sin dejar de tratarlas con una caballerosidad heredada de sus abuelos españoles. Hasta que una noche, a principios de diciembre de 1971, en Atlantic City, conoce a las mellizas argentinas. A partir de aquí, estas dos historias confluyen, rivalizan y terminan uniéndose en la construcción de un espacio ficcional donde todas las aspiraciones personales terminan por hundirse en el infortunio o en el desinterés más absoluto.

Los espacios en «Blanco nocturno» adquieren un valor sustancial tanto en la transmutación de los personajes como en el tránsito de la narración desde sus inicios como relato policial a su madurez ulterior como novela negra. Una atmósfera desagradable y opresiva se manifiesta de forma ostensible y persistente sobre los tres lugares en que se desarrolla la acción de la novela. Lugares que contemplan un pequeño pueblo al sur de la provincia de Buenos Aires; un lugar fundado al azar, sin ninguna condición de genealogía; un campo desierto que tuvo el atributo de fortín militar y asentamiento de tropas en la época de la guerra contra el indio; un caserío situado a orilla de las vías del tren, junto a un ramal; un pueblo anónimo, sin vida, embrutecido por el aburrimiento y el vacío. «Las viviendas y las casas se alzan divididas en capas sociales. Los pobladores principales viven en lo alto de las lomas; a continuación, en una franja de ocho cuadras, está el llamado centro histórico, con la plaza, la municipalidad, la iglesia y la calle principal con los negocios y las casas de dos pisos; por fin, al otro lado de las vías del ferrocarril, están los barrios bajos donde vive y muere la mitad más oscura de la población.» Otra buena parte de la acción se desarrolla en la fábrica de la familia Belladona, en la que vive aislado Luca, el menor de los hijos varones del ingeniero Cayetano Belladona. «A lo lejos, en la línea del horizonte, como una sombra en la llanura, estaba el alto edificio de la fábrica con su faro intermitente que barría la noche; desde los techos una ráfaga de luz giraba alumbrando la pampa. Los cuatreros se guiaban por ese resplandor blanco cuando alzaban una tropilla antes del alba. Había habido quejas y demandas de los ganaderos de la zona.» El edificio es un caserón abandonado, sobre el que gravita el espíritu del hundimiento y la expropiación. «Luca se endeudó, hipotecó la planta, pero no dejó que le vendieran la fábrica. Levantó la quiebra, empezó a hacer lo que podía hacer...». Los departamentos destrozados y abandonados, los lóbregos pasadizos y el aislamiento de la fábrica no son más que otra manera de ver la gravedad de los problemas existenciales que castigan la vida de los personajes. El contraste de la luz que se filtra por las descerrajadas ventanas con la oscuridad que invade todo el edificio es indicativo del ambiente aciago que preside todo tipo de iniciativa humana. Y un tercer escenario aglutina las dependencias de un manicomio, ¡tal como suena!, -estos pueblos pueden no tener escuela, pero siempre tienen un manicomio-, donde cada tanto se retira Croce para pasar un tiempo descansando, como si de un hotel en las montañas se tratara. El recinto está ocupado por dos internos varones tan disparatados como él y, tan inofensivos allí adentro como agresivos y vidriosos pudieran serlo de haberlos tropezado afuera. «El manicomio estaba lejos del pueblo y ocupaba una construcción circular que en su origen había sido un convento. Se veía aislado, al final del camino que llevaba a las barrancas, cerca de la laguna y de los campos sembrados del oeste. Un muro de piedra con vidrios rotos en la parte superior y una alta puerta de hierro con lanzas se alzaban sobre la loma, como un espejismo en el desierto.» El manicomio es una insinuación de lo disparatado que llega a ser el ostracismo y la mortificación a que son sometidos ciertos seres alocados e íntegros por el simple hecho de perseguir la verdad y la justicia.

«Blanco nocturno» es una obra repleta de alegorías. El Nautilus -máquina aérea inventada por Luca Belladona, es una construcción cónica, de seis metros de alto, de acero acanalado, sostenida sobre cuatro patas hidráulicas y pintada con pintura antióxido de color ladrillo oscuro- simboliza las grandes ilusiones y el trágico final al que se ven sometidos los protagonistas. Precisamente esta imagen de falsas esperanzas y violencia gratuita es la que sobrevive en la mente del lector al concluir la novela.
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

miércoles, 16 de septiembre de 2015

WILD THING*. (Josh Bazell)

---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
WILD THING (Wild Thing)
Josh Bazell
TRADUCCIÓN: Benito Gómez Ibañez
EDITORIAL ANAGRAMA S. A. Junio 2015
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
De nuevo Bazell retoma la figura de Pietro Brnwa, aquel asesino a sueldo arrepentido que ejercía de médico en el peor hospital de Manhattan gracias al programa de protección de testigos del FBI, protagonista de la hilarante «Burlando a la Parca», y lo hace reaparecer aquí bajo el nombre de Dr. Lionel Azimuth. Todavía escondido con éxito de un tipo llamado David Locano, antiguo intermediario de alto nivel entre las mafias siciliana y rusa que quiere verle muerto porque piensa que se cargó al gilipollas de su hijo tres años atrás, y con la suficiente confianza como para aceptar un nuevo trabajo, Brnwa se enfrenta al monstruo del lago White, una versión americanizada del monstruo del Lago Ness. Un excéntrico millonario –Bill Rec- lo contrata para que verifique o desacredite la existencia del susodicho monstruo, al tiempo que debe acompañar y proteger a Violet Hurst, una paleontóloga despampanante y autodestructiva –pertinaz bebedora de cerveza, hasta el punto de agarrarse unas cogorzas de campeonato- cuya relación con Rec no parece exclusivamente profesional.

La pequeña ciudad de Ford tiene el aspecto de encontrarse a las puertas del Apocalipsis. Todo –casas, Asociación de Veteranos de Guerra, galerías comerciales, oficinas- está cerrado con tablas, destrozado o cubierto de matorrales. La dueña del restaurante trafica con droga por la frontera de Canadá con la ayuda de dos adolescentes; otro de los vecinos –Reggie Trager- elabora una filmación sobre el monstruo, basada en, siempre según el doctor Mark McQuillen, la degustación de un colimbo por parte de un lucio... Y por si semejante embrollo fuera poco, a este convite se suman unos narcotraficantes con ánimos belicosos y hasta la mafia, que sigue obsesionada en liquidar al asesino arrepentido.

A lo largo de la novela Bazell va pirueteando a la ligera a través de una amplia gama de temas, que abarcan desde los efectos del LSD en el cuerpo humano, a la descripción de que «el singular -referido al indiviso, de “tríceps”- es “tríceps” porque el término significa “tres cabezas”, en alusión a la forma que el músculo tiene de dividirse en un extremo», pasando por la exposición de las diversas escuelas de pensamiento en la biología evolutiva, la Hermandad Aria y los efectos de la criogenia en los seres humanos, entre otros.

Lamentablemente, casi todos los personajes de «Wild Thing», desde los traficantes de droga, continuando por una especie de cantante-bailarín procedente de un grupo musical infantil, hasta un magnate de la tecnología asiática e incluso la propia Violet, la paleontóloga, no son tan fascinantes como aquellos que completaban la multitudinaria y abigarrada tripulación de «Burlando a la Parca». Mediada la novela hace su presentación la figura de Sarah Palin, «célebre por su ignorancia» según palabras del propio narrador, -si es así, yo no tengo el disgusto de conocerla, y por tanto me abstengo de juzgarla-, quien actuará como árbitro en este viaje para autentificar la existencia del monstruo del lago.  En 2008 Palin fue candidata a vicepresidenta de los Estados Unidos por el Partido Republicano acompañando a John McCain en la candidatura presidencial, convirtiéndose así en la primera mujer que aspiraba a la vicepresidencia de ese país por el partido republicano, y la segunda en la historia tras Geraldine Feraro, quien en 1984 fue compañera de candidatura de Walter Mondale, candidato por el Partido Demócrata.

Es cierto que la novela está narrada a un ritmo vertiginoso, con comedido mal humor, meneo, mala baba y ágiles diálogos. Sirva de demostración este corte, en el que la pareja protagonista se enfrenta a una barca y su ocupante en las oscuras y quietas aguas del lago White:
-Ahora está poniendo algo en un anzuelo enorme que cuelga de esa cosa que sobresale por la borda –dice ella al cabo de un minuto-. Parece carne.
Momentos después oigo el motor del cabrestante, que hace un ruido aún más fuerte que el chaparrón. Más aún del que hacía el fuera borda eléctrico.
Violet me devuelve el visor, y veo que le hombre se incorpora y se vuelve hacia nosotros.
Donde debía estar su cara, hay un cegador punto de luz.
-¡Joder! –exclamo, tapando rápidamente la parte delantera del visor con el chaquetón. Demasiado tarde seguro.
-¿Qué?
Sin el visor, en el lago no hay más que oscuridad. La luz que sale de la cara del tío es invisible.
Las notas interminables a pie de página se encuentran en la frontera entre la información y la diversión, como ocurre en: «Personalmente, no creo que la tecnología sea tan mala. Si los dispositivos digitales reducen la posibilidad de que los niños desarrollen la capacidad y la atención necesarias para hacer cosas como diseñar nuevos dispositivos digitales, ¿acaso no es un problema que se delimita a sí mismo?» Estas notas al pie son, en definitiva, un mecanismo que no siempre funciona en la medida que pretende el escritor -a veces llegan a ser agotadoras- y ralentizan en gran medida el desarrollo de la acción. 

Ante todo ésto cabe preguntarse: si tenemos monstruos, narcotraficantes, chicas guapas, millonarios chiflados y pueblerinos encubiertos, ¿qué más se puede pedir? Los seguidores de «Burlando a la Parca» saben que tras la figura de Pietro Brnwa se esconde un personaje ocurrente, un tipo que, cual guerrero medieval, se enfrentó en su momento cara a cara y sin complejos a la mafia. Sin embargo este adalid de la libertad no se manifiesta aquí hasta bien entrada la narración. Asimismo hay que considerar la carencia de un digno oponente, «tres jorobas hechas con una manguera de ventilación, de plástico negro, estriadas, de medio metro de diámetro, agitándose torpemente y moviéndose por el lago por medios que no se ven pero se adivinan por las burbujas que emergen a la superficie» y unos políticos hipócritas que simplemente no dan la talla, no son rivales dignos en comparación con los perversos, probados y reales maleantes de «Burlando a la Parca».


*. Traducido literalmente «Cosa salvaje», ¿por qué no, «monstruo»?. Si ustedes prefieren creer que hay un engendro en el lago White, y pretenden encontrar entre las páginas  de esta novela una descripción detallada de su persona, pueden saltarse directamente la lectura de la misma porque aquí no van a tropezarse con nada parecido. Como indica el autor, ningún jurado del mundo los declarará culpables por ello.
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

lunes, 7 de septiembre de 2015

¿POR QUÉ EL CARTERO SIEMPRE LLAMA DOS VECES?

---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Con la ingenua frase -«A eso del mediodía me arrojaron del camión de heno»- James M. Cain aprovechó la redacción de «El cartero siempre llama dos veces» para trazar en la arena una línea de separación entre lo que, por entonces, se consideraba ficción negra y lo que representaba cualquier otro género literario. A diferencia de lo que aportaban relatos anteriores «El cartero siempre llama dos veces» impuso una voz populista y salvaje allí donde reinaba la sensibilidad cultural más elevada. ¡Nada se puede considerar más americano! Cain es una figura importante en el panteón de la ficción estadounidense, panteón que incluye a escritores de la talla de F. Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway y John Steinbeck así como a William Faulkner, Henry Miller y Thomas Pynchon. El de mayor éxito comercial, Cain, también fue espiritualmente el más sombrío, aquel a quien la búsqueda de su vocación tardía sacó de las profundidades de la depresión después de una carrera irregular como periodista. «El cartero siempre llama dos veces» (1934) fue una sensación y un escándalo en su época, posiblemente en éso compartió galones con la polémica que generó «Las uvas de la ira» (1939); Tom Joad pudo haber viajado también en ese camión de heno, pero fue a Frank Chambers a quien arrojaron fuera.

Frank conoció a Cora en la fonda “Los Robles Gemelos”; una de las tantas que colmaban la California profunda de aquellos tiempos; una de ésas que contaba a un costado con una estación de servicio y media docena de cobertizos que servían de estacionamiento. «Tenía una mirada hosca, y los labios salidos de un modo que me dieron ganas de aplastárselos con los míos» fue la primera impresión de un Chambers subyugado por el atractivo irreal de Cora. No nos situemos en un escalón tan superior como para arrogarnos el derecho de argüir que lo que Frank y Cora sentían no era amor. Era el único amor que tenía sentido para ellos; era un amor incendiario; un sentimiento capaz de hacer valer el lenguaje del asesinato una vez agotado el lenguaje del deseo. Cuando Frank y Cora prescindieron violentamente del marido de ésta, se vieron invadidos por una furia erótica, un deseo incontrolado del uno por el otro. Mientras Cora lloraba a los pies del cadáver de su esposo, los instintos animales de Frank se encontraban a flor de piel, sentía la lengua hinchada dentro de la boca y la sangre le latía en las sienes. «Empecé a rasgarle la blusa y a arrancarle los botones, para que pareciese maltrecha. Ella me miraba y sus ojos no parecían azules, sino negros. Podía sentir su respiración agitada. De pronto se inclinó hacia mí. ¡Desgárramela! ¡Desgárramela! Lo hice. Introduje una mano bajo su blusa y di un tirón. El cuerpo de Cora quedó al descubierto desde el cuello hasta el vientre.» Incluso los compañeros que más renegaban de Cain se sorprendieron. Raymond Chandler, inmerso en problemas de suicidio y despedido por embriaguez de su trabajo como ejecutivo de nivel medio en el negocio del petróleo, que se encontraba en esos momentos terminando la adaptación cinematográfica de «El sueño eterno», hizo un aparte en sus quehaceres y llegó a comentar: «Siempre me irritó que me comparan con Cain. Cain es un escritor que me disgusta especialmente.»

Cain era un enamorado de la ópera hasta el punto de llegar a plantearse el debutar como cantante profesional. Cuando ese sueño se frustró, se alejó de la música tanto como pudo. En el momento en que escribió «El cartero siempre llama dos veces» se encontraba en Los Ángeles, después de haber huido de su ciudad natal en la costa este. Allí trabajó durante un tiempo como editor del «The New Yorker». En 1932 firmó con «Paramount Pictures» como guionista, pero pronto chocó con la burocracia de los estudios y los productores que reescribían sus textos sin la más mínima consideración a su trabajo. Sin embargo Hollywood fue para él solo un eufemismo; Los Ángeles era su hábitat natural. En aquellos momentos Los Ángeles era un enjambre de desamparados, desencantados y embrutecidos, entre los cuales se encontraban los prófugos del holocausto hitleriano. Cuando el interés de Hollywood derivó de sus guiones a sus novelas, la ironía no le pasó desapercibida. Hollywood respondió con adaptaciones casi instantáneos de tres de sus narraciones, entre ellas «El cartero siempre llama dos veces», una década y media después de su publicación. Para entonces la Segunda Guerra Mundial acababa de terminar, y  América se encontraba sumida en la confusión moral generada por películas noirs tales como «Retorno al pasado», «Gilda», «El desvío», «Criss Cross», «En un lugar solitario» y la definitiva «Perdición», basada en su segunda novela. Pero mientras que las convenciones morales de la década de 1940, finalmente permitieron la química de John Garfield y Lana Turner como Frank y Cora, la gloriosa expresión: «¡Desgárramela! ¡Desgárramela!» no tenía ni la más remota posibilidad de ser aceptada.

Durante un tiempo Frank y Cora parecían haberse salido con la suya. Y aunque «el cartero» ya les había dado su primer aviso no pudieron alejarse de su propia podredumbre: «Mira, Frank: nosotros no somos más que dos despojos. Dios nos besó en la frente y nos dio todo lo que dos personas pueden tener en esta vida. Pero no éramos de la pasta de los que pueden tenerlo. Teníamos todo ese amor y no supimos defenderlo. El amor es como un poderoso motor de avión, con el cual uno puede volar hasta lo más alto de la montaña; pero si ese motor, en lugar de colocarlo en un avión, lo pones en un Ford, lo despedaza en unos segundos. Y nosotros no somos más que eso, Frank: un par de Fords. Dios se estará riendo de nosotros desde allá arriba.» Por última vez, Frank y Cora se devoraron entre sí. «Empecé a arrancarle la blusa. ¡Arráncamela, Frank! ¡Arráncamela como aquella noche!» Pero, ¡oh! curiosa fortuna, el diablo jugó muy bien sus cartas en ese momento y Cora quedó embarazada. Como otros tantos nihilistas profesos, Cain era un moralista después de todo, y «Dios» y «podredumbre» son sólo otros nombres con que bautizar al «destino». «Estábamos a unos tres kilómetros de Santa Mónica, ciudad en la que había un hospital. A toda marcha alcancé un camión. Toqué la bocina lo más fuerte que pude, pero siguió por el centro del camino... Desvié hacia la derecha y aceleré a fondo. No había visto la cañería. Oí un espantoso estruendo y después no supe nada más. Cuando recuperé el conocimiento me encontré encajado al lado del volante, de espaldas al frente del coche... Oí algo espantoso que me hizo gemir. Era la sangre de Cora que goteaba sobre el capot, a donde su cuerpo había ido a parar después de atravesar el parabrisas... estaba muerta.» El cartero llamaba de nuevo a las puertas del infierno; ¡nunca deja de llamar hasta que alguien responde!

James M. Cain salió de Los Ángeles a finales de 1940 y su ficción nunca volvió a ser la misma. La causa de ello no radicó  en el hecho de que él perteneciera a Los Ángeles; en realidad Los Ángeles era una ciudad para las personas que no pertenecían a ninguna parte. Por supuesto siguió manteniendo las mismas ambiciones y delirios de cualquier autor serio. Sus libros experimentaron los caprichos del comportamiento humano con tanta seguridad como los probaron Frank y Cora. Incluso, cuando sus novelas aspiraron -como sucedió con «Mildred Pierce»- a un estatus más dinámico, se pudo constatar como en el tiempo que empleó Herbert Pierce -marido de Mildred- en rastrillar las hojas de los árboles de su jardín de Glendale, en el capítulo inicial, Frank y Cora ya se habían conocido, almorzado, razonado y dado los primeros pasos hacia una sesión de sexo frenético.  Cain siempre fue consciente de esta desigualdad. No obstante, Hollywood hizo una ficción noir de «Mildred Pierce», apoderándose de su hija Veda -el descendiente más horrible de la literatura moderna- y obligándola, en contra de los postulados de la propia novela, a cometer el asesinato de  Monty Beragon. Por mucho que Cain estuviera fuera de lugar cuando se fue de Los Angeles, su literatura siempre mantuvo ese ambiente sórdido que la caracterizó. En 1977 James M. Cain desapareció de la escena literaria estadounidense, de la que fue maestro indiscutible, pero sus obras siguieron poseyendo a lo largo de los tiempos la frescura de antaño.  
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

sábado, 5 de septiembre de 2015

EL GRAN SUEÑO DE ORO. (Chester Himes)

EL GRAN SUEÑO DE ORO (The Big Gold Dream)
Chester Himes
TRADUCCIÓN : Axel Alonso Valle
EDICIONES AKAL, S. A., 2010
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
¡La fe es una roca! ¡Es como un sueño de oro macizo! Así se expresaba Sweet Prophet Brown, un predicador local, ante el reluciente mar blanco que formaban sus seguidores congregados sobre el asfalto, frente a las deterioradas fachadas de ladrillo de la calle 117, a la espera del multitudinario bautizo de masas que allí se iba a llevar a cabo. Gente de piel negra, café y mulata abarrotaba las aceras, se apiñaba en las ventanas de los edificios, se apretujaba en los malolientes portales, se agarraba a los postes de las farolas y se subía a los cubos de la basura para ver la actuación de tan fabuloso personaje. Entre los conversos, Alberta Wright, vestida con su ceñido uniforme blanco de empleada doméstica, miraba con adoración el rostro negro de Sweet Prophet. Alberta se sentía en éxtasis, y tal delirio resultaba contagioso. Había depositado su confianza en el Señor y Éste le había correspondido con un sueño millonario de 36.000 dólares. Cuando los fieles diáconos que sujetaban las mangueras antiincendios abrieron las espitas para dar comienzo al bautizo, los conversos entraron en un arrebato incontrolable. Bailaban, chillaban, gritaban y gemían, llevados por la emoción. Cantaban, rezaban y jadeaban y se ahogaban en un exultante frenesí. Las lágrimas bajaban a chorros por el estoico rostro de una anciana desdentada. «Aprisa, Dios, llévame mientras soy pura –rogó.»

Cuando Alberta dio enérgicos y largos tragos al agua de la botella bendecida por el profeta, se apoderó de ella un alborozado ardor. « ¡Le tengo dentro de mí! Tengo a Dios dentro de mí. Puedo sentirle en mi tripa.» De pronto las caras en su campo de visión se volvieron borrosas; los ojos comenzaron a salírsele de las órbitas y se le formaron perlas de sudor en toda la cara. Después se bamboleó y cayó al suelo, quedando tendida sobre la calzada mojada, de la que había comenzado a emanar vapor.

Durante el período de tiempo que Alberta Wright permanece oficialmente muerta, varios buscavidas se sitúan tras la pista de sus 36.000 dólares: Sugar Stonewall, el «hombre» actual de Alberta; un navajero llamado Susie, y Dummy, un ex-peso pesado sordomudo, «soplón» de la policía y aspirante a chulo de poca monta. El judío Abie Finkelstein, especulador mobiliario, primero, y Rufus Wright, marido de Alberta -a quién ésta no ha visto en casi un año- después, son asesinados. Los problemas no hacen sino comenzar para los maleantes y el trabajo se acumula para Coffin Ed y Grave Digger.

Himes fue un profesional tenaz, un hombre que siempre hizo su trabajo y que siempre tuvo una perspectiva aguda de la sociedad. Todo lo que escribió tiene un sello indiscutible, y sus novelas sobre Harlem son un género literario en sí mismas. Su voz singular, la exacta economía de imágenes y descripciones, la correcta adecuación de sus caracterizaciones y la velocidad que imprimía a sus relatos son constantes en su narrativa.

En «El gran sueño de oro» Chester Himes se reitera en su imagen de Harlem –más bien, de su respuesta a Harlem- como un lugar mísero, sombrío, condenado a la violencia y al crimen, donde la gente más honrada debe ir provista de una navaja para protegerse de los maleantes. Cuchillos y pistolas son objetos corrientes, en un lugar donde el asesinato es un acto frecuente y muchas veces llevado a cabo sin justificación alguna. Harlem es un paraíso para los drogadictos, chivatos, putas, chulos, timadores y estafadores, que se valen de la inocencia y la ignorancia de sus semejantes para su provecho personal. El «Profeta» encarna una figura recurrente en la novelística de Himes, la figura del embaucador, aquél cuyo negocio es «pescar a los pecadores», y que se aprovecha de la devoción religiosa de los demás para amasar una fortuna personal considerable. El caso de Sweet Prophet es aún más ofensivo si se tiene en cuenta que recurre incluso al hipnotismo para sablear a sus fieles. 

Aunque las novelas de Harlem se desarrollan claramente en la línea de la novela policíaca moderna establecida por Hammett y Chandler, nunca fueron auténticas obras de género. Cumplían muy pocos de los requisitos tradicionales y se fueron alejando cada vez más de las ideas preconcebidas sobre la novela negra. En las primeras entregas se resolvían algunos crímenes, pero hay un movimiento progresivo hacia el disfrute de la propia escena -de Harlem- como vehículo para retratar a los personajes y a la sociedad. Así, en «El gran sueño de oro», Chester Himes sorprende por su profundo conocimiento de los bajos fondos y de los negocios clandestinos, tráfico éste que abarca las loterías ilegales -de cuyo funcionamiento ofrece una detallada descripción- y las diversas técnicas de los carteristas y otros rateros, amén de la viva estampa, explícita y realista, que desarrolla del mundo de la droga -opio, marihuana y alcohol-.

Las novelas de Chester Bomar Himes sobre «Harlem» poseen una fuerza obvia. Emocionan enormemente al tiempo que envuelven por completo. Se significan por su gran contenido social, personal y simbólico. Ocultan en sus páginas una tragedia humana desoladora plagada de un fuerte humor popular. Cierto es que, a lo largo de los años, la narración ha sido acusada de carecer de orden, pero es en ese desorden precisamente donde radica su punto fuerte. 
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

miércoles, 2 de septiembre de 2015

JAMES HADLEY CHASE, ¿IMITADOR, CÍNICO O SIMPLEMENTE ROMÁNTICO?

---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
La muerte del escritor británico James Hadley Chase, ocurrida en Corseux-sur-Vevey (Suiza) el 6 de febrero de 1985, a los 78 años, puso fin a una misteriosa leyenda, o al menos éso creemos. Durante sus últimos años Chase vivió totalmente aislado de admiradores y periodistas; todo un complejo sistema de vigilancia se levantó alrededor de su residencia en la citada localidad suiza. Quienes le trataron en los últimos momentos de su vida aseguran que ésta se redujo a una permanencia inamovible y continua frente a su mesa de trabajo. La prensa llegó incluso a teorizar sobre la posibilidad de que sus últimas novelas fueran obra de otra persona y que su presunta muerte hubiese sido convenientemente ocultada.

Las leyendas en torno a Chase proliferaron en el pasado a borbollones como si poseyesen la virtud de regenerarse cual cabeza de hidra. Hay quien llegó a sostener que el autor formaba parte de la cuadrilla de escritores norteamericanos asentados en la élite de la novela negra. El propio James Hadley Chase había contribuido a alimentar tal especulación en sus inicios literarios. Su célebre «No hay orquídeas para Miss Blamdish» surgió en el verano de 1938, tomando como reflexión el «Santuario» de William Faulkner, y como báculo una serie de mapas detallados y un diccionario de términos norteamericanos.

James Hadley Chase no solo domicilió gran parte de sus novelas en Estados Unidos sino que llegó a imitar con maestría el estilo de los más entendidos escritores norteamericanos de serie negra. Su atrevimiento estilístico y su dependencia temática fueron tan grandes que algunos de los más afamados maestros norteamericanos del género llegaron a verlo con malos ojos. James M. Cain,  autor de «El cartero siempre llama dos veces», lo denunció por plagio y, lo que es peor, le ganó el pleito. Asimismo en 1943, el autor de novela negra anglo-americano Raymond Chandler declaró que Chase había incluido secciones completas de sus trabajos en «No hay orquídeas para Miss Blandish». El editor de Chase en Londres, Hamish Hamilton, obligó a éste a publicar una disculpa en The Bookseller.

Chase, con un ritmo de escritura casi febril y una habilidad poco frecuente para mezclar humor y violencia, fue siempre un escritor notable pero nunca un artista. Su escritura, despojada y directa, tiende a acercarse más al estilo de Dashiell Hammett que al de Raymond Chandler.

En las historias de Chase el protagonista trata de adquirir un estado de bienestar cometiendo un crimen, un fraude o un robo. Sin embargo, el proyecto suele fallar degenerando a su vez en un homicidio y su posterior investigación y creándose una situación en la cual el personaje llega al convencimiento de que nunca tuvo la más mínima oportunidad de saldar sus problemas. Las mujeres que callejean por sus novelas pueden, sin el menor remordimiento, ser calificadas de fatales -hermosas, inteligentes y traicioneras son capaces de matar sin piedad si tienen que ocultar un crimen-. Los argumentos de sus obras envuelven a familias disfuncionales, y el final suele justificar el título del libro. Unas veces, el autor teje simplemente un típico armazón de suspense, pero otras, logra caracterizaciones notablemente sólidas de los personajes, caracterizaciones que conducen la trama a senderos bucólicos y románticos.

Junto con «No hay orquídeas para Miss Blamdish», hay que incluir entre las obras más exclusivas y seductoras de James Hadley Chase la dramática historia de amor «Eva», novela escrita en 1945. En ella, Eva Marlow narra en primera persona el camino de autodestrucción que recorre Clive Thurston desde que se conocen, y la posterior caída de aquél desde los altares de la fama hasta los terrenos pantanosos del alcoholismo, el juego, los celos, el engaño y la mezquindad.

En el terreno literario cabe evocar aquellas novelas que combinan la consideración hacia los escritores norteamericanos considerados «duros» con los hallazgos poéticos del autor, léase «Una corona para tu entierro» (1940), «Con las mujeres nunca se sabe» (1949) y «Un loto para Miss Quon» (1961).

Dos de los adjetivos que mejor se adaptan al estilo de Chase, la «crueldad» y la «doblez»  emulsionan en los momentos de mayor brillantez del novelista y generan románticas delicadezas y auténticos testimonios sociales. No cabe duda que, si alguien llegó a acercarse sin rubor a las formas externas de la novela negra norteamericana, ése fue Hadley Chase, y ahí radica la auténtica razón de su éxito y de su leyenda.
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

martes, 1 de septiembre de 2015

EL EXTRAÑO ASESINATO. (Chester Himes)

EL EXTRAÑO ASESINATO (The Crazy Kill)
Chester Himes
TRADUCCIÓN: Axel Alonso Valle
EDICIONES AKAL S. A., 2010
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Un robo, un asesinato, una víctima y un testigo. Con estos «simples» ingredientes y el añadido de unos diálogos dirigidos a presentarnos a los personajes y enriquecer la narración, Himes nos sorprende con una historia donde nada es lo que parece...

Son las cuatro en punto de la madrugada del miércoles, 14 de julio, en Harlem, EE.UU. La Séptima Avenida se encuentra oscura y solitaria. Un hombre de color se desliza furtivamente por el lado de la calle colindante a una hilera de coches aparcados al borde de la acera. Sin pensarlo dos veces mete su largo y desnudo brazo por la ventanilla de un sedán negro y se apropia de la bolsa que contiene las monedas que el propietario de la tienda de alimentación A&P utiliza para dar el cambio. Detrás del ladrón, que huye como alma que lleva el diablo, salen en su persecución el encargado de la tienda y un policía de color de servicio en esos momentos. En el mismo edificio donde se ubica el comercio, tres plantas más arriba, el reverendo Short, un pastor evangélico que remedia sus problemas nerviosos empinando el codo para realizar con delicadeza la operación de trasegar combinados de brandy con opio del vaso al estómago, lo observa todo desde la ventana de uno de los dormitorios. Pero - casualidades del destino- tiene la desgracia de inclinarse demasiado y cae al vacío. Parece que ha llegado su hora, sin embargo una cesta de mimbre llena de pan recién hecho, situada delante de la tienda de comestibles que hay debajo, le salva de la muerte. Cuando el reverendo mira hacia arriba la ventana iluminada del dormitorio sigue allí. La espaciosa sala de estar del mismo apartamento del que cayó está abarrotada de amigos de Big Joe Pullen que lloran su muerte. Lo de «llorar» es un decir, pues en realidad lo que allí se celebra es una fiesta en toda regla. La viuda vestida de luto supervisa el servicio de refrigerios y los demás lamentan la pérdida por pura amabilidad y por el alcohol que circula por sus venas, y porque resulta fácil lamentarse con aquel calor asfixiante. Deep South canta a pleno pulmón, con su voz ronca y grave, al tiempo que sus gruesos dedos negros bailan enérgicamente sobre las teclas del gran piano de cola: «Esfúmate, compadre, esfúmate y vete con Jesús...»

De regreso al apartamento el reverendo Short, tiene la visión de un hombre muerto. Se asoma a la ventana y en la misma cesta en la que aterrizó observa el cuerpo de Valentine Haines, con un cuchillo clavado en el pecho. El cuerpo yace cuan largo es sobre el blando colchón de panes de molde envueltos, como si la cesta hubiera sido hecha a medida para él. El cuchillo sobresale de la chaqueta justo por debajo del bolsillo del pecho y la sangre dibuja formas irregulares sobre la camisa y la corbata. La pregunta surge por si sóla: ¿quién cometió el asesinato? ¿Cuál fue el móvil del crimen? ¿Qué papel juega en todo ésto el reverendo?

Himes tiende a mezclar la violencia con el humor. Ésto se hace evidente desde la primera escena en que el reverendo Short, mientras observa un robo desde una ventana, se inclina demasiado, pierde el equilibrio y cae, teniendo la suerte de aterrizar en una cesta de pan. De hecho, este mismo personaje, acapara gran parte del humor que desprende la novela. La diatriba que profiere en el funeral de Big Joe gritando, soltando manotazos a las moscas que tratan de posarse en su cara y escupiendo saliva caliente como un aspersor de jardín mientras apunta con un dedo tembloroso justo en dirección a Dalcy, la hermana de Valentine Haines, al tiempo que exclama como un poseso ¡Asesina!, ¡Adúltera!, es memorable. No se puede negar que la novela es francamente divertida pero no sería justo dejar de reseñar que Himes utiliza esos elementos humorísticos con el fin de aligerar algunas situaciones, como sucede con el interrogatorio de un «supuesto» testigo del asesinato de Haines; testigo de nombre Iron Jaw y de profesión «desplumador de pollos», quien niega haber estado presente en el lugar de autos la noche del crimen: «No sé de qué´stán hablando, jefe. Estuve´n la cama toa la mañá dormío común tronco hasta que me fuí a trabajá», declaración que se produce momentos después que la pareja de policías es atacada por un pollo que comienza a soltar graznidos y a revolverse, aleteando y tratando de salir de la parte baja de la chaqueta en la que Jaw le lleva retenido. Estos elementos humorísticos, no obstante, tienen la consideración de secundarios en una narración un tanto laberíntica.

«El extraño asesinato» es la tercera novela de la serie que Himes dedicó a Harlem. A simple vista el asesinato de Valentine Haines parece desconcertante, un acto realizado al azar y generado por la mezquindad y la locura de las calles. Sin embargo, la reacción que éste genera en las personas más allegadas al fallecido sugiere que es la consecuencia de toda una serie de pasiones encontradas y ocultas. Un hecho que revela que estos acontecimientos forman parte de un sistema con su propio código interno de la justicia y el orden. Cierto es, que al final, el orden se restablece y la justicia prevalece, pero enfáticamente no es un orden impuesto desde fuera por la sociedad oficial y sus agentes negros. Más allá de todo eso, la novela introduce al lector en un mundo denso, poblado de personalidades dramáticas al tiempo que brillante en detalles concretos.

Estamos, sin ningún género de dudas, ante una buena narración. Y si usted, amigo lector, es amante de la novela negra, estoy en condiciones de asegurarle que se encuentra ante un fascinante relato. Una historia propia de un autor en extremo sobresaliente. Y todo ello, a pesar de que éste no sea precisamente su mejor trabajo.
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------