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domingo, 4 de octubre de 2015

CORTAFUEGOS. (Henning Mankell)

CORTAFUEGOS (Brandvägg)
Henning Mankell
TRADUCCIÓN: Carmen Montes Cano
TUSQUETS EDITORES, S. A., Marzo 2014
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Dos muchachas -dos niñas en realidad, de 19 y 14 años-, Sonja Hökberg y Eva Persson, tras tomar un par de cervezas en un restaurante especializado en la venta de pizzas, deciden pedir un taxi. Eva toma asiento junto al conductor y Sonja detrás. En las afueras de la ciudad hacen que el taxista se detenga con el pretexto de que Eva desea sentarse en el asiento trasero con su amiga. Tan pronto como la operación de aparcar concluye Sonja golpea al taxista en la cabeza con un martillo y Eva, que aún continúa en la parte delantera, lo apuñala en el pecho con un largo cuchillo de cocina. En el ulterior interrogatorio a que son sometidas por la policía las chicas se confiesan culpables de inmediato, compartiendo la responsabilidad del delito, y aduciendo la necesidad de dinero como móvil. Ambas se manifiestan altamente agresivas pero indiferentes, disociadas en grado sumo de la realidad que acaban de vivir. Su falta de responsabilidad es desconcertante. Sonja se niega a hablar a menos que se le facilite un «chicle» y parece realmente desconcertada ante la negativa de permitirle volver a casa. Por su parte Eva golpea a su madre en el rostro con gran crueldad. -¡Saca de aquí a esta vieja! ¡No quiero verla más!- Mataron a alguien ¿y qué? Kurt Wallander no alcanza a comprender los motivos que las llevaron a ambas a cometer semejante atrocidad. “Necesitábamos dinero”, éso es todo. La mayor de las chicas, Sonja, huye de la comisaría en un momento  de descuido, para ser hallada más tarde carbonizada, probablemente tras haber sido asesinada, en una central eléctrica a las afueras de Ystad. Tras este suceso Eva modifica su declaración y se retracta de su primera confesión.  

«Cortafuegos» es un "cuento de hadas desagradable", que se desarrolla a partir de la muerte de un taxista y que permite «saborear» masivos delitos informáticos, indescifrables conspiraciones políticas y grotescos asesinatos; acontecimientos todos ellos firmemente atesorados en el espacio reducido de una novela de misterio genérica, en el ámbito que todos habitamos -para Wallander, en el gótico remanso provincial de la Escania sueca, tan familiar y desconocida a la vez-.

El mundo de Wallander -como es ya habitual- es triste e insufrible y está dominado por una formidable cuota de miedos y oscuridad. El personaje se ve constantemente abatido no sólo por los crímenes con los que debe apechugar, sino por el desencanto que le produce su propia vida. Malhumorado, se medica a sí mismo contra la gripe. Su auto se cae a pedazos mientras él se pregunta si alguna vez va a tener tiempo para hacer algo al respecto. Su padre está muerto, su hija es mayor de edad y vive su propia vida, su único amigo se plantea un futuro lejos de Suecia. Su preocupación porque el departamento de policía decida deshacerse de él no remite. «No puedo seguir llevando esta vida -se dijo irritado-. Tengo cincuenta años, pero me siento un anciano sin fuerzas.» Sin saber cómo ni por qué se ve redactando un anuncio para las columnas personales del periódico local de Ystad, en el que solicita compañía: «Agente de policía de cincuenta años, separado, una hija mayor, busca conocer a alguien con quien pasar el rato cuando se tercie. Ha de ser una mujer guapa, tener buen tipo y poseer cualidades eróticas. Enviar respuesta a “Perro viejo”».

En «Cortafuegos» Wallander se presenta tan sólo como siempre y a la vez tan confundido como siempre, preocupado en extremo por el estado del mundo que le rodea. «Creo que no tengo ni idea de qué es lo que estoy presenciando, en realidad. Lo que sí sé es que éste es un país marcado por el desarraigo y herido por su propia vulnerabilidad.» Esta es la razón que nos lleva a identificarnos con el personaje, un personaje que nos recuerda constantemente que el mundo se nos ha ido de las manos. Su confusión es sin más un reflejo de la nuestra.

Igualmente humano y alejado de cualquier especialización, su método de investigación nos libera de las complejidades técnicas y del erotismo tedioso que durante años ha acompañado al thriller estadounidense. Su conocimiento de las armas de fuego no alcanza más allá de las consecuencias de su uso. Tampoco sabe nada de coches. E incluso ahora, en medio de una investigación que gira en torno a los ordenadores, éstos le son totalmente ajenos. Son piezas de mobiliario. En lugar de buscar el interruptor de encendido para rastrear la evidencia en su interior recurre a levantar el teclado con cuidado para ver si alguien ha dejado algo interesante debajo. Los describe como “grandes” o “pequeños”, como si de un simple armario se tratara.

Las desventajas que presenta seguir una investigación a través de los ojos de un personaje como Wallander son obvias. La penumbra en la que éste se mueve puede deprimir al lector más animoso. Si a esto añadimos el tono pesadamente sueco (aquí aliviado por una traducción más enérgica de lo habitual) conseguimos que la narración se vuelva propensa a una especie de agresividad pasiva. Pero a pesar de esto, el realismo de «Cortafuegos» no tiene la suficiente capacidad para reducir el placer que proporciona la lectura de la obra de Henning Mankell.  
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