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viernes, 23 de octubre de 2015

EMPIEZA EL CALOR. (Chester Himes)

EMPIEZA EL CALOR (The Heat´s On)
Chester Himes
TRADUCCIÓN: Facundo Piperno
R. B. A. Libros, S. A., 2012
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Hay algunas cosas que usted puede confiar encontrar en las novelas de Chester Himes, sobre todo en aquellas que cuentan con «Coffin» Ed Johnson y «Grave Digger» Jones como figuras centrales: unos personajes coloridos, un dialecto distintivo, una sensibilidad racial feroz y un montón de caos. Un caos bestial. Las historias, por su parte, son gratamente aceptadas y carecen de cualquier clase de auto-análisis. EMPIEZA EL CALOR no es una excepción. Hay caos más que suficiente, un gigante drogadicto albino, un enano jorobado, un perro de ataque del tamaño de un pony, una curandera y varios y diversos personajes que giran a su alrededor y que le confieren a la novela, sin duda, un colorido local adecuado. Incluso puede usted disfrutar con la voladura accidental de una casa de estilo señorial antiguo, hecha añicos con una dosis excesiva de nitroglicerina; una explosión motivada por la ambición de un criado negro heroinómano poco experto en tales menesteres, quien cuenta para estas funciones con la presencia de una cabra. Y como ya es bien sabido, quien se asocia con seres tan estúpidos, quien como dice el dicho popular está más loco que la propia cabra, suele salir desintegrado por los aires. Hecho que usted «contemplará» con todo lujo de detalles.

Cuando los detectives Johnson y Jones son suspendidos por el tratamiento infligido al enano jorobado (éste muere en mientras se encuentra detenido) y posteriormente Digger es disparado y abatido, Ed se abandona a su carácter. Se convierte en una especie de máquina brutal, frenética, apenas contenida. Su cara se deforma por el terror y adquiere el carácter de un maníaco homicida. Y, mientras sobre Harlem se abate un calor humeante,  parte en busca de los responsables de todo este lío. Himes muestra en esta entrega su aversión por el tráfico de drogas que causó la ruina de la ciudad en aquel entonces y alcanzó a las capas más menudas de la sociedad. Su actitud choca con la disposición moderna y permisiva de muchos líderes negros, que desaprueban las duras sentencias de prisión para los traficantes de drogas. 

Todo comienza cuando los detectives «Coffin» Ed Joohnson y «Grave Digger» Jones tienen que atrapar a dos delincuentes. Son  dos fugitivos de aspecto llamativo, un gigantón negro albino de cortas luces y un traficante enano. La operación en principio no parece complicada, sin embargo en el Harlem de los años 50 las cosas nunca son tan sencillas como aparentan. El jorobado resulta detenido pero el albino entra en contacto con una peculiar dama, la «Hermana Celestial», una curandera a la vieja usanza, poseedora de una casona destartalada de arcaico estilo italiano –la «Clínica Celestial»-, conocedora de métodos antiguos de probada eficacia entre los que se encuentra la aplicación de sus «polvos celestiales», y que maneja la cantidad de droga suficiente para ultimar a un ejército de adictos. Sin embargo su único vicio es fumar marihuana en una pipa de espuma de mar, con la caña curva y el hornillo tallado. Eso sí, posee una desmedida ambición por el dinero -no existe nada que no esté dispuesta a hacer por dinero-, una ambición que la lleva a la búsqueda del hipotético plano de un tesoro. Un plano en el que ni ella misma cree. «¡El mapa de un tesoro! –chilló-. ¡Un tesoro perdido! ¿Todavía crees en esas cosas, con lo grande que eres?».

Emigrado del Sur a principios del siglo pasado, hacinado en un gueto del Norte, el pueblo negro es contemplado por el blanco como un colectivo inferior, una sociedad recluida que se ha visto obligada a crear sus propias reglas. El mundo americano, con su actitud mezquina hacia la comunidad de color, ha logrado enfrentar a los negros consigo mismo, abandonándolos a su propia miseria, aislándolos en un universo cerrado y conduciéndolos a su propia autodestrucción. El Harlem que descubrimos a través de las páginas de Himes es duro y amenazador, pero a la vez, seductor y atrayente. La galería de personajes con los que tienen que relacionarse «Coffin» Ed Johnson y «Grave Digger» Jones en EMPIEZA EL CALOR -músicos de jazz, cantantes de blues, mafiosos, jugadores, putas, ladrones y demás escoria de la humanidad; vendedores ambulantes de sueños, el polvo mágico y la caricia del sexo ardiente; hombres furtivos e indignados, mujeres que han estallado en lágrimas, engreídos bufones; tipos a los que les da igual que los pillen y otros que confían en arreglarlo todo con el dinero- hace de Harlem un universo único e irreal, por el que es inevitable sentirse atraído.
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