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viernes, 9 de octubre de 2015

HENNING MANKELL: IN MEMORIAM

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Henning Mankell  murió el pasado 5 de octubre en Gotemburgo (en el sur de Suecia) a la edad de 67 años –había nacido el 3 de febrero de 1948- después de haber compartido sus últimos años de vida con un cáncer del que tuvo conocimiento el año pasado. Su padre, Ivar Mankell, fue juez, y su abuelo, también llamado Henning Mankell, compositor y pianista. Mankell redefinió Suecia como una sociedad ficticia e indeseable en si misma, y se apropió de ese carácter de territorio peligroso para ubicar en él a sus personajes novelísticosRetomó la tradición sueca ya existente desde los tiempos de Sjöwall y Wahlöö de considerar a la escritura criminal como un soporte donde apoyar una crítica social de izquierdas y le dio reconocimiento internacional, valiéndose para ello del melancólico y solitario detective Kurt Wallander.

La naturaleza de su literatura queda cumplidamente expuesta en la primera novela de la serie de Wallander, «Asesinos sin rostro, (1991)», cuando el detective se encuentra en la escena de un crimen y piensa en su propia esposa, que lo ha abandonado, al tiempo que se pregunta por dónde empezar. «Un asesinato bestial, pensó. Y si tenemos mala suerte hasta puede llegar a ser un doble asesinato».

Existen detectives literarios de edad madura, que gestaron su carrera en tiempo presente y pasado y que llegaron a someterse a su futuro –considérese el Martin Beck de Sjöwall y Wahlöö- pero, y sin quizás, Wallander fue el ejemplo más natural y, probablemente, el más exitoso de todos. Apareció por primera vez cuando Suecia se distanciaba ya de la utopía optimista de los años 1960 y 70, de manera que la corrupción y el deterioro físico y psíquico del héroe encontraron eco en la corrupción y el deterioro de la sociedad que le rodeaba. Wallander se abrió paso a través de la melancolía que le era inherente en un viaje a través de la probidad que le resultó sumamente exitoso. Después de un comienzo incierto, las 10 novelas vinculadas a su persona (más un volumen de cuentos y un relato centrado en la figura de su hija Linda) se vendieron a millones en varios idiomas. A medida que la serie fue avanzando el personaje fue volviéndose más desgraciado: “Cada vez que llegaba a casa por la noche después de un día de trabajo estresante y deprimente, recordaba que en otro tiempo había vivido allí con una familia. Ahora los muebles lo miraban como acusándolo de deserción”, se reprochó con amargura en su última novela, «El hombre inquieto, (2009)».

Mankell nunca fue un hombre frustrado a pesar de que su infancia no resultó fácil. Si algo caracterizó su vida fue su desmedida inquietud y la gran dosis de energía que le acompañó hasta la hora de su muerte. Prueba de la gran capacidad vital de la que hizo gala anida en el hecho de que a los dieciséis años decidiera abandonar la escuela para enrolarse en un barco mercante. Mankell nació en Estocolmo, hijo de un juez, Ivar, cuya esposa, Ingrid, les abandonó a ambos al año siguiente de su nacimiento. Ivar se trasladó con sus hijos a Sveg, en el condado de Jämtlands Iän, un pequeño pueblo del municipio de Härjedalen, donde vivieron hasta que Mankell cumplió los 13 años, momento en el que se mudaron a Borås, una ciudad menos aburrida a las afueras de Gotemburgo, a unos cientos de millas al sur.

En aquellos años Henning leía intensamente. Su desmesura le llevó a crearse una madre imaginaria para reemplazar a aquella que lo había abandonado. «Trabajo mejor cuando la imaginación es tan valiosa como la realidad», fue su justificación a este confortable hecho. Él siempre recordó su infancia como un tiempo sumamente feliz, y la Suecia de finales de los años 50 y principios de los 60 como un lugar paradisíaco para un niño de su edad. Después de tres años en Borås, ya con 16 de edad, abandonó la escuela y se fue de casa, trasladándose primero a París y luego a la mar, donde desarrolló labores en un carguero. En 1966 regresó de nuevo a París donde llevó una vida bohemia, decidido a convertirse en escritor. Tomó parte en los movimientos que desembocaron en la revuelta estudiantil del 68, para luego regresar a Suecia y trabajar como tramoyista en Estocolmo. Allí escribió su primera obra, sobre el colonialismo sueco. En 1973, publicó una novela sobre el movimiento obrero y voló a África con los ingresos obtenidos de su venta. El continente africano se convirtió en un segundo hogar para él, y pasó gran parte de su vida allí, siendo fundador y luego ejecutor de un teatro en Mozambique desde 1986 en adelante.

Desde una temprana edad se interesó de lleno por la política de izquierdas. Después de regresar de París, donde como quedó dicho participó en las manifestaciones del 68, y ya instalado en  Estocolmo, se manifestó contra la guerra de Vietnam y el sistema universitario, y pasó gran parte de los años 70 en Noruega muy cercano a un grupo maoísta al que pertenecía su pareja de entonces.

Sin embargo fue África la que llegó a hacerle apreciar las desigualdades del mundo e intensificar su repulsión por las mismas. Hizo campaña contra el sida y las minas antipersona -cada año más de veintiséis mil seres humanos mueren o sufren traumáticas mutilaciones debido a las explosiones de estas armas-, también contra las drogas generadoras del sida al tiempo que alentó un proyecto sobre el recuerdo de los fallecidos. «África me ha enseñado que hay un enorme sufrimiento innecesario en la humanidad. Enseñar a todos los niños del mundo a leer y escribir no costaría más de lo que la sociedad occidental gasta en comida para perros», llegó a comentar.

La mayor parte de su vida laboral se dividió entre la novela y el teatro. Henning Mankell fue un escritor prolífico, llegando a publicar hasta tres novelas al año. Su obra puede ser acusada de irregular pero no hay duda de la pasión que se esconde detrás de ella. Wallander vio la luz después del regreso de Mankell de una larga estancia en Mozambique, cuando comprobó que Suecia se había convertido en un país mucho más racista que en los años 60, tiempo aquél en que los inmigrantes prácticamente no existían. La mayoría de sus libros se encuentran estrechamente ligados a las convenciones progresistas y reformadoras de la Suecia del siglo 20. En su mundo siempre fue posible encontrar una sociedad más abierta y honesta de la que a él se le ofrecía, así como Maj Sjöwall y Per Wahlöö la encontraron en la Unión Soviética de su tiempo.

El éxito mundial cosechado con Wallander no frenó la producción literaria de Mankell. Antes al contrario la impulsó con más energía. Entre su capital se encuentra una trilogía, «El secreto del fuego», (Eldens Hemlighet, 2007)», centrada en las desventuras de una niña mozambiqueña de 12 años, Sofía, que tuvo la desgracia de perder ambas piernas al pisar una mina terrestre. Asimismo dio vida a una novela, «El chino, (Kinesen, 2008)» en la que un fotógrafo descubre a toda una familia de 19 miembros asesinada en una aldea sueca, víctimas todos ellos de un personaje asiático, y todo como como venganza por el trato dado por los antepasados de aquellos ​​a los suyos en los EE.UU. en el siglo XIX.

Mankell fue un hombre comprometido con la época que le tocó vivir. Sus inquietudes sociales le condujeron a tomar partido por la causa palestina en el conflicto que este pueblo mantiene con los israelíes desde comienzos del siglo XX. En 2010 se enroló en uno de los barcos que intentaron romper el bloqueo de Gaza, llegando a ser capturado por los comandos israelíes. Su celo le llevó a comparar a Israel con Sudáfrica, afirmando que se estaba gestando en la zona un nuevo apartheid. En años posteriores advirtió que las tecnologías digitales se están utilizando para hacer que el individuo sea cada vez más transparente, mientras que los gobiernos y las empresas pueden operar entre bambalinas a su libre albedrío.

Utilizó parte de su fortuna para obras de caridad. Favoreció a las aldeas de niños menesterosos en Mozambique; propició un premio teatral en Suecia y otro, para fomentar la escritura, en el norte del país, donde había pasado gran parte de su infancia. Sveg cuenta con un museo construido en su honor. Compró una casa en las afueras de la ciudad y la donó para uso y disfrute de escritores y dramaturgos necesitados de un lugar digno donde trabajar.

El cáncer ha sido la última de sus experiencias a la que no ha logrado sobrevivir físicamente, sin embargo su recuerdo, tanto humano como literario, está ahí, gravitando sobre la mente de todos aquellos que tengan a bien interesarse por su obra.
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