EL TALENTO DE MR. RIPLEY (The Talented Mr. Ripley) Patricia Highsmiths TRADUCCIÓN: Jordi Beltrán EDITORIAL ANAGRAMA, S. A., 2008
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Un
huérfano infeliz de 23 años de edad, Tom Ripley, vive en la ciudad de Nueva
York intentando evadir una extorsión casual. Sus padres murieron siendo él
muy pequeño y Ripley se crió en Boston con su tía Dottie. Ésta, una persona de
carácter glacial, tiene a Tom en baja consideración -«¡Es un mariquita! ¡Un
mariquita de arriba abajo! ¡Igual que su padre!»- Una noche, en un bar de la Quinta
Avenida, es abordado por Herbert Greenleaf, padre ricachón de un pseudo-conocido,
Dickie Greenleaf. Herber está buscando a alguien que pueda persuadir a su hijo de
abandonar la vida bohemia que lleva en la localidad italiana de Mongibello, y volver
a casa. A Tom la oportunidad se la pintan calva. Una oportunidad que le
brinda la posibilidad de dejar atrás una vida llena de problemas. La verdad es
que había estado viviendo a salto de mata, sin ahorrar un céntimo y ahora, por
primera vez en su vida, se ve obligado a esquivar a la policía. Lo que encuentra
cuando localiza a Dickie es algo que no esperaba: una visión de la existencia
privilegiada que siempre había soñado.
La
lente de Highsmith, sin embargo, no es de color de rosa. La realidad es
que Ripley le da una vuelta de tuerca al sueño del expatriado
americano. Donde otros pueden apreciar hermosos paisajes, familias
felices, o el capital necesario para un
romance, Highsmith ve la duplicidad, el engaño, el fraude, la falsificación, la
perversidad, la lujuria y una lucha intratable entre el amor y el odio, que se
desvía hacia el asesinato. Así, mientras que Tom podría llegar a apreciar
a Dickie, la realidad es que lo llega a asesinar, adoptando posteriormente la
identidad de éste. Viste sus ropas, luce sus joyas y adopta sus gestos, con un
éxito sorprendente. Más sorprendente aún es observar cómo Highsmith engatusa al
lector, animándolo en la confianza de que todo va a salir bien. De alguna manera nos
encontramos con la esperanza de que este psicópata asesino logre salirse con la
suya.
En
muchos sentidos Ripley no es muy diferente a la propia Highsmith. Ella
tuvo la sensación a lo largo de toda su vida que merecía una clase social más
alta. Un sentimiento de orfandad la acompañó siempre. Su madre vivió hasta los
95 años, pero siendo Patricia una adolescente le confesó que había tratado de
abortarla bebiendo trementina. “Aprendí a vivir muy pronto con un odio profundo
hacia quien consideraba una asesina”, manifestó una vez. “Y aprendí,
asimismo, a reprimir mis emociones más positivas.” Desde la adolescencia ella
se dio cuenta de su atracción por las mujeres. A los 24 años, escribió en
uno de sus numerosos diarios: “Me preocupa la sensación de ser varias
personas a la vez. Hay una diferencia, cada vez más aguda, entre mi yo interior
-que sé que es el verdadero yo- y mis otras caras del mundo exterior”.
Ripley
le proporcionó una ventana por la que pudo canalizar toda su rabia. En sus
escritos ella buscó venganza por los daños y faltas que sufrió durante toda la
vida a manos de los demás. Venganza
no sólo por el menoscabo causado por su madre (a quien amó y odió con una
fuerte pasión), sino también por aquel causado por sus amantes (a quienes
acusaba de no amar, o de amar mal o simplemente de no ser dignos de ser amados),
por el gobierno (de imposición injusta), por la sociedad (por ser un lugar en
el que la homosexualidad era considerada una enfermedad digna de ser tratada), por
su padre biológico (a quien acusaba de abandonarla), por su padrastro (por el «robo»
de su madre), por los directores y editores de sus novelas (por rechazarla), y
así hasta el infinito. Highsmith, no obstante, dedicó sus libros a sus amantes,
ex amantes, y también a su madre. Los rigores de la vida la condujeron al
alcohol, pero también fecundaron
en ella un fervor que la llevó a escribir sobre las mayores brutalidades
imaginables. Y fue Ripley, precisamente, el personaje que encarnó la mayoría.
Al
detallar a Ripley, Highsmith le atribuyó muchos de sus propios rasgos y “pequeños
hábitos obsesivos”. Y al igual que Ripley, que ocultaba a la vista su
verdadera personalidad, tal era el modus operandi de Highsmith. A pesar de
que trabajó durante años escribiendo cómics antes de publicar un solo libro, su
primera novela «The click of the Shutting»,
escrita a la edad de 22 años, nunca fue editada. Publicó su única novela “lesbiana”, «El Precio de la Sal», bajo
el seudónimo de Claire Morgan. Treinta y tantos años después la reimprimió
con el título de «Carol», descubriendo, entonces sí, su verdadera
identidad.
Siempre
hubo una dicotomía en ella. Fue acusada de misoginia, aunque prefería escribir
sobre los hombres debido a que «las mujeres están atadas a la casa, atadas a
alguien, no son independientes para viajar y no poseen fuerza física, en caso necesario». Algunos
de sus contemporáneos la tacharon de misantropía y posiblemente no andaban
muy desencaminados en ello. Ella siempre se inclinó por la compañía de sus
muchos gatos y caracoles y una vez comentó: «Mi imaginación funciona mucho
mejor cuando no tengo que hablar con la gente». En última instancia, no fue
sólo su vida privada la que estuvo marcada por esa dualidad, sino también su
carrera. Tuvo mucho éxito, críticamente y comercialmente, en Europa, donde
vivió durante casi toda su vida, pero en su interior albergaba un deseo
insatisfecho de ser reconocida en los Estados Unidos, cosa que si logró Ripley.
Aunque «El talento de Mr. Ripley» logró
el reconocimiento en Francia y en los Estados Unidos, la figura de Highsmith
nunca alcanzó una gran significación literaria en América.
Una
estancia suya en Europa le inspiró el personaje del amoral Tom Ripley,
cuya primera aparición data de 1955 con esta novela precisamente, «El
talento de Mr. Ripley», escrita tras el primer viaje de la escritora al viejo
continente; viaje sufragado con los derechos cinematográficos de su primera obra,
«Extraños en un tren».
Con
este primer relato de la serie de Ripley, Highsmith obtuvo el «Grand Prix de Littérature Policière»,
estuvo nominada a «The Edgar Awards» a la mejor novela, y fue adaptada al
cine en dos ocasiones. El personaje aparecerá en otros cuatro cuentos y se
convertirá en uno de los más populares protagonistas de series policiales, aunque
-como ya sabemos- no es ni detective ni policía, sino, más bien, un estafador con
una inteligencia por encima de la normal. Estafador que suplanta a sus víctimas,
al tiempo que opera como ladrón y asesino ocasional, no se somete a la moral
establecida y crea sus propios valores. Y, con todo ello, a la gente le gusta
Ripley. Y es que hay algo infinitamente intrigante en esos personajes que
exteriormente se presentan de una manera, pero que internamente se manejan por un código que es totalmente diferente, y
no del todo escrutable.
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