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GALVESTON (Galveston) Nic Pizzolatto TRADUCCIÓN: Mauricio Bach Juncadella EDICIONES SALAMANDRA, S. A. |
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Como un encuentro entre «El halcón maltés» de
Dashiell Hammett y los cuentos de Raymond Chandler, la primera novela de Nic
Pizzolatto, «Galveston», narra la historia de un tipo duro desesperado que
lucha en vano contra su destino; un personaje que tiene el aire justo entre «Sam Spade» y el «Agente
de la Continental».
Las cosas no son tan malas como parecen en
este mundo, son peores. Poblada de prostitutas, mafiosos de poca
monta y un buen surtido de personajes faltos de moralidad, «Galveston» es una
novela que ofrece una visión sombría y a la vez hermosa de la vida; un
espectáculo no apto para los débiles de corazón. El abuso y el homicidio, la
perversión y depravación sexual, la ansiedad y la ambigüedad matizan la
existencia de una humanidad enloquecida. Con una visión fatalista de las cosas,
los individuos de esta novela caen presas de un mal endémico, en un sistema y
una sociedad donde los valores de la democracia, la ley, el orden y la justicia
se han desmoronado.
La violencia ha ensombrecido la infancia de
Roy Cady. Su padre alcohólico cayó al vacío desde la torre de
refrigeración donde trabajaba y se fracturó el cráneo; su madre nunca
llegó a recuperarse y años después se suicidó arrojándose a la carretera desde
un puente. Ella había trabajado años atrás para el propietario de un bar mafioso,
y a los 17 Roy comenzó a laborar para él. Con el tiempo se trasladó a
Nueva Orleans y se convirtió en el matón profesional de otro mafioso, Stan
Ptitko.
Ahora en 1987 y con 40 años de edad, Roy se
entera de que sus pulmones están repletos de copos de nieve; está
convencido de que su mal es terminal. Cuando Ptitko lo envía a intimidar a
un funcionario corrupto del sindicato de trabajadores portuarios, se tropieza
con una trampa; Ptitko lo quiere muerto. Roy sobrevive contra todo
pronóstico a un violento tiroteo y pone pies en polvorosa. Las cosas van
mal. Se aleja en un remolque, acompañado de una prostituta adolescente, Raquel
(«Rocky») Arceneaux. Al este de Texas rescatan de la miseria a una niña de 3
años de edad, Tiffany, supuesta hermana de Rocky y se dirigen a Galveston. Allí
se alojan en el Emerald Shores, un motel de carretera a pocas cuadras de la
playa de Galveston. Se unen a una inadaptada colectividad de «casos de mala
suerte»; allí todo el mundo huye de la destrucción o se dirige
irremediablemente hacia ella.
Mientras se escabullen por la Interestatal en
dirección oeste, en un viaje hacia el abismo, un mundo moteado de hiedra,
árboles escuálidos y aguas negruzcas se sucede ante los ojos rendidos de estos
personajes; un paisaje cuya gravedad tira de ambos hacia atrás en el tiempo y
los obliga a recordar las personas que han sido. Pizzolatto describe la
Costa del Golfo con un gemido: “El paisaje que recorríamos se fragmentaba como
una placa de arcilla rota en islas cubiertas de hierba, y el agua turbia y
cenagosa se extendía hacia el golfo, que se vislumbraba a lo lejos, por el sur.
Como un fuego incandescente, la luz del sol esmaltaba la superficie ondulada
del agua y el lodo de los bajíos.” O: «Pasamos junto al campo de fútbol
americano del colegio y al salir del perímetro del pueblo, en un cartel negro
clavado junto a la carretera, se leía en letras blancas: EL INFIERNO EXISTE.
La novela es de ambiente, con ese paisaje
entre Texas y Luisiana que derrite el cerebro de sus habitantes y que pone de
relieve un sello distintivo del noir americano: la búsqueda de su pasado. El
mundo de «Galveston» es un mundo pobre y mentiroso. «Estás aquí porque ésto
aparece en el mapa. Los perros resuellan por las calles. La cerveza no
aguantará fría mucho tiempo. La última canción nueva que te gustó salió hace
mucho, mucho tiempo, y ya nunca la ponen en la radio». Sin embargo, el pasado
es una quimera, así como el futuro, inventados ambos para adormecer las
acometidas del presente. Es aquí, en
Galveston, donde Roy tiene la oportunidad, fugaz y sin esperanza, de resucitar
lo poco bueno que todavía lleva dentro. Y así «Galveston», la novela, se
convierte en algo inesperado, una fábula que se ocupa de la recuperación del
espíritu, si no del todo de su redención.
Todo este caos se lleva a cabo en 1987,
cuando Cady asesina a un puñado de pobres diablos en su peregrinaje a la prisión
y su ulterior redención, pero la verdadera historia de Cady se desarrolla en
2008, cuando el huracán «Ike» azota la isla de Galveston. La pericia adquirida
con el tiempo permite a Cady hacer gala de la sabiduría del hombre avezado: «Me
he dado cuenta que toda la gente débil comparte una obsesión básica: una fijación por la idea de la
complacencia. Vayas a donde vayas, los hombres y las mujeres son como cuervos
atraídos por los objetos brillantes. Para algunos, los objetos brillantes codiciados
son otras personas, y antes que caer en esto más te valdría hacerte adicto a
las drogas.» Existen ciertas experiencias a las que no puedes sobrevivir;
después de padecerlas ya no existes de verdad, aunque hayas esquivado la
muerte. Lo que le pasó a Cady en el 87 le sigue pasando todavía en el 2008,
solo que han transcurrido veinte años y lo que pasó fue un relato...
Ya comenté una vez que los personajes noir
son «perdedores» por naturaleza. No importa cuán sombrío sea su panorama, no
importa cuán vana sea la lucha que estén dispuestos a afrontar; el héroe noir,
tal como está concebido -probablemente condenado al fracaso desde el principio-,
trata con todas sus fuerzas de superar su destino. El adalid noir puede ser un
“perdedor”, pero no es un “cobarde”.
Impulsada por un potente cóctel de licor y delincuencia,
«Galveston» es una novela trepidante, que obliga al lector a mantener la cabeza
fría y el corazón palpitante. Hay una honestidad abrasadora en sus páginas,
y Pizzolatto juega sus cartas en una buena mano de póquer, manteniéndolas a
cubierto, esperando hasta último momento para mostrar sus ases.
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