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lunes, 31 de octubre de 2016

BIBLIOGRAFÍA: FRED VARGAS

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FRED VARGAS
SERIE «COMISARIO JEAN-BAPTISTE ADAMSBERG»



EL HOMBRE DE LOS CÍRCULOS AZULES (L'Homme aux cercles bleus, 1991)

Unos misteriosos círculos azules trazados con tiza han comenzado a aparecer en las aceras de las calles de París. Dibujados durante la noche, contienen en su interior objetos cada vez más extraños, un desecho, un residuo, un objeto perdido: la pata de una paloma, encendedores de cigarrillos, un sombrero, la cabeza de una muñeca, un trombón, una bombilla, una pinza de depilar, un yogur... Acompañando a cada uno de ellos aparece la misteriosa frase: «Víctor, mala suerte, ¿qué haces fuera?» ¿Están esos círculos ahí para llamar la atención sobre la basura desechada? ¿O es que el artista situó esos elementos dentro de los círculos? ¿Es una diversión, o estamos ante algo más siniestro? La opinión de Adamsberg se decanta por esta esta última opción, y, al tratarse de quien se trata, mantiene una estrecha vigilancia sobre los informes de los medios de comunicación que consideran los círculos como una broma de mal gusto.  Esa es su actitud hasta que algo mucho más siniestro aparece en uno de los círculos azules: el cuerpo de una mujer con la garganta seccionada salvajemente. Los instintos de Adamsberg le dan la razón, y comienza a profundizar en un caso que por momentos adquiere tintes de tragedia. Pero la pregunta crucial es: ¿es el hombre que traza los círculos de tiza azul el asesino, o éste último es un oportunista inteligente que ha sabido ver su gran momento para llevar a cabo sus propios fines?

EL HOMBRE DEL REVÉS (L'Homme à l'envers, 1999)

Camille y Lawrence sostienen una discusión con Suzanne Rosselin, una estanciera que dirige sóla la ganadería de Les Écarts, -con mano de hierro  según dicen-, referente a la opinión de ésta según la cual Massart, un residente de la aldea, es un hombre lobo. Suzanne basa sus argumentos en que aquél no tiene vello. «-¿Es verdad Lawrence? –Verdad. La otra noche, mientras arreglabas la fuga. Dice que es un puto hombre lobo de mierda lo que está sangrando toda la región. Que por eso sus dientes no son normales.» Será éste, precisamente, el detonante que ponga en marcha una estremecedora historia plagada de violencia, odios y venganza. No en vano, al día siguiente de la referida discusión con Suzanne todo se complica. La pastora aparece degollada. Es encontrada tendida en la paja sucia, boca arriba, con los brazos abiertos y el camisón subido hasta las rodillas. En la garganta, una horrible herida deja escapar un mar de sangre. El lobo ha atacado de nuevo y Massart ha desaparecido. Soliman, hijo adoptivo de Suzanne, y el Veloso, su viejo pastor, deciden emprender la búsqueda del hombre lobo Massart. Para ello se las arreglan para convencer a Camille que los acompañe. Será ella la encargada de conducir una ganadera de veinte años de antigüedad, -¡la flor de la edad!-, resistente eso sí, pero sin dirección asistida y con frenos de tambor. Para colmo reina en ella un calor asfixiante y un penetrante olor a lana grasienta. A la mañana siguiente Camille atisba los defectos garrafales de la empresa: lo necio del proyecto, lo peligroso de la puesta en escena, lo desagradable de la promiscuidad con dos tipos casi desconocidos y que no parecen estar en el mejor momento de su quietud. Sin embargo todo está ya decidido y la «road-movie» da comienzo.

HUYE RÁPIDO, VETE LEJOS (Pars vite et reviens tard, 2001)

Durante días, una serie de mensajes cada vez más inquietantes y misteriosos, copias de textos antiguos del siglo XVII, posteriormente identificados como pertenecientes al «Liber  canonis» del gran médico y filósofo persa del siglo XI Avicena, y todos referentes a la gran epidemia de peste que afectó a Londres en 1665, son introducidos en la urna de Joss. «-Y primeramente para evitar la infección procedente de la tierra, hay que guardar las calles limpias y las casas, barriéndolas y quitando las inmundicias tanto humanas como de otros animales, teniendo principalmente cuidado con los mercados de pescados, carnicerías, triperías, en las que se hace ordinariamente acopio de excrementos sujetos a corrupción».  Por otro lado, extrañas marcas están empezando a aparecer en las portadas de diversos edificios de la ciudad; unos «cuatros invertidos», de unos setenta centímetros de alto, firmados con las iniciales CLT (correspondientes a la cita latina “Cito, longe fugeas et tarde redeas”, algo así como “¡Lárguese a toda velocidad y no aparezca por aquí por una buena temporada!”), símbolos que fueron utilizados en tiempos pretéritos para evitar la «Muerte Negra». El conocimiento de estos acontecimientos extraños llega a oídos del comisario Adamsberg, y su olfato perspicaz detecta algo siniestro. Es una sensación que se confirma cuando un cadáver carbonizado y lleno de pulgas es  descubierto en la Rue Jean-Jacques Rousseau número 117, y entonces, como no podía ser de otra manera, el pánico comienza a propagarse por toda la ciudad.

BAJO LOS VIENTOS DE NEPTUNO (Sous les vents de Neptune, 2004)

En esta narración Fred Vargas organiza una novela que aglutina, no sólo las consecuencias derivadas del «virtuosismo» de un asesino en serie en el manejo de un tridente, sino también el traslado de su escuadra a Canadá. El comisario Jean-Baptiste Adamsberg y siete de sus oficiales se están preparando para recibir un cursillo de formación forense en Quebec. Unos días antes de su partida Adamsberg es conocedor de la noticia del asesinato de una mujer que ha recibido tres puñaladas en el estómago, y sobre el que el presunto asesino no tiene conciencia de culpa. Una serie de crímenes similares, entre ellos uno en el que se acusó en su día al hermano de Adamberg, se produjeron hace 16 años. -«Está muerta, Jean-Baptiste, está muerta, la han matado». Le puse la mano en la boca, le lavé las manos y le arrastré fuera. Lloraba. Le hice preguntas y más preguntas. «¿Qué ha pasado Raphaël? Cuenta, hostia.» «No lo sé», respondió. «Estaba allí, de rodillas, en el depósito de agua, con sangre y un punzón, y ella, Jean-Baptiste, ella estaba muerta, con tres agujeros en el vientre»-.

En Quebec Adamsberg se da de cara con el asesinato de una muchacha a cuchilladas, algo muy parecido a lo que vivió 16 años atrás con su hermano. Y ello le da pie para sacar a la luz ocho carpetas numeradas, ochos expedientes de asesinato, ocho crímenes escalonados de 1949 a 1983, ocho casos cerrados, ocho culpables atrapados casi con el arma en las manos. Toda una cadena de desafueros, cometidos por el misterioso «Tridente», un personaje al que Adamsberg ya ha puesto nombre. «En mi aldea de los Pirineos había un viejo al que nosotros, los mocosos, llamábamos el Señor. Los mayores le llamaban por su cargo y su nombre: el juez Fulgence.» Ello no tendría nada de extraño si no fuera por el hecho de que él asistió al funeral de ese hombre quince años atrás.

LA TERCERA VIRGEN (Dans les bois éternels, 2006)

Veyrenc se enamora perdidamente de Camille Forestier, la adorada de Adamsberg. No en vano ambos provienen de la misma región montañosa de Pau, región llena de rencores antiguos. Veyrenc es gascón, bearnés del valle de Ossau y Adamsberg, pirenaico del valle del Gave, vecinos que nunca se entendieron bien. La gente de aquellos lares podía matar por un pedazo de terreno. Adamsberg, receloso, visita a «el Nuevo» sin más objetivo que extirparlo de la proximidad de Camille. 

El equipo tiene que resolver varios misterios. El enterramiento de una mujer joven es perturbado; los profanadores reciben mucho dinero por abrir la tumba y su silencio les cuesta la vida. Resultan ser dos hombres degollados en Porte de la Chapelle, a pocos cientos de metros uno de otro. Dos pringados, dos bandidos de poca monta que trapicheaban en el Mercado de las Pulgas. La brigada de Estupefacientes y la de Homicidios se disputan el caso. Por otra parte, una enfermera -«El ángel de la muerte»-, que ha asesinado en serie a treinta y tres de sus pacientes, se escapa de su encierro. Es una asesina disociada, un individuo compuesto de dos partes no encajadas, una que mata y otra que vive con normalidad, ignorándose ambas de forma más o menos perfecta. Una forma peligrosa de psicopatía. En Normandía, dos ciervos han muerto y sus corazones han sido extirpados. Mientras tanto, Danglard ha encontrado una poción del siglo XVII que asegura la vida eterna y que alguien está tratando de volver a crear.

UN LUGAR INCIERTO (Un lieu incertain, 2008)

Diecisiete pies cortados a la altura de los tobillos, calzados en sus respectivos zapatos, son descubiertos frente al famoso cementerio de Highgate de Londres, donde reposan, entre  otros, los restos de Karl Marx y Charles Dickens. Este es el punto de partida de la nueva intriga policial ideada por Fred Vargas para su décima novela, «Un lugar incierto». El comisario Jean-Baptiste Adamsberg, tiene que cruzar el canal de la Mancha para asistir a un seminario internacional de tres días de coloquios, conferencias y debates, cuando se ve involucrado en el misterio de un necrófilo que dedicó su tiempo a cortar y coleccionar pies. Su fiel comandante Danglard reconoce un zapato que podría ser de su tío muerto hace veinte años, o de un primo, o de un hombre del mismo pueblo; lo cierto es que es un pie serbio, porque el tío de Danglard era serbio. Y como bien razona el propio comandante: «¿Qué puede meterse en unos zapatos? ¡Pies!. Y generalmente los propios. O sea que si los zapatos son de mi tío, hay muchas posibilidades de que los pies que están dentro le pertenezcan.»

Si en Londres los acontecimientos están irrigados de un carácter paradójico, en París, a la vuelta, un terrible asesinato deviene en un auténtico desatino. Un solitario hombre rico, vecino del barrio de Garches, periodista especializado en temas judiciales, aparece cortado, troceado y triturado en un montón de piezas de sangre, carne y hueso, repartidas a discreción por toda su casa. Los sospechosos no se hacen esperar: un hijo repudiado desde el nacimiento, el jardinero a quien la víctima ha dejado toda su fortuna, la familia de un pintor que busca venganza por la muerte de su hijo... Si algunas de las novelas anteriores de Vargas tenían un ligero toque surrealista, «Un lugar incierto» rebosa el vaso de la irracionalidad; la novela nos muestra a Adamsberg y su camarilla luchando contra un hombre que se considera a sí mismo digno sucesor de Drácula. ¡Ahí es nada!

EL EJÉRCITO FURIOSO (L'Armée furieuse, 2011)

Una mujer de edad, frágil y poseída por el pánico, viaja a París para ver al comisario Jean-Baptiste Adamsberg, el único policía en quien confía, con la intención de solicitar ayuda para la peculiar aflicción a la que se ve sometido su pueblo natal de Ordebec. Su hija ha tenido una visión: unos jinetes fantasmales atacan a las «manzanas podridas», de la sociedad, aquellos que son culpables de alguna fechoría. Uno de estos hombres ha desaparecido, y parece que tres más se encuentran en una situación similar, a menos que Adamsberg pueda hacer frente a  las fuerzas de la superstición que tienen sojuzgado al pueblo.

Adamsberg, acosado por sus propios problemas, se alegra de tener una excusa para escapar de París, aunque no mantenga ningún vínculo real con este caso. Entabla así amistad con una anciana del pueblo que conoce íntimamente al extraño grupo de personajes de Ordebec. Léo, la anciana, es Léone Marie de Valleray, condesa de Ordebec. Cuando Léone es encontrada tendida en las baldosas del comedor de su casa con la cabeza bañada en un charco de sangre, Adamsberg se decide a resolver el caso con la ayuda de su extraño elenco de ayudantes.

TIEMPOS DE HIELO (Temps glaciaires, 2015)

Alice Gauthier, una respetable profesora de matemáticas, aparece en su bañera con las venas abiertas, en lo que aparentemente pasa por ser un suicidio. Sin embargo, una semana antes, la Sra. Gauthier había tratado de enviar una carta a un cierto Amédée Masfauré, pero cuando tuvo el buzón frente a sí se le nubló la vista y cayó derrumbada en brazos de una mujer de rojo. Ésta, tras darle siete vueltas a lo que pensaba hacer, depositó la carta en el pequeño receptáculo amarillo. El comisionado Bourlin, del distrito 15 de París, menciona esta muerte a su colega el Comisario Adamsberg. De hecho, uno de los acólitos del comisario, el comandante Danglard, es requerido para que aporte algo de luz sobre una señal misteriosa que aparece grabada en el lateral blanco del tocador anejo a la bañera de la muerta. Se trata de dos líneas verticales, y entre éstas, dos transversales superpuestas, una línea cóncava y una barra central oblicua.

El comisionado Bourlin, acompañado de Adamsberg, visita a Amédée Masfauré, destinatario de la carta de Alice Gauthier. Éste vive en Haras de la Madeleine, en el municipio de Sombrevert, donde su padre, Henri Masfauré, acaba de suicidarse  muy pocos días antes de un tiro en la boca. Y, para no ser menos, el mismo signo que el encontrado en el baño de la Sra. Gauthier aparece mellado en el cuero de la carpeta de la oficina del muerto. Posteriores investigaciones llevan al descubrimiento que Amédée Masfauré se reunió con la Sra. Gauthier, en casa de ésta, el día anterior a su muerte. Allí fue puesto al corriente de las circunstancias que concurrieron en el fallecimiento de su madre, una década antes. Alice Gauthier formaba parte de una expedición a Islandia, que involucró a Marie-Adelaide, madre de Amédée, a su padre, Henry, y al secretario de éste, Víctor, cuyo apellido es, sospechosamente, Masfauré...
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domingo, 30 de octubre de 2016

TIEMPOS DE HIELO. (Fred Vargas)

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TIEMPOS DE HIELO (Temps glaciaires)
Fred Vargas
TRADUCCIÓN: Anne-Hélène Suárez  Girard
EDICIONES SIRUELA, S. A.
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¡Cuidado, porque estamos a punto de vernos rebotados desde el Círculo Polar Ártico hasta Robespierre! Cuatro años después de la publicación de «El ejército furioso», Fred Vargas regresa con «Tiempos de hielo», una de esas grandes novelas a las que ella nos tiene acostumbrados. ¿Cómo consigue esta mujer involucrarnos en semejantes enredos?... ése es su secreto. Y lo cierto es que siempre resulta eficaz. Y sin necesidad de irse por las ramas. 

Nos reencontramos aquí con la brigada criminal del decimotercer distrito de París. Con el extraño y poco convencional Adrien Danglard, el mayor consumidor académico de vino blanco, al igual que con la rolliza Violette Retancourt, un acorazado rubio capaz de arrasar con todo. Con el pirenaico Veyrenc, un individuo de pelo bicolor que ejerce de poeta convencido. Con Voisenet, un especialista en peces de agua dulce. Con Mercadet, un enfermo de narcolepsia, cuya adicción al sueño lo empuja a largas horas de ausencia... Y, por supuesto, con el asocial y asilvestrado comisario Adamsberg, pequeño personaje de color marrón, que basa todos sus juicios en el instinto; un soñador irracional que toma decisiones incomprensibles para sus hombres. En «Tiempos de hielo», Adamsberg -Jean-Baptiste- se enfrenta a un doble suicidio, a dos víctimas hermanadas por un símbolo garabateado cerca del cadáver, una especie de “H” tachada por dos trazos irregulares. Éste es sólo el comienzo de una gran historia, que se extiende a una pequeña y salvaje isla islandesa antes de enfrentar a nuestros oficiales de policía nada menos que a ¡las grandes figuras de la Revolución Francesa!

Alice Gauthier, una respetable profesora de matemáticas, aparece en su bañera con las venas abiertas, en lo que aparentemente pasa por ser un suicidio. Sin embargo, una semana antes, la Sra. Gauthier había tratado de enviar una carta a un cierto Amédée Masfauré, pero cuando tuvo el buzón frente a sí se le nubló la vista y cayó derrumbada en brazos de una mujer de rojo. Ésta, tras darle siete vueltas a lo que pensaba hacer, depositó la carta en el pequeño receptáculo amarillo. El comisionado Bourlin, del distrito 15 de París, menciona esta muerte a su colega el Comisario Adamsberg. De hecho, uno de los acólitos del comisario, el comandante Danglard, es requerido para que aporte algo de luz sobre una señal misteriosa que aparece grabada en el lateral blanco del tocador anejo a la bañera de la muerta. Se trata de dos líneas verticales, y entre éstas, dos transversales superpuestas, una línea cóncava y una barra central oblicua.

El comisionado Bourlin, acompañado de Adamsberg, visita a Amédée Masfauré, destinatario de la carta de Alice Gauthier. Éste vive en Haras de la Madeleine, en el municipio de Sombrevert, donde su padre, Henri Masfauré, acaba de suicidarse  muy pocos días antes de un tiro en la boca. Y, para no ser menos, el mismo signo que el encontrado en el baño de la Sra. Gauthier aparece mellado en el cuero de la carpeta de la oficina del muerto. Posteriores investigaciones llevan al descubrimiento que Amédée Masfauré se reunió con la Sra. Gauthier, en casa de ésta, el día anterior a su muerte. Allí fue puesto al corriente de las circunstancias que concurrieron en el fallecimiento de su madre, una década antes. Alice Gauthier formaba parte de una expedición a Islandia, que involucró a Marie-Adelaide, madre de Amédée, a su padre, Henry, y al secretario de éste, Víctor, cuyo apellido es, sospechosamente, Masfauré...

En este viaje un legionario -Eric Courtelin- y Marie-Adelaide Masfauré fueron asesinados por un desconocido que aterrorizó, sin motivo aparente, a los demás excursionistas. Hasta el punto de que nadie ha abierto la boca acerca de lo que sucedió durante ésta insólita expedición a una isla de Islandia, la isla de Grímsey, donde lograron sobrevivir gracias a la caza de focas realizada por el desconocido... Para más inri, un tercer cadáver, el de Jean Breuguel, es encontrado en su apartamento en el distrito 15 de París. En su biblioteca aparecen tres nuevos libros sobre Islandia. Y sobre un pedestal de la cocina, grabado a punta de cuchillo, el mismo signo misterioso...

Adamsberg recibe una carta del Presidente de la «Asociación de Estudios de los Escritos de Maximilien Robespierre», un tal François Château, invitándole a una reunión secreta. La tal asociación organiza congresos donde sus militantes, disfrazados con atuendos de la época revolucionaria, reconstruyen las sesiones más memorables de la Asamblea Constituyente y la Convención, en una atmósfera revolucionaria. Los ex-turistas irlandeses de una década atrás, que tienen tendencia a desaparecer uno tras otro como en una novela de Agatha Christie, de repente aparecen en una lista de miembros de esta misteriosa asociación, como militantes de base, lista enviada a la policía por el Presidente bajo la apariencia de un conspirador, como en una novela de Alejandro Dumas. 

Como ya sabemos de ocasiones anteriores Fred Vargas no se detiene ante nada para divertirse y entretener al lector. Esta mujer tiene una imaginación de raíz fabulosa y ama las pistas falsas. En sus historias recurre a los vampiros, o al hueso del corazón de un ciervo, ese fetiche de hechicera que también figuraba entre los mejunjes brujeriles de la Celestina, o, ya en «Tiempos de hielo», a la inteligencia vigilante de la piedra que otorga la vida eterna. El amante de la novela negra que pone el pie por primera vez en el particular mundo de Vargas, muy alejado de los cánones leales al género, probablemente tendrá problemas para «poner allí sus crías». Lo cierto es que para recrear historias repletas de fantásticas leyendas Vargas no tiene igual. Ayer fue la “mesnada" Hellequin” en «El ejército furioso», esta vez el “afturganga”, una especie de muerto viviente que habita en la isla del Zorro, frente a las costas islandesas. En resumen, hay algo que no se puede negar: ¡Vargas, que lleva publicando novelas de detectives  durante casi treinta años, está en plena forma!
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viernes, 21 de octubre de 2016

DÍAS CONTADOS. (Juan Madrid)

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DÍAS CONTADOS
Juan Madrid
ALIANZA EDITORIAL, S. A.
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«Días contados» no es una novela negra. Juan Madrid deja de lado en esta obra el género policíaco para desmitificar una década que no es tal como nos la han descrito. Aquí no nos encontramos con asesinatos ni con sus subsiguientes investigaciones, aquí nos tropezamos con un relato convulso y fascinante, —se pregunta uno si se podía esperar otra cosa de Juan Madrid—, agridulce y a la vez brillante, sobre los desechos generados por una quimera. 

«Días contados» es la historia de un viaje a la parte virtual del espejo en el que se reflejaba la familia socialista, contada con el arte y la experiencia de un autor muy experimentado en el género de la novela criminal. «Días contados» es una novela social, una doctrina sobre la ciencia de la conducta, sobre el amor, sobre los efectos de la política en la gente corriente, y sobre el Madrid de la década de los 80. «Soy periodista de sucesos desde hace 20 años, y en mi trabajo diario viví lo que luego conté en mis historias. Pero me equivoqué, porque en España no existe un lector específico de novelas de género negro. Además, cada escritor tiene derecho a sacar a la luz sus obsesiones, y la mía sigue siendo la política.»

«Días contados» se sostiene sobre dos líneas argumentales de sustancial importancia: por una parte, una triste historia de amor, lastimosamente corriente, complicada en su desarrollo y muy bien concebida en cuanto a su tratamiento; y un ajuste de cuentas entre un policía y un traficante de drogas, contado todo ello al más puro estilo de su autor, Juan Madrid, no en vano uno de los máximos exponentes de la novela negra española y europea. A esto hay que añadir un componente documental muy profundo, que permanece ligado a la narración y que, a veces, se arroga las formas de una crónica informativa.

La historia de «Días contados» gira en torno a la figura de Antonio. Antonio es un fotógrafo madrileño que se traslada a vivir al barrio de Malasaña, un barrio pobre donde proliferan la prostitución, las drogas y la delincuencia. Su objetivo es realizar un reportaje fotográfico de los efectos de la «Movida madrileña» de los años ochenta, todo ello con el objetivo de realizar una guía de la misma dirigida a la clase social alta que acuda a Madrid atraída por la Capitalidad Europea de la Cultura 1992. La relación de Antonio con las gentes del barrio de Malasaña es el fundamento en el que Juan Madrid se sostiene para desplegar su retrato histórico de la sociedad madrileña de principios de aquellos años noventa, contemplando dos realidades sociales manifiestas. Por un lado la sociedad medio-alta y por otro los estratos más bajos y el submundo donde malviven los marginados, submundo éste en el que palpitan los personajes de la novela. De ambas realidades, siempre con Antonio como vínculo de conexión, se contrastan sus códigos de funcionamiento, sus relaciones sociales, sus espacios de ocio, sus posibilidades laborales, sus estructuras familiares y la forma que tienen de expresarse en el amor, en el sexo... Con Antonio y su cámara transitamos por las buhardillas del barrio de Malasaña, los pomposos despachos del Paseo de la Castellana, los tugurios de copas, los conciertos al aire libre y las calles del distrito centro. Y de esta forma nos codeamos con incondicionales de la coca y el caballo, camellos, chivatos de la policía, maoistas frustrados, policías corruptos, antiguos abogados laboralistas reconvertidos en empresarios adinerados, jóvenes predispuestas a ofrecer su cuerpo por quince segundos de gloria en la tele y, mucha, mucha gente solitaria.

En «Días contados» las alusiones a tiempos pretéritos están a la orden del día, en un intento de justificar la situación actual de los personajes. Es ésta una época en la que los avances en el mundo de las comunicaciones y la imagen son espectaculares, pero, infelizmente, estos progresos no revierten en la mejora de la calidad de vida de los individuos. Y los personajes de la novela son conscientes de ello, incluso los de las clases altas, como los directivos de la “Guía de la Movida”, para los que trabaja Antonio. Ellos saben que deben cuidar las apariencias porque la realidad social que se esconde detrás es, de todo punto, indecorosa.

Cada uno de los personajes que aparecen en la novela simboliza un fragmento de la realidad ideológica de la década que quiere representar el autor. Antonio realiza su deambular por el mundo marginal de la mano de Charo, una joven drogadicta y hetera que, tras muchas vacilaciones, acaba por convertirse en su amante. Charo, Vanessa y Rosa trabajan como prostitutas para altos empresarios; Lisardo es un camello y un chivato de la policía que vive a expensas de un padre explotador dedicado a turbios negocios urbanísticos; Ugarte es un joven en busca de futuro, que ha debido conformarse con breves ocupaciones en empresas de trabajo temporal. Las clases sociales más altas tampoco presumen de una vida muy decorosa: los policías entran en los domicilios particulares sin orden judicial alguna, realizan sus propios ajustes de cuentas, manipulan a los chivatos... Los empresarios, especuladores inmobiliarios de nuevo cuño, requieren los favores de prostitutas para sus celebraciones de alto standing. Todos comparten, eso sí, un pasado del que no han podido desprenderse. Los más desgraciados, alimentados con la violencia de género,  arrastran familias pobres, afines al machismo. Son nihilistas existenciales condenados al fracaso, aquellos que no pudiendo encontrar la salida de su personal carretera al infierno apuntan a una ciudad llamada «Esperanza». Son personajes que nacieron para no triunfar y solo les queda soñar. «Ayer soñé que era una princesa, es para mondarse, ¿no?», reza Vanessa con las pupilas dilatadas por las pastillas, el alcohol y el chute que se ha dado.

A pesar de la diferencia existente entre estas dos clases sociales, ambas se manifiestan como dos seres que se necesitan. Ambas convienen en su deseo de progresar, hasta que al final de la novela el protagonista, Antonio, descubre que la verdadera realidad de la década de los noventa es la de la clase marginal. «Después de que vuestro Franco muriera, después de la democracia, ésto es lo que queda. Chicas podridas por la droga que tienen que prostituirse para sobrevivir, gente que no sabe qué hacer ni adónde ir, atrapados en sus sueños vanos. Personas que morirán enseguida. Estas fotos son un documento espeluznante del final de una época, Pascual. La nuestra. Nuestro tiempo.»
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domingo, 16 de octubre de 2016

PRIMERA EDICIÓN: «LAURA». (VERA CASPARY)

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LAURA
(LAURA)
VERA CASPARY
HOUGHTON MIFFLIN COMPANY (EE.UU.)
1943
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CALLE SIN RETORNO. (David Goodis)

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CALLE SIN RETORNO (Street of No Return)
David Goodis
JÚCAR EDICIONES (COLECCIÓN ETIQUETA NEGRA)
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En «Calle sin retorno» (Street of No Return, 1954), David Goodis nos presenta una odisea de los barrios bajos marcada por la violencia, en la que un famoso cantante caído en desgracia desciende a las cotas más bajas de la dignidad humana cuando una mujer, dueña de la fatalidad, se cruza en su camino. Desde sus comienzos, cuando el viento húmedo del río azota la esquina de una callejuela una fría noche de noviembre, hasta su explosivo final, la novela está impregnada de la más profunda filiación de Goodis con «la sociedad de las personas sin hogar y de la desesperanza».

Whitey, un vagabundo entre vagos, es confundido con un asesino después de tratar de ayudar a un oficial de policía abatido en un callejón oscuro. Todo comienza cuando una fría noche de noviembre Whitey abandona la acera de una calle de Skid Road donde comparte sus ratos de vagabundeo con sus camaradas Bones y Phillips. Allí se pasa la vida contemplando en el cristal manchado de una botella de cerveza el reflejo de los sucesos que marcan el devenir de su existencia: los disturbios raciales, el alcoholismo, los asesinatos sin sentido, la corrupción policial y su profundo anhelo de un lugar mejor. Con una idea desconocida en la mente Whitey se dirige hacia el barrio de Hellhole, un agujero del infierno situado a tres cuadras de distancia. Allí las botellas rotas, los mangos de bates de béisbol manchados de sangre, las vidrieras de las ventanas hechas añicos, las puertas hundidas y los trozos de ropa ensangrentados dan testimonio de la batalla campal que ha tenido lugar entre los portorriqueños y los inmigrantes americanos. Su viaje a la comisaría del distrito 37 sólo le augura más desgracias. Allí el aliento y el peligro se dan la mano. El mundo no es un lugar agradable para vivir y «los chicos de azul» tienen una agenda muy atareada. 

«Calle sin retorno» es una novela negra de ritmo rápido. El protagonista es un borracho indefenso, los buenos son malos, los malos son más malos aún y los disturbios son sólo la punta de un iceberg mucho más grande y más mortal. Goodis no sólo mantiene la trama en el presente, sino también envuelve al lector en el pasado, en unos momentos en los que Whitey no era un habitante de las calles y sus ropas no estaban infestadas de insectos. Fueron unos momentos en los que en su vida se cruzó una mujer llamada Celia. Por esa mujer, la mujer de otro, fue aporreado  una noche de tinieblas en un claro fangoso del bosque hasta perder la conciencia, y lo que es peor... la voz. Cuando tomó conocimiento de que Celia no volvería, comenzó su caída. Primero los dados y los naipes, luego el alcohol... Bajaba sin piedad un escalón tras otro. Así hasta Skid Row. En skid Row había camas por cincuenta centavos la noche. O algún piso viejo donde uno se podía tumbar, o si no un colchón gratis en la sala de alcohólicos. Y así hasta llegar a formar cola para la sopa en las puertas de las misiones de River Street. Y, a veces, más abajo aún que las colas de sopa, más que lo que podía indicar ningún gráfico. Whitey se plantaba a la sombra de un portal y extendía la mano: -¿Tiene una moneda, amigo?

Goodis toma el estilo duro estadounidense y lo transforma en algo completamente personal. Ni el mejor de sus imitadores ha sido capaz de lograr algo similar. El ajuste puede ser un cliché, pero la lengua y la sensibilidad son distintivamente originales, tal como indica este pasaje de la novela: «Al final del callejón había una estrecha calle empedrada y la atravesaron y bajaron por otro callejón que no estaba pavimentado y que era casi todo barro y piedras. Las viviendas eran todas de madera, o de chapa con techo de papel embreado. En los patios habían gatos y perros, y él pudo oírlos entregados de lleno a la búsqueda de comida, amor o pelea. No había ladridos ni maullidos, solo roces de patas, una agitación convulsiva y el ruido de los cuerpos peludos que rodaban unidos por el suelo. A intervalos, se veían grandes ratas que pasaban como rayos entre las maderas de las vallas.»

La escritura de Goodis gira siempre en torno a un hombre inocente marcado por un asesinato, a un ladrón profesional que anhela retirarse, un famoso cantante que ha perdido la voz e, inevitablemente, al héroe venido a menos seducido por una trampa mortal o por una siniestra mujer fatal. Lo que hace que sus novelas llamen la atención es la intensidad neurótica que aporta a los tópicos más aburridos. En los entristecidos antihéroes de Raymond Chandler sobrevive siempre una gota de esperanza, una mirada humanitaria, la búsqueda de un ideal. El Samuel Spade de Hammett, pétreo e insolente a la vez, cree en  el beneficio de la justicia. Los personajes de Goodis, por el contrario, están señalados desde su nacimiento: nada ni nadie puede variar el rumbo de sus destinos. Un destino plagado de sombras. Un destino asociado a la muerte, la autodegradación, la ruina, el pecado, la incapacidad, el sometimiento y el dolor. Para Goodis, la existencia es un accidente circunstancial. Sus personajes sobreviven intentando escapar del pasado y sin certidumbre alguna sobre el futuro. El paisaje de sus novelas está colmado de cielos sombríos, vientos gélidos, callejones estrechos. «Por fin, el reloj se ocultó del todo y no pudo ver más que el cielo negro y las paredes negras, los oscuros callejones que no llevaban a ninguna parte», argumenta el narrador de «Calle sin retorno», sin duda, uno de sus mejores libros.
Quede para el recuerdo el juicio del documentalista Paul Wendkos, quien a mediados de los años cincuenta colaboró con Goodis en la adaptación de su libro «Rateros», y quien opinó de él: «Me pregunto si los franceses no encontrarán cierta melancolía existencial en las novelas de David; una postura desprovista por completo de cualquier juicio hacia las personas tocadas y dominadas por el destino y que, a pesar de ello, no pierden su dignidad, ni determinados valores éticos, ni su capacidad para sentir las cosas. En todo esto hay cierto existencialismo.»
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lunes, 10 de octubre de 2016

«CLUB DEL MISTERIO»: PULP A LA ESPAÑOLA

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Igual alguien lo recuerda. La colección «Club del misterio» de Bruguera ofreció entre 1981 y 1984 una esmerada selección de novela negra, que reunía tanto a los clásicos del género como a los fundadores de la novela policial o las novelas del género  más actuales en aquellos años ochenta. El formato pulp había dejado de existir en EE.UU. hacia finales de la década de los años 50, absorbido por la televisión y los libros de bolsillo. Ello no fue óbice para que la factoría Bruguera quisiera, treinta años más tarde, dejar su huella en la historia de la edición popular española con esta extraordinaria colección.

Con una estética pulp, en formato de 17,5 por 23,5, con cubiertas en tapa blanda a todo color e ilustraciones de Isidre Monés y entre 80 y 120 páginas interiores, dependiendo del número, sujetas al lomo mediante encolado, todas ellas a doble columna y con ilustraciones en blanco y negro de Julio Vivas, Carlos Freixas, F. Ripoll o Edmundo Fernández, la serie alcanzó los 149 ejemplares. En el interior de la contraportada cada novela incluía una breve reseña del autor y en la parte exterior trasera de la cubierta un resumen de la novela. Si ésta fue llevada al cine, los números incluían en el interior de la portada un fotograma de la película. A partir del número 139, las portadas ilustradas a todo color fueron sustituidas por otras con montajes fotográficos en rojo y negro. La colección fue diseñada para ser encuadernada en volúmenes, con tapas proporcionadas por la editorial, por ello, cada número constaba de doble numeración, la de la novela y la del tomo.

Isidre Monés, nació en Barcelona en 1947, es ilustrador y dibujante de historietas en activo y leyó tebeos en su infancia como la mayoría de los niños. Según ha declarado, sus preferidos eran los de Bruguera, manifestando especial cariño por las historietas y personajes creados por Vázquez y por los cuadernillos de aventuras de El Capitán Trueno. -«Me encargaron 100 portadas de serie negra al estilo de los años 50, el de los pulp de Black Mask. Nunca he sido amante de este género, pero, el proyecto llegó a buen puerto gracias a mi esposa Marta que leía la novela y me la resumía para fijar una escena impactante, que no destripara el presunto enigma. Ahora veo los 100 ejemplares de “Club de Misterio” ordenaditos en la estantería y aún me gustan. Son ilustraciones doblemente “vintage”, lo son ahora, y ya lo eran en el 81.»

Más allá de su adecuada presentación, el gran valor de la colección residió en la cuidada selección de títulos que la componían, títulos que respondían a plumas de renombre; pioneros del género policial y de misterio como Sir Arthur Conan Doyle, Edgar Allan Poe, Wilkie Collins, Honoré de Balzac, Emile Gaboriau; clásicos de la primera mitad del siglo XX tales como S.A. Steeman, Maurice Leblanc, Earl Derr Biggers o Agatha Christie; incuestionables mentores del estilo hardboiled como Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Ross Macdonald, Cornell Woolrich, Horace McCoy o W. R. Burnett y tantos otros autores más próximos a nuestros días como John Le Carré, Patricia Highsmith, Ian Fleming o el matrimonio sueco Maj Sjöwahl y Per Wahlöö.
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LA VENTANA INDISCRETA Y OTROS RELATOS. (Cornell Woolrich)

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LA VENTANA INDISCRETA Y OTROS RELATOS
Cornell Woolrich
TRADUCCIÓN: Jacinto León
AUSTRAL NARRATIVA
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Cornell Woolrich comenzó a publicar sus novelas y relatos en 1934 y no fue hasta 1942 que utilizó el pseudónimo de William Irish. Woolrich es considerado el mejor escritor de un subgénero conocido específicamente con el vocablo inglés de «suspense». Sin embargo, el conjunto de las narraciones que le han hecho famoso participan de distintas variantes del género policíaco: el policíaco clásico, el thriller y la novela de misterio, aunque el eje sobre el cual giran todas ellas es el suspense. Sus relatos se cuentan desde el punto de vista de la víctima, una víctima que no es otra más que una persona corriente en manos del azar. Woolrich ha pasado a la historia con el sobrenombre de «El Rey del Suspense» y ciertamente lo fue, el más cualificado escritor de suspense que ha existido jamás. La mejor imagen plástica de ello es «La ventana indiscreta».

Woolrich es autor de relatos y novelas maestras tales como «No quisiera estar en tus zapatos», «Lo que la noche revela», «La novia vestía de negro», «Marihuana» o «Me casé con un muerto», entre otras muchas. A pesar del éxito de sus libros y debido a su carácter inestable, acabó por encerrarse poco a poco en sí mismo. Desde el año 1957, su refugio –o, quizás mejor, su único territorio vital- fue la habitación de un hotel neoyorquino. Woolrich padeció un carácter retraído, solitario, afectado de una relación amor-odio con su madre, carácter que lo llevó a acabar alcoholizado, célebre y huraño, alejado progresivamente de todos sus amigos y conocidos y atado a una silla de ruedas a consecuencia de la amputación de una pierna por gangrena. Murió en 1968.

El modo de operar de Woolrich se sustenta en tres pilares bien definidos. El primero es la inteligente decisión de colocarse en el lugar de la víctima; una importante cantidad de su narrativa está contada desde el punto de vista de la víctima y es ahí donde sostiene la efectividad de la intriga. Cornell Woolrich fue un gran estilista, poseedor de una cierta belleza pasional que ennoblece a los damnificados de los abusos y los errores. El segundo fundamento de su obra es el tiempo, contemplado éste desde dos perspectivas diferentes: de acuerdo con la fatalidad y la angustia interna de la víctima y como elemento externo a ella, con la apariencia de amenaza (hecho que ocurre cuando la acción se realiza contrareloj). El tercer punto de apoyo es  básico: el uso del azar como propulsor de la historia. Las narraciones de Woolrich presumen de una gran tensión narrativa y brillan por la meticulosa caracterización de los personajes, pero confieren demasiada importancia al azar en menoscabo de la verosimilitud, y su excesiva utilización ha convertido su obra en algo irregular. Los personajes de Woolrich, personajes corrientes, gente de la masa anónima de la ciudad, son víctimas de la ventura; nada en sus vidas les hace acreedores a lo que les ocurre sino que se encuentran a merced de una situación azarosa que da un vuelco a su existencia y la amenaza decisivamente; son víctimas vulgares y anónimas, víctimas de una situación límite cuya frontera traspasan por ofuscamiento, inocencia, ingenuidad, imprudencia o necesidad forzosa. No son gente significativa, a veces se trata de profesionales de medio pelo, otras de parados y generalmente de gente reducida a la miseria por la Gran Depresión..., hay corruptos, tipos codiciosos, gánsteres y traficantes, pero en su mayor parte son buena gente alcanzada por la conmoción de la desgracia, por estar en el lugar equivocado cuando no tenían que estarlo, por “pasar por allí” o permanecer desvelados mientras los demás duermen...

El relato que da título a este libro -«Rear Window» (La ventana indiscreta)- es uno de estos casos, al tiempo que una pieza maestra de la escritura. En él el acompañante de Hal Jefries -el protagonista- es su criado Sam, un filipino que trabaja por horas en la casa de aquél. Aquí, la suma de obstáculos que ha de superar el personaje emana del riesgo al que lo empuja su curiosidad; no se trata pues de un hombre inocente que de pronto se encuentra envuelto en un delito que lo acusa sino de un aburrido mirón al que su apatía le juega una mala pasada y lo pone en manos de un asesino; es un personaje vulgar que se convierte en víctima gracias a su imprudencia; una imprudencia, por cierto, en la que lo menos importante es conocer si el hombre de la casa de enfrente asesinó o no a su esposa, sino que el verdadero suspense está en el peligro que atormenta al propio protagonista.

Hoy, cuando el género negro aparece frecuentado por tantos y, a menudo, tan anodinos discípulos, resulta estimulante retomar la formalidad de la mano de uno de sus creadores principales, este Cornell Woolrich, tocado por el espíritu del infortunio y la lucidez. Por suerte en este libro nos tropezamos con un Irish en estado puro. Del suspense admirable de «La ventana indiscreta» pasamos a la ansiedad de «Proyecto de asesinato». El comienzo de este relato corto es ejemplar: dos mujeres elegantes, bellas y rondando la treintena, una rubia y la otra morena, hablan de sus cosas mientras toman el té. Woolrich hace un guiño al lector diciéndole: “si supiera usted, amigo mío, de lo que están hablando...”. Entonces nos sitúa en la mesa de las dos mujeres. -«Si lo odias hasta ese punto, si ya no puedes soportar la vida con él por más tiempo y si además él se niega a devolverte la libertad, ¿por qué no lo matas? ¿No lo has pensado nunca?». Una situación de lo más inocente degenera de forma paulatina en desesperada.

La mayoría de la historias de Woolrich hablan de la felicidad, del miedo a perderla o de la necesidad de alcanzarla. Así, «El pendiente» consigue utilizar el suspense como vehículo de una auténtica declaración amorosa y lo hace de manera magistral. Éste testimonio se condensa en las palabras del marido de la protagonista: «Un marido digno de ese nombre lo comprende todo, lo perdona todo. Se las ingenia para proteger constantemente a su mujer, incluso sin decírselo».

«A través del ojo de un muerto», es un relato sobre el amor filial, donde la intriga actúa al descubierto, de manera que, sin ocultar nada, se consigue una emocionante aventura con un final feliz. Frankie, un niño de doce años, es capaz de enfrentarse a la muerte con tal de ayudar a su padre a conservar su trabajo. «¿Qué quieres que te pase ahí dentro? Que esté vacía y a oscuras importa poco... Y aunque haya un muerto..., los muertos no hacen daño a nadie. Ya no eres un niño pequeño; ya tienes doce años y cinco meses. Y, además, tu padre necesita que le ayudes. Si entras ahí, quizás encuentres algo que le sea útil.»

«Cocaína» es un ejemplo clásico del suspense que dimana de una pesadilla. Al despertar, tras una noche de jarana a lo grande, Tommy descubre sangre en sus ropas y un cuchillo ensangrentado entre sus pertenencias. Apenas superado el horror de tal situación, debe aplicarse en poner orden entre la oscuridad que alberga su cerebro. «Cocaína» se distingue por la indefensión, una indefensión agravada por el hecho de que el personaje se encuentra metido en un lío mortal debido a su torpeza. Su miedo es tanto más profundo cuanto más desconocida es la amenaza, ya sea en su fundamento como en su estampa.

«Si el muerto pudiera hablar» nos sumerge en una propuesta imaginaria: la idea de que la persona que yace muerta sobre la pista de un circo -en este caso un trapecista- puede explicar la verdad de lo ocurrido. Es un cambio paradójico en el punto de vista. Woolrich se introduce en la cabeza del muerto y narra en primera persona la auténtica verdad del suceso.

La sexagenaria parapléjica de «Los ojos que vigilan», Janet Miller, es sometida a un sufrimiento abominable. La especialidad de Irish son las situaciones límite y pocas alcanzan el grado de intensidad que se da aquí. Nos hallamos ante un caso extremo de indefensión y ante una solución que, en principio, parece muy peliaguda, por no calificarla de imposible. Es en relatos como éste donde tropezamos con un Woolrich herido por sus demonios internos que desea la felicidad y cree en la capacidad del ser humano a luchar por encima de cualquier adversidad.

«La Libertad iluminando a la muerte» es una novela de suspense a cara descubierta. El lector lo ve venir todo desde el principio y sólo le queda preguntarse cómo resolverá el autor el asunto. En una visita a la «Estatua de la Libertad» un policía echa de menos a un hombre obeso, muy obeso. El voluminoso personaje se ha volatilizado. Si el hecho hubiese sido menos «palpable»... «La Libertad iluminando a la muerte» está escrita en un tono de comedia con tintes negros, con la personalidad del cine policíaco americano de los años cuarenta, e inevitablemente uno siente la curiosidad de saber cómo acaba la historia.

Los relatos de Woolrich pertenecen a lo mejor que se ha hecho nunca dentro de la intriga de crimen y misterio y el impacto que sigue suscitando su lectura no decae. Este libro es una prueba de ello. Woolrich escribió decenas y decenas de historias a cual más luminosa e impresionable y continuará siendo un referente fundamental en la literatura de índole criminal y un hontanar de complacencia para todos aquellos lectores amen el género negro.
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