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lunes, 10 de octubre de 2016

LA VENTANA INDISCRETA Y OTROS RELATOS. (Cornell Woolrich)

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LA VENTANA INDISCRETA Y OTROS RELATOS
Cornell Woolrich
TRADUCCIÓN: Jacinto León
AUSTRAL NARRATIVA
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Cornell Woolrich comenzó a publicar sus novelas y relatos en 1934 y no fue hasta 1942 que utilizó el pseudónimo de William Irish. Woolrich es considerado el mejor escritor de un subgénero conocido específicamente con el vocablo inglés de «suspense». Sin embargo, el conjunto de las narraciones que le han hecho famoso participan de distintas variantes del género policíaco: el policíaco clásico, el thriller y la novela de misterio, aunque el eje sobre el cual giran todas ellas es el suspense. Sus relatos se cuentan desde el punto de vista de la víctima, una víctima que no es otra más que una persona corriente en manos del azar. Woolrich ha pasado a la historia con el sobrenombre de «El Rey del Suspense» y ciertamente lo fue, el más cualificado escritor de suspense que ha existido jamás. La mejor imagen plástica de ello es «La ventana indiscreta».

Woolrich es autor de relatos y novelas maestras tales como «No quisiera estar en tus zapatos», «Lo que la noche revela», «La novia vestía de negro», «Marihuana» o «Me casé con un muerto», entre otras muchas. A pesar del éxito de sus libros y debido a su carácter inestable, acabó por encerrarse poco a poco en sí mismo. Desde el año 1957, su refugio –o, quizás mejor, su único territorio vital- fue la habitación de un hotel neoyorquino. Woolrich padeció un carácter retraído, solitario, afectado de una relación amor-odio con su madre, carácter que lo llevó a acabar alcoholizado, célebre y huraño, alejado progresivamente de todos sus amigos y conocidos y atado a una silla de ruedas a consecuencia de la amputación de una pierna por gangrena. Murió en 1968.

El modo de operar de Woolrich se sustenta en tres pilares bien definidos. El primero es la inteligente decisión de colocarse en el lugar de la víctima; una importante cantidad de su narrativa está contada desde el punto de vista de la víctima y es ahí donde sostiene la efectividad de la intriga. Cornell Woolrich fue un gran estilista, poseedor de una cierta belleza pasional que ennoblece a los damnificados de los abusos y los errores. El segundo fundamento de su obra es el tiempo, contemplado éste desde dos perspectivas diferentes: de acuerdo con la fatalidad y la angustia interna de la víctima y como elemento externo a ella, con la apariencia de amenaza (hecho que ocurre cuando la acción se realiza contrareloj). El tercer punto de apoyo es  básico: el uso del azar como propulsor de la historia. Las narraciones de Woolrich presumen de una gran tensión narrativa y brillan por la meticulosa caracterización de los personajes, pero confieren demasiada importancia al azar en menoscabo de la verosimilitud, y su excesiva utilización ha convertido su obra en algo irregular. Los personajes de Woolrich, personajes corrientes, gente de la masa anónima de la ciudad, son víctimas de la ventura; nada en sus vidas les hace acreedores a lo que les ocurre sino que se encuentran a merced de una situación azarosa que da un vuelco a su existencia y la amenaza decisivamente; son víctimas vulgares y anónimas, víctimas de una situación límite cuya frontera traspasan por ofuscamiento, inocencia, ingenuidad, imprudencia o necesidad forzosa. No son gente significativa, a veces se trata de profesionales de medio pelo, otras de parados y generalmente de gente reducida a la miseria por la Gran Depresión..., hay corruptos, tipos codiciosos, gánsteres y traficantes, pero en su mayor parte son buena gente alcanzada por la conmoción de la desgracia, por estar en el lugar equivocado cuando no tenían que estarlo, por “pasar por allí” o permanecer desvelados mientras los demás duermen...

El relato que da título a este libro -«Rear Window» (La ventana indiscreta)- es uno de estos casos, al tiempo que una pieza maestra de la escritura. En él el acompañante de Hal Jefries -el protagonista- es su criado Sam, un filipino que trabaja por horas en la casa de aquél. Aquí, la suma de obstáculos que ha de superar el personaje emana del riesgo al que lo empuja su curiosidad; no se trata pues de un hombre inocente que de pronto se encuentra envuelto en un delito que lo acusa sino de un aburrido mirón al que su apatía le juega una mala pasada y lo pone en manos de un asesino; es un personaje vulgar que se convierte en víctima gracias a su imprudencia; una imprudencia, por cierto, en la que lo menos importante es conocer si el hombre de la casa de enfrente asesinó o no a su esposa, sino que el verdadero suspense está en el peligro que atormenta al propio protagonista.

Hoy, cuando el género negro aparece frecuentado por tantos y, a menudo, tan anodinos discípulos, resulta estimulante retomar la formalidad de la mano de uno de sus creadores principales, este Cornell Woolrich, tocado por el espíritu del infortunio y la lucidez. Por suerte en este libro nos tropezamos con un Irish en estado puro. Del suspense admirable de «La ventana indiscreta» pasamos a la ansiedad de «Proyecto de asesinato». El comienzo de este relato corto es ejemplar: dos mujeres elegantes, bellas y rondando la treintena, una rubia y la otra morena, hablan de sus cosas mientras toman el té. Woolrich hace un guiño al lector diciéndole: “si supiera usted, amigo mío, de lo que están hablando...”. Entonces nos sitúa en la mesa de las dos mujeres. -«Si lo odias hasta ese punto, si ya no puedes soportar la vida con él por más tiempo y si además él se niega a devolverte la libertad, ¿por qué no lo matas? ¿No lo has pensado nunca?». Una situación de lo más inocente degenera de forma paulatina en desesperada.

La mayoría de la historias de Woolrich hablan de la felicidad, del miedo a perderla o de la necesidad de alcanzarla. Así, «El pendiente» consigue utilizar el suspense como vehículo de una auténtica declaración amorosa y lo hace de manera magistral. Éste testimonio se condensa en las palabras del marido de la protagonista: «Un marido digno de ese nombre lo comprende todo, lo perdona todo. Se las ingenia para proteger constantemente a su mujer, incluso sin decírselo».

«A través del ojo de un muerto», es un relato sobre el amor filial, donde la intriga actúa al descubierto, de manera que, sin ocultar nada, se consigue una emocionante aventura con un final feliz. Frankie, un niño de doce años, es capaz de enfrentarse a la muerte con tal de ayudar a su padre a conservar su trabajo. «¿Qué quieres que te pase ahí dentro? Que esté vacía y a oscuras importa poco... Y aunque haya un muerto..., los muertos no hacen daño a nadie. Ya no eres un niño pequeño; ya tienes doce años y cinco meses. Y, además, tu padre necesita que le ayudes. Si entras ahí, quizás encuentres algo que le sea útil.»

«Cocaína» es un ejemplo clásico del suspense que dimana de una pesadilla. Al despertar, tras una noche de jarana a lo grande, Tommy descubre sangre en sus ropas y un cuchillo ensangrentado entre sus pertenencias. Apenas superado el horror de tal situación, debe aplicarse en poner orden entre la oscuridad que alberga su cerebro. «Cocaína» se distingue por la indefensión, una indefensión agravada por el hecho de que el personaje se encuentra metido en un lío mortal debido a su torpeza. Su miedo es tanto más profundo cuanto más desconocida es la amenaza, ya sea en su fundamento como en su estampa.

«Si el muerto pudiera hablar» nos sumerge en una propuesta imaginaria: la idea de que la persona que yace muerta sobre la pista de un circo -en este caso un trapecista- puede explicar la verdad de lo ocurrido. Es un cambio paradójico en el punto de vista. Woolrich se introduce en la cabeza del muerto y narra en primera persona la auténtica verdad del suceso.

La sexagenaria parapléjica de «Los ojos que vigilan», Janet Miller, es sometida a un sufrimiento abominable. La especialidad de Irish son las situaciones límite y pocas alcanzan el grado de intensidad que se da aquí. Nos hallamos ante un caso extremo de indefensión y ante una solución que, en principio, parece muy peliaguda, por no calificarla de imposible. Es en relatos como éste donde tropezamos con un Woolrich herido por sus demonios internos que desea la felicidad y cree en la capacidad del ser humano a luchar por encima de cualquier adversidad.

«La Libertad iluminando a la muerte» es una novela de suspense a cara descubierta. El lector lo ve venir todo desde el principio y sólo le queda preguntarse cómo resolverá el autor el asunto. En una visita a la «Estatua de la Libertad» un policía echa de menos a un hombre obeso, muy obeso. El voluminoso personaje se ha volatilizado. Si el hecho hubiese sido menos «palpable»... «La Libertad iluminando a la muerte» está escrita en un tono de comedia con tintes negros, con la personalidad del cine policíaco americano de los años cuarenta, e inevitablemente uno siente la curiosidad de saber cómo acaba la historia.

Los relatos de Woolrich pertenecen a lo mejor que se ha hecho nunca dentro de la intriga de crimen y misterio y el impacto que sigue suscitando su lectura no decae. Este libro es una prueba de ello. Woolrich escribió decenas y decenas de historias a cual más luminosa e impresionable y continuará siendo un referente fundamental en la literatura de índole criminal y un hontanar de complacencia para todos aquellos lectores amen el género negro.
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