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lunes, 24 de abril de 2017

VIEJOS AMORES. (Juan Madrid)

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VIEJOS AMORES
Juan Madrid
ALIANZA EDITORIAL
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«Viejos amores» está inspirada en la vida real de Juan Antonio Rodríguez Vega, «el Mataviejas», un santanderino psicópata que tuvo en vilo a la sociedad española en los años ochenta. Vega acabó en un año con la vida de dieciséis ancianas haciéndose pasar por fontanero. Comenzó su carrera criminal agrediendo sexualmente a mujeres. Fue arrestado el 17 de octubre de 1978 y condenado a 27 años de prisión. Recluido en el penal de Ocaña, y gracias a su encanto, consiguió que todas sus víctimas menos una le perdonaran, lo que según el Código Penal Español anterior a 1995 le eximía de responsabilidad penal. Fue así que pasó sólo 8 años encerrado. Puesto en libertad en 1986 fue abandonado por su mujer. Volvió a casarse con una epiléptica. El 19 de mayo de 1988 fue arrestado en una calle de Cobo de la Torres. Confesó todos sus crímenes, pero a la hora de declarar ante el juez afirmó que todas sus víctimas habían muerto por «causas naturales». Es aquí, en este punto, donde arranca la novela de Juan Madrid...

Ana Beltrán Cuevas, viuda de ochenta y dos años, fue encontrada por su hija, alertada por una vecina, en ropa de calle, descalza y boca arriba. Estaba sobre la cama con arañazos y erosiones en ambas rodillas, la frente y el rostro. La autopsia demostró que Beltrán Cuevas fue violada anal y vaginalmente, y luego estrangulada lo que le produjo la muerte por edema pulmonar y asfixia. De su casa se echó en falta el televisor portátil, dos relojes –el de ella y el de  su marido-, las dos alianzas, una cadenita con crucifijo y los pendientes. José Fernando Ruíz Muñoz, de treinta y dos años, natural de Santander, tiene abierta una causa criminal por la que se le acusa de haber violado y dado muerte a dieciséis ancianas, quince de ellas domiciliadas en su mismo barrio. A la cárcel acude con asiduidad un juez del juzgado instrucción con el objetivo de interrogarle. Éste juez le concede un tiempo razonable para que busque abogado, hecho que el «señor Ruíz» -para la causa de ahora en adelante siempre será «el señor Ruíz»- se ha negado reiteradamente a llevar a cabo.

Ruíz Muñoz nació en el seno de una familia más bien pobre, gente obrera, que tuvieron siete hijos. A temprana edad fue confiado a sus abuelos, -sus padres se negaron a tenerlo en casa por presunta crueldad-, abuelos que ejercían de feriantes y que poseían una caseta de tiro en la que además su abuela con una compañera se mostraban desnudas al público a cambio de un estipendio. Mientras esto ocurría, su abuelo -«el Mono»- permanecía fuera recogiendo el dinero. «Íbamos de feria en feria y muy pocas veces repetíamos en el mismo pueblo. Viajábamos en la camioneta donde cargábamos la caseta de tiro al blanco, las bombillas de colores, los regalos, las escopetas y todo lo que teníamos.» Durante esa época Ruíz Muñoz se alimentaba de la leche que le proporcionaba su abuela. «Yo siempre quería tragar leche, mamarle los pechos a la una o a la otra. Yo era más bien pequeño de estatura para mi edad, pero muy fuerte. Esa debe ser la razón por la que fui un niño sano y después un muchacho y un hombre con salud de hierro. Dicen que la leche de las mujeres es uno de los alimentos mejores y más saludables que existen.»

Ruíz Muñoz nunca se declaró culpable de estos asesinatos. «-¿Otra vez? ¿Cuántas veces tengo que decirle que yo no violo vejestorios? A mí no me hace falta, he tenido mujeres muy guapas y jóvenes. No necesito viejas.» En su desvarío de mente enferma Ruíz Muñoz pretende ser hijo de un ricachón madrileño que tiempos atrás visitó a su madre en Villena con el objeto de aprovechar sus artes de sanadora y obtener un alivio para sus ojos enfermos. De aquella supuesta visita surgió tal engendro. Y hoy, con motivo, de su acusación, Ruíz Muñoz pretende que este señor le costeé un abogado de pago.

Una vez en la cárcel «el Mataviejas» invita a un periodista a que relate su biografía. Julio Bravo, acompañado de un magnetofón y una cartera, en la que guarda un paquete de tabaco y una lata de atún en aceite que le sirve de cenicero, acude cada dos días a la celda de Ruíz Muñoz, donde le espera éste para explicarle con voz clara y precisa las vicisitudes de su vida. Sobre la mesa, un viejo libro escolar, la Enciclopedia de Grado Elemental, un cuaderno y un lápiz le sirven de testigos. Ruíz Muñoz desgrana su vida con precisión de detalles. Sus años de infancia en una caseta ferial de tiro al blanco en compañía de una abuela promiscua y un abuelo alcohólico -«semihumano en realidad»-, que llegaba todas las noches borracho y la emprendía a golpes con él. «-Éste es mi sitio mamón! ¿Qué haces con mi mujer? -¡Fuera de aquí!». Y tras la muerte de la abuela –degollada por las planchas del techo de la caseta de tiro tras una noche de tormenta-, su matrimonio a los 18 años con Natividad Pardo. «Se llama Nati y me parece que sigue viviendo en Santander. La dejó embarazada y se tuvo que casar con ella, por lo civil. Nadie de su familia fue a la boda. Bueno me dijo Fernando que se fueron a vivir al piso de la madre de ella, su suegra. El niño se llama Fernandito y debe de tener ahora sobre los trece años.» Sus años en la Legión, en Melilla, y la relación con el capitán Casado que terminó con su expulsión del cuerpo tras unos escarceos con la prometida de aquél. Y por último la presencia del psiquiatra, del doctor Prada.

Ruíz Muñoz fue diagnosticado como psicópata. Sus asesinatos eran premeditados. Identificaba a sus víctimas y las observaba hasta adquirir familiaridad con cada aspecto de su rutina diaria. Posteriormente se hacía pasar por fontanero, albañil o lo que se terciara y las acompañaba a sus casas. De allí regresaba con una serie de trofeos de cada uno de sus crímenes. Cuando fue arrestado la policía encontró en su casa una habitación con objetos que iban desde televisores a rosarios, a flores de plástico, osos de peluche y fotografías antiguas, todos ellos reconocidos como propiedad de sus víctimas.

Su mujer ya había predicho que Ruíz Muñoz acabaría mal. «Me pegaba mucho muy fuerte, por celos y porque decía que yo no quería hacer uso del matrimonio con él... Se iba con mujeres y no me daba dinero... Mi madre lo tuvo que echar de la casa, que era nuestra... Nunca ha querido a su hijo. Ahora tiene doce años y nunca le ha escrito, ni una simple llamada de teléfono, nada...La vida con él fue un infierno...»

«Parte de un albañil condenado por violar y asesinar ancianas, y sobre ésto monté un texto muy complejo, con cuatro narradores que a veces se niegan entre sí», señaló el autor en una entrevista a Efe. «Viejos amores» es una historia de celos, incomprensión y juventud. Una documento real como la vida misma, un relato de altura en la bibliografía de Juan Madrid.
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viernes, 21 de abril de 2017

RAOUL WHITFIELD Y SU DETECTIVE FILIPINO «JO GAR»

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Más de setenta años han pasado desde la muerte de Raoul Whitfield y todavía se sabe muy poco acerca de su vida. No hay cartas archivadas capaces de arrojar luz sobre este hombre misterioso. Los críticos se refieren a Whitfield como «el personaje olvidado de Black Mask». Su quehacer como escritor, al igual que la de su amigo Dashiell Hammett duró exactamente ocho años, entre el período que abarca de 1926 a 1934. Durante su carrera Whitfield publicó más de trescientas historias y series cortas y nueve libros, de los cuales sólo dos fueron novelas originales.

Raoul Falconia Whitfield nació en la ciudad de Nueva York el 22 de noviembre de 1896 en el seno de una familia socialmente prominente y financieramente cómoda. Su padre William H. Whitfield trabajó para la administración pública de Estados Unidos. En algún momento antes de 1900, tal vez cuando Raoul contaba dos o tres años de edad, William Whitfield trasladó a su familia a Manila, para servir en el gobierno territorial de Estados Unidos. Durante sus años en Filipinas, Raoul acompañó a su padre en sus viajes frecuentes a Japón y China. Éstos ampliaron su conocimiento de la región y le sirvieron de base para su carrera de historias pulps. Allí estableció su cuentos trepidantes «The Sky Jinx», «Kiwi» y «Hell´s Angel», además de dos docenas de historias de su original detective filipino «Jo Gar».

En 1916 Whitfield enfermó y fue enviado a Nueva York para recibir tratamiento. Después de mejorar su salud puso rumbo a California y aterrizó en Hollywood donde comenzó una carrera de corta duración como actor de películas mudas. Pero Whitfield vio en la Primera Gran Guerra, que se desarrollaba vertiginosamente en Europa, una oportunidad de involucrarse en una acción real. Recibió formación de piloto del ejército del aire en Kelly, San Antonio, Texas. Fue aviador en Francia, aunque sólo entró en combate hacia el final de la guerra. Cuando regresó a Estados Unidos, a principios de 1918, trabajó como obrero en una fábrica de acero en Pensilvania, un trabajo que posiblemente consiguió a través de las conexiones políticas y comerciales de su padre. «La verdad es –admitiría más tarde- que nací para ser escritor», y eso, posiblemente, está más cerca de la verdad que todo lo escribió acerca de sí mismo. Lo cierto es que su trabajo en la fábrica de acero sólo fue uno de los muchos que ejerció: bombero en sierra Madre, vendedor de bonos para Redmond & Co., reportero del Pittsburgh Post... Allí, en Pittsburgh, conoció y se casó el 28 de abril de 1923 con la que sería su primera esposa, una compañera de trabajo, Prudence Anne Smith Van Tine.

Whitfield hizo su debut como escritor con «The Sky Climbers» en el número del 22 de mayo de 1924 de la revista Street & Smith´s Sports Magazine. Para agosto y septiembre de ese mismo año se convirtió en colaborador habitual de Breezy Stories y Droll Stories. Lo mejor que se puede decir de estas historias es que son los trabajos de alguien que estaba aprendiendo a convertirse en escritor profesional. Fue éste, sin embargo, un período muy  productivo para Whitfield. En Breezy Stories se cuentan 29 entregas suyas que se publicaron entre el 15 de agosto de 1924 y el 1 de abril de 1926. Su primera novela, «Green Ice», publicada en 1930 por Alfred A. Knopf Inc., fue acogida por la crítica con diversidad de opiniones. Hammett alabó el estilo del libro, aunque mantuvo sus reservas acerca de la historia.

1926 fue un gran año para Whitfield. Ocho de las treinta y cinco ventas que realizó fueron publicadas en Black Mask. Veinte de ellas en Street & Smith´s Sports Story Magazine, que rápidamente se convirtió en un mercado muy atractivo para él. Entre 1926 y 1933 Whitfield publicó 155 historias, 88 de ellas en Black Mask. La primera contribución de Whitfield para Black Mask -«Scotty Troubles Trouble», en Marzo de 1926- encajaba a la perfección en el emergente «molde duro» que Shaw había impuesto desde su llegada a la redacción de la revista. Las historias de Scotty marcaron el comienzo de un nuevo género de ficción. Whitfield fue considerado como el inventor de las aventuras aéreas, y pronto se convirtió en uno de los escritores más populares y publicados de esta revista. Del original cuarteto de la revista hard-boiled, (Hammett, Whitfield, Gardner y Carroll John Daly), sólo Hammett y Gardner consiguieron una amplia popularidad, pero de diferentes maneras. Hammett llegó a ser una figura de culto literario y objeto de una biografía cada vez más rica al tiempo que Gardner fue uno de los escritores de misterio más exitoso y mejor pagado del pasado siglo.

En 1927 su esposa Prudence animó a  Whitfield a trasladarse a la costa oeste de Florida, donde pudo ganarse la vida como escritor a tiempo completo. Tenía 29 años cuando la primera de sus muchas aventuras apareció en Black Mask y no pasó demasiado tiempo antes de que su interés se centrara en las historias de crímenes. Frederic Dannay, fallecido fundador y editor de la revista Ellery Queen, diría de Whitfield que «él siempre escribió con facilidad y rapidez, con un mínimo de corrección. Tenía un especial talento para comenzar con un título y escribir una historia alrededor de él.»

Raoul Whitfield y Dashiell Hammett mantuvieron una estrecha amistad, que muchos biógrafos de Hammett sólo han tocado de pasada. Se cartearon durante varios años antes de llegar a reunirse en San Francisco por primera vez. Para entonces la carrera de  Whitfield ya estaba en marcha y Hammett admiraba la capacidad de éste para sentarse ante una máquina de escribir y sacar adelante una historia en una sola sesión. Hammett y Whitfield se encontraban con tanta frecuencia como se lo permitían sus horarios –por lo general en los bares de San Francisco y Nueva York- donde sostuvieron discusiones sin fin sobre los secretos de la novela policíaca. No hace falta decir que el volumen de bebidas alcohólicas que consumían fluía tan libremente como su charla.

En 1934 Whitfield se casó por segunda vez, en esta ocasión con Emily Vanderbilt Thayer, una intelectual neoyorkina de la alta sociedad, y su vida cambió. Compraron un rancho en Nuevo México y él dejó de escribir. Este segundo matrimonio no estaba destinado a durar. Emily presentó una demanda de divorcio en 1935. Whitfield regresó a Hollywood. La noche del 24 de Mayo un empleado del rancho descubrió el cuerpo sin vida de Emily en su cama. Su mano izquierda aún sostenía un revólver del calibre 38 que se había acostumbrado a llevar en los últimos meses. Sobre la base  de las pruebas médicas, las entrevistas con el personal del rancho y los amigos que la habían tratado ese día, el jurado dictaminó que la causa de la muerte fue suicidio. Whitfield heredó todos los bienes de su esposa, pero ya en 1940 lo había despilfarrado todo. Estaba en la miseria y cayó gravemente enfermo.

La salud de Whitfield disminuyó drásticamente en los años posteriores a la muerte de Emily y en 1942 fue hospitalizado. Hammett, recluido en las Islas Aleutianas durante la Segunda Guerra Mundial, envió un cheque de 500 dólares para contribuir a la paga de las facturas hospitalarias. Whitfield nunca abandonó el hospital y el 4 de enero de 1945, a los 46 años, murió de tuberculosis.  
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martes, 18 de abril de 2017

LA VOZ DEL VIOLÍN. (Andrea Camilleri)

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LA VOZ DEL VIOLÍN (La voce del violino)
Andrea Camilleri
TRADUCCIÓN: María Antonia Menini Pagès
EDICIONES SALAMANDRA
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Cronológicamente «La voz del violín» es la cuarta entrega de la serie del inspector Salvo Montalbano y su equipo de detectives de Vigàta. La novela es un ejemplo perfecto de todo lo bueno que encierra la saga. De forma fortuita y a causa de la impericia en la conducción de un colega Montalbano descubre el cuerpo sin vida de una mujer en un chalet desierto. Todo parece indicar que fue estrangulada mientras hacía el amor. Su ropa ha desaparecido. «Vio tres puertas cerradas. La primera que abrió le permitió ver un pequeño y ordenado dormitorio de invitados; la segunda le mostró un cuarto de baño más grande que el de la planta baja, pero en el que, a diferencia del otro, reinaba un considerable desorden. En el suelo había un albornoz de rizo de color rosa, como si la persona que lo llevaba se lo hubiera quitado a toda prisa. La tercera puerta correspondía al dormitorio principal. Y estaba claro que el cuerpo desnudo y casi arrodillado pertenecía a la joven y rubia propietaria que, con el vientre apoyado en el borde de la cama, permanecía con los brazos extendidos y el rostro enterrado en la sábana reducida a jirones por las uñas que la habían agarrado con fuerza en medio de los espasmos de la muerte por asfixia.»

El viejo jefe de la brigada policial de Vigàta y a la vez mentor de Montalbano, Jacomuzzi, se ha retirado por fin. Su nuevo mandamás, el doctor Vanni Arquà, trasladado desde Florencia, es el vivo retrato de Harold Lloyd, permanentemente despeinado, vestido como los sabios distraídos de los años treinta y fiel al culto de la ciencia. Y además es un cabrón de cuidado. A Montalbano no le cae bien y Arquà le corresponde con análoga antipatía. El inspector pronto se ve atrapado en las redes de la política y es alejado del caso. Así, tras la muerte de un sospechoso en un tiroteo, un pobre idiota enamorado de la víctima, sus superiores dan por cerrado el asunto. Sin embargo, Montalbano es incapaz de deshacerse de la necesidad de averiguar quien cometió el crimen.

Es ésta una historia regada de subtramas, relatos con interés propio que se cruzan entre sí: ¿llegará a buen puerto la relación sentimental que Montalbano comienza con Anna Tropeano, la atractiva amiga de la víctima?; ¿qué sucederá con François, el niño tunecino que Montalbano y su compañera Livia decidieron adoptar en la historia anterior?; ¿cómo logrará Montalbano hacer frente a los intentos de sus superiores para sacarlo del caso?

De hecho, todas las novelas de esta serie son una descuidada traza de los libros de Raymond Chandler sobre Philip Marlowe. La trama principal no interesa a Camilleri. Si así fuera, Montalbano habría deducido poco después del descubrimiento del cuerpo de Michela Licalzi, mujer de un médico boloñés sesentón e impotente, que ésta llevaba un móvil y habría comprobado los registros de llamadas. De haberlo hecho así la historia podía haber terminado ahí. Pero una pronta conclusión habría dejado huérfano al lector de las delicias imaginativas de un Camilleri fértil, al tiempo que lo habría privado de la degustación de la biblioteca inagotable de personajes secundarios salidos de su imaginación y de las sorprendentes situaciones en las que los coloca.

Personajes secundarios éstos que conforman la vida del comisario  y que no han variado excesivamente desde su primera aventura. Livia, su novia de siempre, que trabaja en Génova, y con la que se reúne lo justo para que el amor y la pasión no acaben en trifulca, es constantemente relegada a un segundo plano en sus pensamientos. Expresiones del tipo ¡Santo cielo, no me acordaba de Livia!, y respuestas como ¡Déjame dormir Salvo!, se suceden con inadecuada regularidad a lo largo de las páginas de cualquiera de sus novelas. Mimi Auguello, una especie de donjuán con el que mantiene reiterados encontronazos verbales. El inspector Fazio y su interminable ringlera de datos del registro civil que suponen un auténtico quebradero de cabeza para el inspector. Bonneti-Alderighi, un jefe cobarde e inútil, un lameculos del montón con apellidos heráldicos, («estaba claro que su cuarta parte de sangre azul se le había subido a la cabeza y se veía a sí mismo con la crisma coronada»), y que no le tiene en consideración:(«-Le seré muy sincero, Montalbano. No le tengo en mucha estima»), y a quien él guarda justa reciprocidad («-Yo a usted tampoco –dijo el comisario sin ambages»). El fiscal Tommaseo, un obseso sexual, que le trae constantemente a la mente una frase de Manzoni que ha leído en algún sitio acerca del otro y más celebre Nicolò Tommaseo: «Este Tommaseo tiene un pie en la sacristía y otro en el burdel». Pasquano, el forense, siempre en guerra con los de la Científica, hasta el punto de que su lema vital es «o ellos o yo», donde «ellos», evidentemente, son los de la Científica. Y por último el agente Catarella, «personalmente y en persona», sin lugar a dudas el protagonista de todo este retablo de secundarios, un trabalenguas andante que acapara los momentos más hilarantes de la historia.

Gran parte del placer que proporcionan las novelas de Camilleri emana de una inmersión en la atmósfera local de Vigàta. Vigàta, el barrio de Marinella y Montelusa, son tres lugares inexistentes que aúnan los rasgos de la Sicilia más típica. Una Sicilia que según el propio Camilleri es «una profunda gruta a cielo abierto». Vigàta es descrita como una ciudad costera sin grandes atractivos turísticos. La casa que Montalbano posee frente al mar está situada en el supuesto barrio de Marinella, trasunto de la playa de Punta Secca, bañada por el mar de África, con el olor de su puerto que es «una proporción perfecta de jarcias mojadas, redes puestas a secar al sol, yodo, pescado podrido, algas vivas y muertas y alquitrán». La comisaría de policía donde labora Montalbano está inspirada en la vieja alcaldía de Scicli, levantada a 20 kilómetros tierra adentro e ignorada por la mayoría de los visitantes. En definitiva la Sicilia de Camilleri, la Sicilia de Montalbano, es un lugar hecho con la mezcla de varios. Una potestad ésta que sólo poseen aquellos que son capaces con su escritura de levantar ciudades allí donde sólo hay mapas.
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sábado, 8 de abril de 2017

EL LADRÓN DE MERIENDAS. (Andrea Camilleri)

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EL LADRÓN DE  MERIENDAS (Il Ladro di Merendine)
Andrea Camilleri
TRADUCCIÓN: maría Antonia Menini Pagès
EDICIONES SALAMANDRA 
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Montalbano es una figura de gran belleza arquetípica. Chovinista rayano en la paranoia, impetuoso y terco, siente un pánico horrible a verse atrapado en un matrimonio incierto con su amante a largo plazo, Livia. La realidad es que él se encuentra más atraído por la deliciosa comida italiana que por el sexo. Su pasión por el buen yantar linda lo malsano. Es incapaz de pasar ante una “trattoria” sin «echar un ojo» al menú. «-¿Por qué no se queda a comer conmigo?... Pina, la asistenta es una cocinera estupenda, se lo aseguro. Hoy ha preparado pasta a la Norma, ¿sabe?, ésa que se hace con berenjenas fritas y requesón salado. ¡Jesús!- -exclamó Montalbano, volviéndose a sentar.» Uno de los grandes atractivos de Montalbano radica en la interpretación irónica que realiza de los personajes de su entorno. Así, aquellos cuyo realismo surge de su penetrante y compasiva mirada rememoran a los salidos de la cultura popular y carnavalesca de las obras de Rabelais. A la señora Cosentino, una vecina con quien coincide en un inmueble donde se ha hallado un cadáver, la describe como «una pelota bigotuda de irresistible simpatía.» Del marido de Gaetana Pinna, otro de los vecinos del citado inmueble, opina: «Sentado en camiseta en un sillón, con una sábana sobre las rodillas, había un elefante, un hombre de proporciones gigantescas. Los pies descalzos que asomaban por debajo de la sábana parecían patas; e incluso la nariz, larga y colgante era como una trompa.» Algo así como un Gargantúa a la moderna, henchido de humanismo.

La figura de Montalbano es impulsada por la oportunidad de observar y participar. Aunque se comente que su éxito lo ha hecho famoso, a él no lo mueve el deseo de promocionarse en el cuerpo de policía. Es hosco con sus superiores, a los que no guarda respeto, y mordaz con sus subordinados. La mayoría de sus métodos no se ajustan a lo que se considera un correcto proceder policial. En «El ladrón de meriendas» llega al punto de golpear a un coronel de la brigada antiterrorista. Pero su relación con su propio equipo está templada por su aguda inteligencia, su compasión y su humanidad. Hay momentos ocurrentes cuando, a su manera, los trata de incompetentes. Y si no observen su reacción cuando Catarella le informa que acaban de telefonear advirtiendo que hay una persona encerrada en un ascensor. «El tintero de bronce delicadamente labrado pasó rozando la frente de Catarella, pero el ruido del golpe contra la madera de la puerta sonó como un cañonazo...-¿Qué ha sido? ¿Qué ha pasado? –Que te explique ese cabrón la historia de un tío que se ha quedado encerrado en un ascensor. Que avisen a los bomberos. Pero sacádmelo de aquí, no quiero oírlo hablar. Fazio regresó de inmediato-.-Un muerto asesinado en un ascensor –dijo, yendo directamente al grano para evitar que le cayera encima otro tintero.»

«El ladrón de meriendas», de argumento decididamente enrevesado, comienza con el asesinato de un hombre de negocios de mediana edad en el ascensor de su bloque de apartamentos. La limpiadora de su oficina, a la vez su amante, ha desaparecido y es objeto de todas las sospechas. Su esposa, la esposa del difunto, tiene la certeza de que aquella es la asesina. «-¿Quién ha sido comisario? Su amante. Se llama Karima, con ka. Una tunecina. Se reunían en el despacho los lunes, miércoles y viernes. La puta iba allí con la excusa de hacer la limpieza.»

Camilleri introduce en la trama un elemento desconcertante: la muerte en alta mar de un supuesto marinero tunecino tiroteado por la marina de su país cuando viajaba en un barco pesquero italiano. La identidad de este personaje deviene con el tiempo en hermano de Karima y resulta ser un terrorista de cuidado. Ahmed Moussa, que así es su nombre, había creado tiempo atrás un grupúsculo paramilitar de desesperados. El nacionalismo de este grupúsculo, por lo menos en lo referente a sus intenciones, era de un absolutismo casi demencial. Y sus crímenes alcanzaban a chiquillos, a criaturas totalmente inocentes. Y en medio de esta barahúnda aparece la figura del niño, el hijo de Karima, quien acuciado por el hambre, y para sobrevivir, se ve obligado a robar la merienda a otros escolares. De ahí el título de la novela.

Las pesquisas guían a Montalbano hacia el turbio mundo de los servicios secretos y la sucia guerra contra el terrorismo internacional. El despiadado universo de la inmigración ilegal, de los barrios populares mediterráneos, de los insensibles burócratas al servicio del Estado aparece plasmado con sorprendente nitidez en cada una de las páginas de esta novela. No en vano, las historias de Camilleri parecen estar sacadas de hechos criminales reales o en todo caso de hechos históricos, y muestran un alto nivel de compromiso con las cuestiones sociales y políticas. En las novelas de la serie Montalbano, Camilleri menciona a otros autores del crimen italiano o europeo, como el español Vázquez Montalbán o el belga George Simenon, con los que comparte su «actitud combativa hacia la literatura». En línea con la tendencia actual generalizada, Camilleri, al igual que otros escritores de Francia, Islandia y Suecia, produce una novela «negra» local con la Policía Procesal en su centro. Personajes como el inspector Montalbano del propio Camilleri, el inspector-jefe Adamsberg de Fred Vargas, el inspector Erlandur de Arnaldur Indridason o el inspector Kurt Wallander de Henning Mankell dan una idea aproximada de los sistemas policiales y la erudición de los distintos países. En este mosaico cultural Camilleri es considerado como uno de los creadores más genuinos de un estilo original y propio y ha recibido títulos honoríficos de varias universidades de Italia y del extranjero, así como la Daga Internacional, el más alto honor a un escritor extranjero concedido por «The Crime Writes´ Association».

Un elemento manifiesto en la narrativa de Camilleri es su afición a presentar sus historias como si se desarrollaran en un escenario, en el que con un humor muy particular dirige a sus personajes. Con su lenguaje culto, su estilo cómico y el uso de referencias irónicas al teatro y a su puesta en escena, da a sus historias una teatralidad incuestionable. Camilleri es a un tiempo narrador y personaje principal de cada uno de sus cuentos, ya que como narrador siempre está presente en cada página.

La impresión de que los lectores de Camilleri son su audiencia da a su novela negra una dimensión fascinante, la dimensión de un lugar inventado –Vigàta-, un pueblo inexistente de la Sicilia más típica, un portal siciliano en el que la voz de un juglar puede ser todavía escuchada.
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