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martes, 18 de abril de 2017

LA VOZ DEL VIOLÍN. (Andrea Camilleri)

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LA VOZ DEL VIOLÍN (La voce del violino)
Andrea Camilleri
TRADUCCIÓN: María Antonia Menini Pagès
EDICIONES SALAMANDRA
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Cronológicamente «La voz del violín» es la cuarta entrega de la serie del inspector Salvo Montalbano y su equipo de detectives de Vigàta. La novela es un ejemplo perfecto de todo lo bueno que encierra la saga. De forma fortuita y a causa de la impericia en la conducción de un colega Montalbano descubre el cuerpo sin vida de una mujer en un chalet desierto. Todo parece indicar que fue estrangulada mientras hacía el amor. Su ropa ha desaparecido. «Vio tres puertas cerradas. La primera que abrió le permitió ver un pequeño y ordenado dormitorio de invitados; la segunda le mostró un cuarto de baño más grande que el de la planta baja, pero en el que, a diferencia del otro, reinaba un considerable desorden. En el suelo había un albornoz de rizo de color rosa, como si la persona que lo llevaba se lo hubiera quitado a toda prisa. La tercera puerta correspondía al dormitorio principal. Y estaba claro que el cuerpo desnudo y casi arrodillado pertenecía a la joven y rubia propietaria que, con el vientre apoyado en el borde de la cama, permanecía con los brazos extendidos y el rostro enterrado en la sábana reducida a jirones por las uñas que la habían agarrado con fuerza en medio de los espasmos de la muerte por asfixia.»

El viejo jefe de la brigada policial de Vigàta y a la vez mentor de Montalbano, Jacomuzzi, se ha retirado por fin. Su nuevo mandamás, el doctor Vanni Arquà, trasladado desde Florencia, es el vivo retrato de Harold Lloyd, permanentemente despeinado, vestido como los sabios distraídos de los años treinta y fiel al culto de la ciencia. Y además es un cabrón de cuidado. A Montalbano no le cae bien y Arquà le corresponde con análoga antipatía. El inspector pronto se ve atrapado en las redes de la política y es alejado del caso. Así, tras la muerte de un sospechoso en un tiroteo, un pobre idiota enamorado de la víctima, sus superiores dan por cerrado el asunto. Sin embargo, Montalbano es incapaz de deshacerse de la necesidad de averiguar quien cometió el crimen.

Es ésta una historia regada de subtramas, relatos con interés propio que se cruzan entre sí: ¿llegará a buen puerto la relación sentimental que Montalbano comienza con Anna Tropeano, la atractiva amiga de la víctima?; ¿qué sucederá con François, el niño tunecino que Montalbano y su compañera Livia decidieron adoptar en la historia anterior?; ¿cómo logrará Montalbano hacer frente a los intentos de sus superiores para sacarlo del caso?

De hecho, todas las novelas de esta serie son una descuidada traza de los libros de Raymond Chandler sobre Philip Marlowe. La trama principal no interesa a Camilleri. Si así fuera, Montalbano habría deducido poco después del descubrimiento del cuerpo de Michela Licalzi, mujer de un médico boloñés sesentón e impotente, que ésta llevaba un móvil y habría comprobado los registros de llamadas. De haberlo hecho así la historia podía haber terminado ahí. Pero una pronta conclusión habría dejado huérfano al lector de las delicias imaginativas de un Camilleri fértil, al tiempo que lo habría privado de la degustación de la biblioteca inagotable de personajes secundarios salidos de su imaginación y de las sorprendentes situaciones en las que los coloca.

Personajes secundarios éstos que conforman la vida del comisario  y que no han variado excesivamente desde su primera aventura. Livia, su novia de siempre, que trabaja en Génova, y con la que se reúne lo justo para que el amor y la pasión no acaben en trifulca, es constantemente relegada a un segundo plano en sus pensamientos. Expresiones del tipo ¡Santo cielo, no me acordaba de Livia!, y respuestas como ¡Déjame dormir Salvo!, se suceden con inadecuada regularidad a lo largo de las páginas de cualquiera de sus novelas. Mimi Auguello, una especie de donjuán con el que mantiene reiterados encontronazos verbales. El inspector Fazio y su interminable ringlera de datos del registro civil que suponen un auténtico quebradero de cabeza para el inspector. Bonneti-Alderighi, un jefe cobarde e inútil, un lameculos del montón con apellidos heráldicos, («estaba claro que su cuarta parte de sangre azul se le había subido a la cabeza y se veía a sí mismo con la crisma coronada»), y que no le tiene en consideración:(«-Le seré muy sincero, Montalbano. No le tengo en mucha estima»), y a quien él guarda justa reciprocidad («-Yo a usted tampoco –dijo el comisario sin ambages»). El fiscal Tommaseo, un obseso sexual, que le trae constantemente a la mente una frase de Manzoni que ha leído en algún sitio acerca del otro y más celebre Nicolò Tommaseo: «Este Tommaseo tiene un pie en la sacristía y otro en el burdel». Pasquano, el forense, siempre en guerra con los de la Científica, hasta el punto de que su lema vital es «o ellos o yo», donde «ellos», evidentemente, son los de la Científica. Y por último el agente Catarella, «personalmente y en persona», sin lugar a dudas el protagonista de todo este retablo de secundarios, un trabalenguas andante que acapara los momentos más hilarantes de la historia.

Gran parte del placer que proporcionan las novelas de Camilleri emana de una inmersión en la atmósfera local de Vigàta. Vigàta, el barrio de Marinella y Montelusa, son tres lugares inexistentes que aúnan los rasgos de la Sicilia más típica. Una Sicilia que según el propio Camilleri es «una profunda gruta a cielo abierto». Vigàta es descrita como una ciudad costera sin grandes atractivos turísticos. La casa que Montalbano posee frente al mar está situada en el supuesto barrio de Marinella, trasunto de la playa de Punta Secca, bañada por el mar de África, con el olor de su puerto que es «una proporción perfecta de jarcias mojadas, redes puestas a secar al sol, yodo, pescado podrido, algas vivas y muertas y alquitrán». La comisaría de policía donde labora Montalbano está inspirada en la vieja alcaldía de Scicli, levantada a 20 kilómetros tierra adentro e ignorada por la mayoría de los visitantes. En definitiva la Sicilia de Camilleri, la Sicilia de Montalbano, es un lugar hecho con la mezcla de varios. Una potestad ésta que sólo poseen aquellos que son capaces con su escritura de levantar ciudades allí donde sólo hay mapas.
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