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LA ESTRATEGIA DEL PEQUINÉS Alexis Ravelo Editorial Alrevés S. L. |
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«La estrategia del pequinés» no es la primera
novela de Alexis Ravelo, pero sí es una obra singular en su carrera. Primero,
porque rezuma calidad por los cuatro costados y, segundo, porque así se lo han
reconocido las críticas que ha recibido y que han culminado en la concesión de
galardones de la talla del Premio Dashiell Hammett, el Premio Novelpol o el
Premio Tormo, distinciones todas ellas que no están al alcance de cualquiera.
«La estrategia del pequinés» recorre Gran
Canaria de norte a sur, desde su capital al poniente y del parador de Tejeda a
la zona meridional de la isla. Las páginas del libro encierran todo un tratado de odonimia local. Desde Juan Rejón
al Auditorio, transitando por la avenida de las Canteras y sus calles aledañas
(Sagasta, Padre Cueto, Secretario Artiles); desde Triana a la desembocadura del
Guiniguada y el barrio de Vegueta, con referencias al Mercado Municipal, la
calle de la Pelota y Mendizábal, (¡ay! de aquellas veladas nocturnas en época
estudiantil compartidas en el Herreño y el Adargoma); desde Pedro Infinito en Ciudad
Alta a Santa Luisa de Marillac en el barrio de las Rehoyas. Recuerda uno el
nombre de Pedro Infinito como aquél astrólogo medio loco que aconsejó a Celia
la creación de una especie de modelo casi utópico de auxilio social para los
trabajadores decentes en la “Celia en los infiernos” de Pérez Galdós. Resulta gratificante
evocar las referencias a la obra galdosiana en los nombres de algunas calles de
Ciudad Alta, nombres que recogen gran cantidad de personajes y títulos de aquellas
novelas decimonónicas. A lo mejor es sólo casualidad, o quién sabe si el hecho
de nombrar a la calle principal de Schamann con el nombre de Pedro Infinito no
tuviese una doble intención moralizante para sus habitantes. Pero esto, amigos
míos, es irse por otros derroteros.
«La estrategia del pequinés» comienza con la
presentación en sociedad de Júnior, un macarra encargado de la distribución de
cocaína en Las Palmas por cuenta del Turco, «Miralles el Turco», un catalán o
valenciano cualquiera sabe, que reside en Barcelona y que cuenta con gente en
todos lados. Júnior regenta un establecimiento comercial –Mendoza e Hijo- en la
calle Pedro Infinito, una arteria de la parte alta de la ciudad. Éste comercio
tuvo su prestigio entre los habitantes de Ciudad Alta en tiempos pretéritos.
Ahora la tienda es un vestigio del pasado y el negocio una ruina. Júnior (Don
Fulgencio Hijo) tiene otros asuntos en los que pensar más allá de sus negocios
comerciales. («... negocios que a Don Fulgencio Padre, quengloriaesté, lo
volverían a llevar a la tumba si alguna vez le diera por levantar la cabeza»).
Algo sale mal en la recogida de una entrega,
y ese «algo» tiene un nombre: el Rata, Marcos el Rata, un tipejo de la Isleta,
trasnochador e informal. El tal Marcos se cogió una marcha de tres pares de
narices con la pasta que Júnior le había adelantado, y el día de la entrega de una
partida de coca no se presentó a su hora en su puesto de estibador en el
Muelle. Como consecuencia de todo ello el contenedor de frigoríficos donde iban
los dos kilos de polvo fue requisado por los de Aduanas, y el pastel quedó al
descubierto. («-Júnior y su gente lo tenían que haber recogido ayer por la
mañana, Pero, vete a saber por qué, no entraron en el contenedor cuando estaba
previsto. Así que el contenedor cayó en
una inspección sorpresa que hicieron por la tarde.»)
Los errores se pagan y el Rata entrega su
vida en el primer capítulo, apalizado y abandonado en una playa de la agreste
costa del norte de la isla. Pero el Rata no es el único deudor en esta
historia, Júnior también contrae una deuda. Una deuda de «tres bolsas de
hielo». («Te digo lo que haremos: dentro de dos semanas, hacemos otro asaderito
íntimo. Y tú te traes tres bolsas de hielo en lugar de dos. Es una de las
soluciones que se me ocurren. ¿Te parece bien? -¿Y la otra? La otra es que yo
mande a otra persona que se encargue del hielo y tú te quedas sin barbacoa.»)
Júnior ya la había jodido en otra ocasión y
por entonces el Turco le cubrió. («-Contento me tiene, el jodido Júnior de los
huevos. El año pasado ya perdimos otra entrega que iba para él.») Júnior se
plantea de dónde sacar el dinero para saldar su negligencia y es entonces
cuando decide pegarle el sablazo a Larry -el hombre del Turco en la isla-, un
abogado fantasmón que siempre había tenido más suerte que cerebro, un niño de
papá, alguien que recoge la pasta de la droga y la mete periódicamente en la
lavandería. («La invierte en unas cuantas empresas que después, supongo, le
ingresan el dinero limpio al Turco y a los suyos. Así que yo, cada par de meses,
le pongo un pastón en las manos al abogado, Y sé que por lo menos dos o tres
tipos más hacen lo mismo, siempre en las mismas fechas. Pero el tío no puede
invertir todo el dinero de golpe, así que lo tiene que guardarlo debajo del
colchón, mientras lo va poniendo a circular despacio. Por éso es por lo que los
pagos son cada dos meses y no cada mes.»)
Para el atraco a Larry, Júnior elige al
Rubio. El Rubio dejó de delinquir décadas atrás –lleva quince años trabajando
como jefe de seguridad de un hotel de lujo-, pero la grave enfermedad de su
mujer le hace replantearse las cosas. («-Estela –confirma el Rubio con
laconismo-. Está jodida. Todavía se puede hacer algo, pero si sigue así, no va a
haber solución. Quiero llevármela fuera, que la vean médicos de verdad.») El
Rubio en persona es el encargado de seleccionar al grupo que le ayudará en el
trabajo. Y es aquí donde entra en escena Tito el Palmera, un reenganchado de
Regulares que se dedica al menudeo, un cincuentón en la miseria que aspira a
regentar una cafetería con la que llevar una vida tranquila. Y también Cora, una
prostituta de lujo, que siente en sus carnes como sus encantos se marchitan día
a día, aunque aún mantiene sus posibles. («Observó sin reparos las piernas de
Cora, le adivinó los senos niños y libres tras el algodón de la camiseta.
Todavía tenía todos los revolcones del mundo. Y parecía continuar siendo una
mujer con cabeza, que era lo más importante en aquél asunto.»)
Con estos ingredientes Ravelo la borda. La
novela es realmente buena. Hay una primera parte en la que se narra el atraco y
sus momentos posteriores, y una segunda en la que los protagonistas emprenden
una huida sembrada de muertes. No debemos llevarnos a engaño. Ésta es una novela
negra, y en toda novela negra nunca las cosas salen como se tiene previsto. Ya
lo deja claro el propio escritor en una de sus lacónicas sentencias: «Todo
había sido calculado, todo estaba previsto. Y, justamente, todo empezó a ir
mal.»
«La estrategia del pequinés» es una historia
de traiciones, de amistad, de amor y
segundas oportunidades, de policías corruptos, narcotraficantes sin escrúpulos
y blanqueadores de dinero ineptos. «Es una novela de perdedores que son las que
escribo yo», como asegura Ravelo. «Una historia sencilla, sobre gente sencilla
que tiene que hacer golferío para salir adelante.» Una aventura que transita
por los vertederos de la sociedad, allí donde la miseria es protagonista y
adopta la forma de tipos sin escrúpulos que no tienen reparos en obtener
beneficio de la desesperación de los demás. En definitiva, y en palabras del
propio autor, «la novela rezuma compasión hacia los personajes, no hacia la
sociedad. La sociedad es lo que es.» Confiemos pues en que ésto cambie algún
día. Como sabemos, soñar es gratis, aunque tampoco se nos escapa que cumplir
los sueños no lo es.
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