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sábado, 29 de julio de 2017

A QUÉ ESPERAN LOS MONOS... (Yasmina Khadra)

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A QUÉ ESPERAN LOS MONOS... Qu´attendent les singes"
Yasmina Khadra
TRADUCCIÓN: Wenceslao Carlos Lozano
ALIANZA EDITORIAL, S. A.
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Después de una sangrienta guerra de liberación que duró ocho años, el 18 de marzo de 1962 el gobierno francés y el FLN –Frente de Liberación Nacional- firman los acuerdos de Evian por los que se establece un alto el fuego y se fija la convocatoria de un referéndum de autodeterminación. Argelia obtiene su independencia el 5 de julio de ese mismo año.

«¡Ah! Argelia, Argelia... Sus santos patronos se han dado de baja y se ocultan tras sus propias sombras con un dedo en los labios para suplicar a sus fieles que finjan estar muertos; en cuanto a sus estruendosos himnos, los silenció el alboroto de una juventud en dique seco que solo sabe entretener su ociosidad en espera de que un estallido de ira encienda la calle y así poder saquear tiendas e incendiar edificios públicos.» Estas son las desgarradoras palabras con las que Yasmina Khadra describe a la sociedad argelina -«blanca como una mente en blanco»- cincuenta años después de su independencia, una sociedad que se debate  entre unos políticos que elaboran sus propias leyes y un pueblo que ha permanecido somnoliento durante demasiado tiempo.

«A qué esperan los monos» va más allá de ser una buena novela negra que mantiene el suspense hasta el final. Es un análisis de la Argelia actual, un país no estructurado, sometido al poder de los «rboba», los dinosaurios de la República, los «mandamases en la sombra», unos dioses que nunca duermen, aquellos que perdonan los pecados pero no la insolencia, unos individuos que odian a los desertores y que cuando montan en cólera eclipsan truenos y centellas. Estos personajes encubiertos, estos padres de la patria, conforman un círculo cerrado, un laberinto peligroso para los no iniciados. Son inmortales. «Cualquier lacayo de las altas esferas puede certificar con pruebas que el abrazo de un rboba es tan mortal como la mordedura de diez cobras.»

Una muchacha joven y atractiva, cuidadosamente maquillada y con aspecto de recién casada, es encontrada muerta en el silencio del bosque de Bainem, a las afueras de Argel. Tiene cortaduras y arañazos más o menos superficiales en los hombros, la espalda y los muslos. Su rodilla izquierda se encuentra totalmente desollada. La pierna derecha la tiene partida en dos a la altura de la tibia, con fractura abierta. Y además presenta un seno arrancado. Todo apunta pues a un extraño ritual.

La comisaria Nora Bilal es una mujer de fuertes convicciones, entrada en los cincuenta y que aún sigue siendo guapa y hasta deseable. En la unidad que dirige desde hace más de dos años formada por obsesos sexuales suscita tanta desconfianza como fantasmagoría. En Argelia, una sociedad falocéntrica, ser mujer y dirigir a hombres es un castigo bíblico. ¡Cuántas veces no ha descubierto Nora a un subalterno con el ojo puesto en su trasero! ¡Cuántas su opulento pecho no ha atraído la mirada de sus colegas! No hay quien pueda con la naturaleza. Determinadas patologías no tienen cura. En Argelia el machismo es tan duro como un caparazón y tan apretado como una camisa de fuerza. 

En la actualidad  Nora es lesbiana y vive con una drogadicta marginal a quien trata de reconducir. Este aspecto de la personalidad de la comisaria no fue elegido por casualidad por el autor. Con él trata de resaltar la misoginia de la sociedad  contra la mujer libre en un país que mata impunemente. Un país donde hay gentes que están por encima de la ley, que viven en la iniquidad total siendo consciente de ello, lo cual los vuelve aún más insolentes.

Yasmina Khadra no se contenta con denunciar la corrupción generalizada que afecta a Argelia. Su novela demuestra que la trágica situación del país no es solo culpa de los malvados, ni siquiera de los extranjeros con paranoia postcolonial. Todo se resume en esa frase que cuestiona qué esperan los monos para convertirse en hombres. Unos monos indefensos ante el terror que siembran los «rboba». La gangrena de Argelia no sólo emana de estos personajes en la sombra a quienes se les permite todo, estos mandamases con derecho sobre la vida y la muerte que llegan al extremo de jugar cada año con la carne de una joven virgen para satisfacer así una fiesta de cumpleaños, sino de toda la corrupción y el terror que les acompaña. Es ésta una hermosa novela sobre la lógica de la impotencia.

Como no podía ser menos, llega un momento en que el mono se convierte en hombre y empieza a renunciar a los beneficios de su colaboración con los todopoderosos. «¡Basta! ¡Ya está bien de aplazar indefinidamente lo que se debió hacer hace tiempo!» El desbordamiento, la rabia, la necesidad de venganza, la búsqueda de justificación a una vida sin sentido y sobre todo la obligación de recuperar su dignidad, terminará por abrirle los ojos al pueblo. Y es entonces cuando el «rboba» empieza a comprender que no es tan poderoso como creía. «No entiendo cómo se ha podido colar en el cercado. Creía que mis cuadras, mis establos, mis fortalezas estaban debidamente custodiadas, y ahora resulta que el lobo está dentro de casa. Aparto una cortina, miro bajo la cama, en  mi caja fuerte, y allí está el lobo provocándome. Ignoro cómo ha podido tener acceso a mis códigos, pero ha conseguido sortear mis trampas y forzar mis cerraduras con una audacia y una facilidad desconcertantes.»

Mientras Yasmina Khadra mantiene la tensión en la investigación criminal, dispara impunemente a quemarropa, no contra el mundo de los políticos sombríos, sino contra la prensa argelina y la corrupción que gangrena sus editoriales debido a una relación demasiado larga en el tiempo con los tomadores de decisiones estatales que han olvidado su vulnerabilidad.

El libro tiene una conclusión y un post-end. El colofón es hermoso, tanto como puedan llegar a significarlo las palabras del periodista olvidado: «Lo siento. Te ruego que me perdones. Sé que me vas a echar de menos, pero entiende que estoy cansado de esperar lo que no volverá a ser.» Este desencanto contrasta con la cantidad de gente presente en su funeral, una multitud aparecida como por ensalmo para reavivar juramentos incumplidos, una gente carente de todo pero que en momentos así se entrega sin reservas, una multitud que ha aprendido a solidarizarse sin alcanzar a reconocerse en la oscuridad a la que la ha tenido sometida el poderoso. Es ésta una demostración de que Argelia es una nación admirable, a la que ni los abusos ni las desilusiones han conseguido desalmar.

El duelo final entre los dos personajes sobrevivientes, un hombre legítimo y un gobernante ilegítimo, es una carta de despedida que recuerda a los todopoderosos de Argelia que la evolución del hombre es ineludible y que la naturaleza siempre gana y la muerte también. Todo se reduce a... llegar a ser humanos. 
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martes, 18 de julio de 2017

FANTASMA. (Jo Nesbø)

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FANTASMA (Gjenferd)
Jo Nesbø
TRADUCCIÓN: Carmen Montes Cano y Ada Elizabeth Berntsen
PENGUIN RANDOM HOUSE GRUPO EDITORAIL, S. A. U.
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Harry Hole regresa a Oslo en calidad de hijo pródigo. Procede de Hong Kong donde ha pasado los últimos años sobrio y luchando contra sus propios demonios. Baja del tren del aeropuerto en la estación central de Oslo. Lleva una maleta pequeña de lona, casi ridícula, y sale de la estación con pasos rápidos y ágiles. Hole se pasa su dedo protésico de titanio Made in Hong Kong a lo largo de la cicatriz que le recorre la cara desde la boca a la oreja. Han pasado tres años desde la última vez que estuvo allí, tres años desde que lo expulsaron de la policía, tres años desde que dejó la bebida. Nada ha cambiado en la ciudad del hielo. -¿Hachis? -¿Speed? -¿Violin?, le ofertan por las calles de Oslo. Ahora menos que nunca. Sin embargo, al final del libro, Hole se ha hecho acreedor a más cicatrices, tanto físicas como mentales.

Cada centímetro de su cuerpo le duele con el dolor insoportable del inconformista. El caso que se le presenta ahora es peor que cualquiera de los que ha vivido anteriormente. Es una cuestión personal. Oleg Falke, el hijo de Rakel, la que fuera el gran amor de su vida, está en prisión después de haber sido acusado de dar muerte a Gusto Hanssen, un joven de diecinueve años  adicto a la heroína. Hole no está convencido de la culpabilidad de Falke y se propone encontrar al verdadero culpable. Aun siendo advertido por sus antiguos colegas que se mantenga alejado del caso, Hole no se contenta con llevar una actitud ociosa e inicia su propia investigación, investigación que lo lleva a las sombrías profundidades del mundo de la droga y la prostitución.

Un desconocido está inundando la ciudad con un nuevo opiáceo de nombre “violín” (nombre curioso éste para tratarse de un narcótico), un alucinógeno sintético seis veces más potente que la heroína  que causa estragos entre la población de drogadictos de Oslo. Su control y distribución son dirigidos por un misterioso gánster ruso conocido como Dubái. Una figura sombría que se esconde detrás de toda la acción de «Fantasma» y a quien, probablemente, ésta debe el título.

El telón de fondo de «Fantasma» está empapado de diferentes narraciones, algunas de las cuales tienen más consistencia que otras. Los recuerdos en primera persona de Gusto Hanssen, destinados a llenar espacios en blanco, están bien pensados y encajan en la propia historia de Hole. Sin embargo hay dos sujetos que se involucran desde un principio en la trama y que luego desaparecen, sujetos que tratan de aportar sentido a la personalidad de Dubái. Uno responde a un esbirro ruso, un luchador de nombre Serguéi Ivanov y otro a un narcotraficante noruego, piloto de una línea aérea, el comandante Schultz. Lo único que une a ambos personajes son los números de teléfono de unos móviles sin registrar. Sin embargo ambos están a las órdenes del capo Dubái.

Serguéi Ivanov no está convencido de poseer lo que se necesita para ser sicario de Dubái. La misión que le han encargado –eliminar a Hole- no se presenta nada fácil. Cuando Hole nota la presión de la hoja del cuchillo de Ivanov sobre su garganta tantea la barra del bar con su mano libre, derrama su copa y encuentra un sacacorchos. Coge la empuñadura de forma que la punta asome entre los dedos índice y corazón. Es ésta -la punta del sacacorchos- quien perfora la piel a Ivanov y se desliza a través de su carne. Es así como le alcanza la tráquea y cuando el tercer latido de su corazón se desvanece por fin, Serguéi Ivanov está muerto.

Schultz es el encargado de sacar la droga de Oslo por orden de Dubái, envuelta en los oscuros herrajes metálicos que rodean el asa extensible de su maleta de ruedas. A Schultz lo terminan cogiendo, pero lo ponen en libertad después de que un quemador con tarjeta de identificación policial cambie la droga por harina de patata. Y tras su puesta en libertad, lo ejecutan en su casa, por miedo a que largue todo lo que sabe. Como personaje de apertura en un thriller, Schultz es consciente que está condenado a sufrir una muerte lenta y agonizante. No ha cubierto el libro la mitad de su recorrido cuando un ladrillo tachonado de clavos le ha arrancado la mitad de la cara. Hole le descubre con la oreja derecha clavada al parquet de su salón y, en la cara, seis cráteres negros y sanguinolentos. El arma del crimen se balancea a la altura de su cabeza. En el otro extremo de una cuerda que cuelga de una viga del techo hay un ladrillo. Del ladrillo sobresalen seis clavos ensangrentados...

Mientras que Hole es sin discusión la fuerza dominante en la narración, Dubái, el «Fantasma», presente en segundo plano, aporta una profundidad sorprendente a la novela. En tanto trata de limitar su nostalgia por los viejos tiempos, Hole se muestra molesto con los nuevos. La arquitectura moderna, simbolizada en el edificio espléndido de la Ópera y el tráfico de drogas a la nueva usanza, más organizado aunque no por ello menos pernicioso y corruptor, han abierto un muro entre los hijos y unos padres ignorantes y bienintencionados. Algo que embellece, según Hole.

«Fantasma» es una narración convencional en tercera persona que acompaña a Hole en un tortuoso viaje en torno a los demonios mentales que atormentan su vida, una vida ésta en la que se intercalan periódicamente recuerdos en primera persona del adicto Hanssen y observaciones sobre otros narcotraficantes. Las divagaciones de Hanssen  proporcionan un medio a Nesbø para explotar temas antiguos de familias rotas, hijos perdidos y padres abandonados. Por las páginas de «Fantasma» desfilan funcionarios corruptos y venales, pero también una policía tan ansiosa por lograr la paz en las calles y mejorar las estadísticas de delincuencia que involuntariamente hace posible la realización de los planes del capo de la droga Dubái.

«Fantasma» también es una aventura intensamente sombría, aquella que cabría esperar de los adictos a la droga en Oslo que se pasan el día tumbados en un arriate de carretera con los ojos cerrados, sentados en cuclillas buscando una vena que no esté rota o de pie con la flojera del yonqui en las rodillas. La atmósfera que Nesbø crea en «Fantasma» es intensamente oscura, aliviada por momentos, eso sí, con chascarrillos humorísticos que incluyen una herida en el cuello de Hole cosida con cinta americana o aquellos otros que hacen referencia a su único traje de lino, cuyas arrugas combate con el vapor del agua de la ducha. Al mismo tiempo «Fantasma» es una lectura convincente con una segunda parte donde la acción crece y donde la historia se vuelve más intensa, con giros y vueltas imprevisibles y una literatura que mantiene la tensión hasta el último momento. 
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sábado, 8 de julio de 2017

LA ÚLTIMA TUMBA. (Alexis Ravelo)

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LA ÚLTIMA TUMBA
 Alexis Ravelo
EDITORIAL EDAF, S. L. U.
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Ya no es algo novedoso asociar el nombre de Alexis Ravelo al de competencia literaria y «La última tumba» es una prueba asaz elocuente. La novela es un ejercicio de consolidación literaria, una demostración palmaria de que el autor ha alcanzado un grado de madurez notable. Ravelo es un escritor que hace literatura más allá del género, un escritor que ha crecido con el tiempo y con cada obra nueva. Un novelista que no decepciona.

Tras bordarlo en «La estrategia del pequinés», una historia callejera ambientada en la isla de Gran Canaria, Ravelo ahora  deslumbra con «La última tumba», una novela que le sirvió en 2013 para hacerse con el XVII Premio Ciudad de Getafe, un galardón más que merecido. Un trofeo que le ha aportado prestigio y que se encuentra muy alejado de cualquier componenda editorial ideada para propiciar la venta posterior del libro.

Adrián Miranda Gil ejerce de drogodependiente y chapero en el momento en que es acusado de la muerte por asesinato de Diego Jiménez Darias -asesor de un importante político regional-, cuyo cadáver es descubierto un lunes de junio de 1988 en el salón, revuelto y desordenado, de su casa de Santa Brígida. Después del juicio celebrado en Las Palmas en 1991, Adrián es condenado a veintinueve años de prisión. En 2011, tras cumplir veinte años entre rejas, Adrián afronta su libertad condicional como un preso modelo, desintoxicado y centrado en la rehabilitación. Cuando lo metieron en el trullo las cosas se compraban con pesetas y se podía fumar en lugares públicos. Hoy hay que calcular en euros y tener en cuenta la prohibición de fumar en cualquier sitio. La ciudad ha cambiado tanto en esos años que algunas cosas le producen miedo. Cuando entró en la prisión de Salto del Negro dejó atrás un mundo y el que se le presenta ante sus ojos ahora no se le parece en nada. Todo es nuevo. Nada ha cambiado.

Cuando Adrián Miranda sale de la cárcel tras cumplir veinte años de condena por un asesinato que no cometió un solo pensamiento  ocupa su mente: la venganza. Adrián busca el quién y el por qué. Lo mejor de la novela -todo sea dicho- es la búsqueda de las respuestas. «Eso sí, antes de cargarme a Felo (porque me lo voy a cargar, eso está claro), hay un por qué importante: por qué me jodió.» Es ésta una búsqueda que Adrián acomete con prudencia. Comienza a trabajar en la tienda de comestibles de su hermano, alquila un piso, no bebe, no se mete en líos, cuida sus pasos y no comete errores. Es meticuloso y calculador. «La cuestión es no apresurarse. Mantener la serenidad. Fingir que me estoy reinsertando, rehabilitando, socializando, estabilizando, equilibrando. Que lo pasado, pasado está, que no quiero volver a meterme en problemas.» Con lo que Adrián no cuenta es con que su acusación y condena no son fruto de un error judicial sino de una conspiración en la que él ha sido elegido como cabeza de turco.

«La última tumba» es, más allá de una deriva sangrienta de los gestos y los pensamientos, una larga confesión, un camino hacia la propia libertad, la de Adrián Miranda Gil, un personaje que, tras pasarse veinte años en la cárcel por un crimen del que es inocente, traslada al papel todo el odio que acumula dentro y la necesidad de llevar a cabo su propia justicia. «Ahora estoy en la calle y puedo ir y venir, pero no soy libre. No lo seré hasta que haga lo que tengo que hacer, que es acabar con ellos.» Surge así una novela, émulo de un diario personal, narrada en primera persona y cargada de pensamientos y monólogos interiores, en la que destaca el pulso narrativo del autor, un pulso que no tiembla a la hora de vivir una muerte o recrear una ejecución.

«La última tumba» palpita en la dualidad errátil entre el bien y el mal, la ficción (lo negro) y la realidad. Ambos mundos tienen mucho en común, la ficción es la cara oculta de la realidad. Así lo reconoce el propio autor cuando declara: «Toda mi obra está dominada por una serie de temas que aparecen, creo, en casi todos mis libros: la diferencia entre realidad y apariencia, la injusticia, la violencia entendida como el Mal absoluto, la presencia de la muerte, la esperanza, la fe. Esos temas aparecen en todas mis novelas y libros de relatos, y se despliegan en diferentes esferas, dependiendo del tipo de texto: la psicológica, la social, la ontológica, la política. Luego hay pequeñas obsesiones, pequeños guiños metaliterarios que aparecen aquí y allá y unen, al azar, unas obras con otras.» Así, el propio Adrián tiene dos caras, encarna dos personalidades: el drogadicto furioso, iracundo y descerebrado que ingresa en la cárcel y el hombre reflexivo que sale de allí veinte años más tarde, desenganchado y estudioso. Los dos se enfrentan interiormente, y los dos exigen venganza. Adrián es un canalla, pero a la vez es inocente. Simula haberse rehabilitado pero en secreto trama su desquite. No sé si Ravelo tuvo en mientes al Lou Ford de Jim Thompson y su tozuda migraña a la hora de crear su personaje pero ambos tienen mucho en común. Ambos, bajo una apariencia afable, esconden un asesino en lactancia.

El ejercicio del autor de contraponer dos mundos, el acaudalado, el rico, el de la prosapia social frente al de los pobres y desprotegidos no hace más que confirmar las palabras del propio autor. Ravelo define a los linajes de manera muy gráfica: «Willy era éso: el puente que prolongaba el maridaje entre los viejos zánganos y los nuevos poderosos; el ejemplo viviente de que las castas de la opresión se prolongan solamente si son capaces de inventar nuevos mecanismos de control del poder, cada vez más sutiles, más ocultos. De vez en cuando, para fingir que el sistema es justo, que funciona, que tiene sus garantías y es democrático, trincan a alguno de ellos con las manos pringadas, normalmente por la denuncia de otro que es de su mismo palo; pero la Ley siempre es más lenta, más torpe y está menos interesada en llevar al talego a estos hijos de la gran puta que a los cuatro miserables que sobreviven a base de vender mandanga o dar tirones.»

«La última tumba» es una novela adictiva y realista, dura y tierna a la vez, que presume de un ritmo trepidante y unos personajes bien construidos y, ¿cómo no?, es fresca, con esa frescura que aporta el empleo del lenguaje canario manejado con gran maestría por el autor. No soy quien para recomendar una novela (cada cual soporta sus gustos con su propio estoicismo) pero, de seguro, los que se aventuren a abrir las puertas de «La última tumba» no se van a arrepentir. Debo confesar que es ésta una «recomendación con truco», no es aleatoria. Estoy convencido que aquellos que se atrevan a introducir la nariz en sus páginas van a disfrutarla tanto como lo he hecho yo.
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sábado, 1 de julio de 2017

TRES FUNERALES PARA ELADIO MONROY. (Alexis Ravelo)

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TRES FUNERALES PARA ELADIO MONROY
Alexis Ravelo
ANROART EDICIONES
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Durante la última década, al tiempo que Eladio Monroy se ha abierto un hueco en el mundo noir, el prestigio de Alexis Ravelo ha crecido en paralelo. Y es que su obra no ha pasado desapercibida para el gran público. No es cuestión baladí el hecho de haber recibido el elogio crítico de autores ya consolidados y ser considerado hoy como uno de los narradores canarios más prometedores de su generación. Sus méritos están ahí: en 2013 se hizo con el XVII Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe por «La última tumba» y en 2014 con el XXVII Dashiell Hammett de Gijón por «La estrategia del pequinés», dos de los más afamados galardones del género concedidos en España.

Cada día, a media mañana, el tuerto Casimiro, ya calvo y entrado en años, abre las puertas de su bar Casablanca en León y Castillo y comienza a recibir a los habituales. Casimiro es un barman para todo: dependiente, cocinero, limpiador y... zapeador compulsivo. Entre esos habituales que frecuentan el Casablanca se encuentran Roquito, Juan el del Pescado, El Chapi y, ¡cómo no!, Eladio Monroy. Monroy traspasa puntualmente la entrada del bar, día tras día, sobre las once y media, con el periódico bajo el brazo y su necesidad de cafeína a cuesta. Monroy fue años atrás jefe de máquinas en la marina mercante y sobrevive gracias a su pensión y a sus trapicheos, unos trapicheos que rozan el límite de la legalidad. En esta ocasión es el Chapi quien le propone uno más, un negocio bien remunerado, un bisnes irrechazable. «Mira, esta tarde llamas a Gerardo a ese teléfono, porque viene un tío de Madrid, que es representante o no sé qué ocho cuartos y viene a hacer un negocio, pero ni conoce ésto ni se fía demasiado... El tipo va a estar aquí un día o así. Tú lo recoges en el aeropuerto, lo llevas en coche a hacer sus gestiones, te pasas el día por ahí con él y lo acompañas otra vez al aeropuerto. Y te ganas veinte billetes.» Solo que la cosa no resulta tan fácil como la propone el Chapi. Monroy tiene que vérselas con dos detectives de poca monta y con un antiguo policía hoy encargado de las tareas de supervisión en una empresa de seguridad privada.

Las desgracias de Monroy no terminan aquí. Como cabía esperar nada le sale bien.  Ana Mari, su exmujer le requiere con premura para hacer efectivo el pago de una extorsión que está recibiendo del encargado de una agencia de servicios de compañía. Los hábitos sexuales de su ex y su actual marido, una especie de «millonario de manual sacado de una novela policíaca de los años treinta», son al parecer un «poco excéntricos». Tan excéntricos que les llevan a contratar a una joven eslovena para recrear sus fantasías sexuales. A pesar del servicio y la vigilancia los de la agencia se cuelan en la casa que el político posee en San José del Álamo y colocan videocámaras que graban las escenas de cama con todo lujo de detalles. Como consecuencia de ello surge un vídeo subidito de tono. Y la extorsión no se hace esperar. «Paco volvió a llamarme. Me dijo que podíamos llegar a un arreglo, por un módico precio. De entrada pidió dos mil euros.»

Monroy parece el hombre perfecto para este tipo de trabajo, pero como suele suceder siempre la cosa se complica y se ve enredado en una oscura y peligrosa trama de sexo que hará peligrar su seguridad y la de quienes le rodean. «Al parecer Roque, había estado pescando y volvía hacia casa, desde la avenida. Al cruzar, un cabrón le echó el coche encima y lo levantó por los aires. Parece que ni siquiera se había parado para ver si estaba vivo o muerto. Seguro que iba borracho, el hijo de puta.»

Es Eladio Monroy uno de esos personajes que dejan huella, de esos que te acompañan durante un buen trecho después de haber cerrado su libro. De esos que te vienen a la memoria cuando paseas por determinadas calles de la ciudad capitalina de Las Palmas de Gran Canaria. Porque es allí, en la calle Murga, donde vive. Allí en el Casablanca donde parlotea su lengua canaria y allí, en la isla, donde lleva a cabo esos trapicheos que rozan el margen de la legalidad. La ciudad es potencialmente subjetiva en la literatura y cualquiera de ellas, (hasta Las Palmas de Gran Canaria, una ciudad luminosa y amable, quizás la ciudad menos hardboiled del mundo), puede llegar a adaptarse y convertirse en una ciudad negra. Salvo contadas ocasiones Alexis Ravelo siempre ha familiarizado sus escritos con el paisaje de Gran Canaria. En sus descripciones recrea lugares y ambientes reales, y es así como Monroy despierta al tiempo que la ciudad con el ruido de los camiones de la basura, las cubas municipales, los vehículos de desinfección, los taxis vacíos, las guaguas, los camiones de reparto... Es  así como el mediodía ardiente y ruidoso de la calle León y Castillo le cae encima mientras se dirige a la Plaza de la Feria con dirección a su casa de la calle Murga. Así como recorre la Avenida Marítima, la Playa de las Alcaravaneras, el Club Náutico y la Base Naval con dirección al hotel Reina Isabel, en la Playa de las Canteras, mientras responde a las preguntas del visitante que siente curiosidad por todo lo que ve. «Pues tenía usted razón –dijo cuando pasaban por la zona del Muelle Deportivo y el sol chocaba contra la superficie del mar entre los yates y rebotaba hacia sus ojos con su alegría desbordante-: es una ciudad bonita.»  Como cita el autor al final del libro «cualquier ciudad es buena para una novela negra... pero da la casualidad que Eladio Monroy vive en Las Palmas. Que se le va a hacer.»

Ravelo maneja como nadie el lenguaje de la calle, un lenguaje que puebla unos diálogos que evocan a esos clásicos del hardboiled que él tanto admira, un lenguaje que no se deleita en detalles salvo cuando tiene que describir uno de esos parajes donde se desarrolla la acción y donde la estrechez moral y material adquiere su real gravedad.

La reflexión ética y social nunca ha dejado de estar presente en la novela de Ravelo. «No falta aspecto crítico en la novela negra española, pero sí es verdad que los que más venden no están en esa onda. El problema es que a veces tendemos a aburguesarnos por las necesidades del mercado y yo escribo para sacar al lector de la zona de confort.» El autor nunca ha ocultado su intención frente a la literatura: generar preguntas, que la gente se cuestione cómo está organizado el mundo. «Te das cuenta de que un canalla no se diferencia en muchos sentimientos de ti, en muchas sensaciones. Me interesa que el lector se inquiete.»  Viva, pues, esa inquietud que es capaz de generar tan buena literatura.
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