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sábado, 29 de julio de 2017

A QUÉ ESPERAN LOS MONOS... (Yasmina Khadra)

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A QUÉ ESPERAN LOS MONOS... Qu´attendent les singes"
Yasmina Khadra
TRADUCCIÓN: Wenceslao Carlos Lozano
ALIANZA EDITORIAL, S. A.
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Después de una sangrienta guerra de liberación que duró ocho años, el 18 de marzo de 1962 el gobierno francés y el FLN –Frente de Liberación Nacional- firman los acuerdos de Evian por los que se establece un alto el fuego y se fija la convocatoria de un referéndum de autodeterminación. Argelia obtiene su independencia el 5 de julio de ese mismo año.

«¡Ah! Argelia, Argelia... Sus santos patronos se han dado de baja y se ocultan tras sus propias sombras con un dedo en los labios para suplicar a sus fieles que finjan estar muertos; en cuanto a sus estruendosos himnos, los silenció el alboroto de una juventud en dique seco que solo sabe entretener su ociosidad en espera de que un estallido de ira encienda la calle y así poder saquear tiendas e incendiar edificios públicos.» Estas son las desgarradoras palabras con las que Yasmina Khadra describe a la sociedad argelina -«blanca como una mente en blanco»- cincuenta años después de su independencia, una sociedad que se debate  entre unos políticos que elaboran sus propias leyes y un pueblo que ha permanecido somnoliento durante demasiado tiempo.

«A qué esperan los monos» va más allá de ser una buena novela negra que mantiene el suspense hasta el final. Es un análisis de la Argelia actual, un país no estructurado, sometido al poder de los «rboba», los dinosaurios de la República, los «mandamases en la sombra», unos dioses que nunca duermen, aquellos que perdonan los pecados pero no la insolencia, unos individuos que odian a los desertores y que cuando montan en cólera eclipsan truenos y centellas. Estos personajes encubiertos, estos padres de la patria, conforman un círculo cerrado, un laberinto peligroso para los no iniciados. Son inmortales. «Cualquier lacayo de las altas esferas puede certificar con pruebas que el abrazo de un rboba es tan mortal como la mordedura de diez cobras.»

Una muchacha joven y atractiva, cuidadosamente maquillada y con aspecto de recién casada, es encontrada muerta en el silencio del bosque de Bainem, a las afueras de Argel. Tiene cortaduras y arañazos más o menos superficiales en los hombros, la espalda y los muslos. Su rodilla izquierda se encuentra totalmente desollada. La pierna derecha la tiene partida en dos a la altura de la tibia, con fractura abierta. Y además presenta un seno arrancado. Todo apunta pues a un extraño ritual.

La comisaria Nora Bilal es una mujer de fuertes convicciones, entrada en los cincuenta y que aún sigue siendo guapa y hasta deseable. En la unidad que dirige desde hace más de dos años formada por obsesos sexuales suscita tanta desconfianza como fantasmagoría. En Argelia, una sociedad falocéntrica, ser mujer y dirigir a hombres es un castigo bíblico. ¡Cuántas veces no ha descubierto Nora a un subalterno con el ojo puesto en su trasero! ¡Cuántas su opulento pecho no ha atraído la mirada de sus colegas! No hay quien pueda con la naturaleza. Determinadas patologías no tienen cura. En Argelia el machismo es tan duro como un caparazón y tan apretado como una camisa de fuerza. 

En la actualidad  Nora es lesbiana y vive con una drogadicta marginal a quien trata de reconducir. Este aspecto de la personalidad de la comisaria no fue elegido por casualidad por el autor. Con él trata de resaltar la misoginia de la sociedad  contra la mujer libre en un país que mata impunemente. Un país donde hay gentes que están por encima de la ley, que viven en la iniquidad total siendo consciente de ello, lo cual los vuelve aún más insolentes.

Yasmina Khadra no se contenta con denunciar la corrupción generalizada que afecta a Argelia. Su novela demuestra que la trágica situación del país no es solo culpa de los malvados, ni siquiera de los extranjeros con paranoia postcolonial. Todo se resume en esa frase que cuestiona qué esperan los monos para convertirse en hombres. Unos monos indefensos ante el terror que siembran los «rboba». La gangrena de Argelia no sólo emana de estos personajes en la sombra a quienes se les permite todo, estos mandamases con derecho sobre la vida y la muerte que llegan al extremo de jugar cada año con la carne de una joven virgen para satisfacer así una fiesta de cumpleaños, sino de toda la corrupción y el terror que les acompaña. Es ésta una hermosa novela sobre la lógica de la impotencia.

Como no podía ser menos, llega un momento en que el mono se convierte en hombre y empieza a renunciar a los beneficios de su colaboración con los todopoderosos. «¡Basta! ¡Ya está bien de aplazar indefinidamente lo que se debió hacer hace tiempo!» El desbordamiento, la rabia, la necesidad de venganza, la búsqueda de justificación a una vida sin sentido y sobre todo la obligación de recuperar su dignidad, terminará por abrirle los ojos al pueblo. Y es entonces cuando el «rboba» empieza a comprender que no es tan poderoso como creía. «No entiendo cómo se ha podido colar en el cercado. Creía que mis cuadras, mis establos, mis fortalezas estaban debidamente custodiadas, y ahora resulta que el lobo está dentro de casa. Aparto una cortina, miro bajo la cama, en  mi caja fuerte, y allí está el lobo provocándome. Ignoro cómo ha podido tener acceso a mis códigos, pero ha conseguido sortear mis trampas y forzar mis cerraduras con una audacia y una facilidad desconcertantes.»

Mientras Yasmina Khadra mantiene la tensión en la investigación criminal, dispara impunemente a quemarropa, no contra el mundo de los políticos sombríos, sino contra la prensa argelina y la corrupción que gangrena sus editoriales debido a una relación demasiado larga en el tiempo con los tomadores de decisiones estatales que han olvidado su vulnerabilidad.

El libro tiene una conclusión y un post-end. El colofón es hermoso, tanto como puedan llegar a significarlo las palabras del periodista olvidado: «Lo siento. Te ruego que me perdones. Sé que me vas a echar de menos, pero entiende que estoy cansado de esperar lo que no volverá a ser.» Este desencanto contrasta con la cantidad de gente presente en su funeral, una multitud aparecida como por ensalmo para reavivar juramentos incumplidos, una gente carente de todo pero que en momentos así se entrega sin reservas, una multitud que ha aprendido a solidarizarse sin alcanzar a reconocerse en la oscuridad a la que la ha tenido sometida el poderoso. Es ésta una demostración de que Argelia es una nación admirable, a la que ni los abusos ni las desilusiones han conseguido desalmar.

El duelo final entre los dos personajes sobrevivientes, un hombre legítimo y un gobernante ilegítimo, es una carta de despedida que recuerda a los todopoderosos de Argelia que la evolución del hombre es ineludible y que la naturaleza siempre gana y la muerte también. Todo se reduce a... llegar a ser humanos. 
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