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miércoles, 25 de octubre de 2017

LA VÍSPERA DE CASI TODO. (Víctor del Árbol)

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LA VÍSPERA DE CASI TODO
Víctor del Árbol
EDICIONES DESTINO
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En Málaga, allá por el verano de 2007, un asesino de niñas secuestra, viola y mata a la que será su última víctima, Amanda Malher. Tres años después, la rica heredera Eva Mahler -estrella de las revistas del corazón y madre de la difunta- abandona su casa huyendo de sus propios fantasmas. Germinal Ibarra es un policía que tuvo su momento de gloria cuando resolvió el sonado caso del asesinato de la pequeña hija de los Malher, hecho este que lo llevó a convertirse en el héroe que nunca quiso ser. Hoy, Germinal es un policía desencantado al que persiguen los rumores ajenos y su propia conciencia. Ibarra vive recluido con su familia en su Coruña natal, donde busca refugio y remedio a su desesperanza y donde trata de disimular el silencio del ambiente con los ruidos que genera su propia cabeza. Su mujer Carmela, una aficionada a la pintura a quien conoció a principio de los setenta en París, y su hijo Samuel, que padece el síndrome de Williams, una enfermedad que le obliga a tolerar un rostro singular, son su única compañía. «Gnomo», «adefesio», «monstruo», son algunas de las mofas que provoca el aspecto de Samuel. «A veces, Ibarra imagina que saca a su hijo de la cama para llevarlo al bosque y poner fin al sufrimiento de ambos», pero esta idea le aterra. Su aparente tranquilidad, la simulada tranquilidad de Germinal Ibarra, se trunca la noche que lo reclama una mujer ingresada en el hospital local afectada de graves contusiones derivadas de una gran violencia. En ese momento un cúmulo de historias ya olvidadas comienza a encaminarlo hacia un final desconocido.

Todos los personajes de Víctor del Árbol cargan un pretérito imperfecto a sus espaldas. Unos son artistas y otros enfermos, y no por ser dolientes dejan de gozar de inclinaciones musicales, fotográficas e incluso cinematográficas. El infanticida en serie que regenta la vieja filmoteca local es un nostálgico algo loco  del cine de la edad de oro, que posee una colección de bobinas en su apartamento. Películas y documentales que jamás se han visionado en sala. Greta Garbo y Fredric March, ella como Anna Karennina y él como Vronski, se miran para verse (permítaseme este pequeño atraco al autor), cada sábado, bajo la atenta mirada de Eva Malher y su hija Amanda. A Eva Malher, por cierto, se le notan los hombres: figurines, tarambanas, pretendientes de cuarta, angustiados intelectuales, niños con cuerpo de hombre, todos ellos a la espera, suplicando y exigiendo algo de ella. Germinal Ibarra, un policía cincuentón y depresivo que no olvida su ascenso tres años atrás, es consciente de los enunciados remedados para responder a las entrevistas y los apretones de manos. Es cierto que sus conciudadanos lo querían, que reconocían sentirse seguros con alguien como él. Hoy, lo odian. Así, sin más. Nadie tiene (ni le importa) conocimiento de su pasado, de la existencia de un padre guerrillero antifranquista  preso durante años antes de terminar sus días en un manicomio. Nadie es consciente de que en su infancia Germinal fue violado por un loco durante la visita a un hospital. A otros, sin embargo, les fue peor. Es el caso de Mauricio Luján, quien soportó prisión en su Argentina natal por el asesinato de dos policías uniformados adscritos a la Junta Militar, y que hoy vive en Punta Caliente, un pueblecito gallego de la Costa da Morte, cuidando de su único nieto huérfano.  

El transcurrir de «La víspera de casi todo» es calmoso, pausado. Todo aquí se cuece a ritmo lento, hasta el punto de que incluso en los momentos violentos hay que prestar oído al ambiente: «el zumbido de las moscas era una canción macabra». Una niña de diez años desaparece sin dejar rastro alguno y una familia entera arde viva en su casa, pero todo transcurre de forma natural, engalanado con los poemas de Juan Gelman, Luis Benítez o Picardo, con las letras de Thomas Mann, Zola y Borges y con las imágenes de Gauguin y Vermeer. Por doquier se respira un rancio ambiente argentino, un ambiente aliñado con la música de Yupanqui, Mercedes Sosa y Víctor Heredia y los libros de Cortázar, María Elena Walsh, Galeano y Griselda Gambaro. Todo con un gusto exquisito.

La historia se hace espesa cuando el escritor se adentra en los misterios del “proceso” de mediados del pasado siglo, con sus torturas, ejecuciones y desaparecidos. Y con la posterior y consecuente inmigración a la Alemania de la posguerra en busca de un futuro por descubrir, al encuentro de negocios suntuosos y oportunidades para los más espabilados y preparados. Hacia allí se dirigieron Mauricio Luján, su novia la Pecosa, y su amigo del alma Oliverio Pelegrini, para terminar hastiados, ocupando sus ratos libres en un bar apestoso en Dusseldorf adonde acudían en los momentos libres que les dejaba su trabajo en la fábrica de Mercedes. Luján y Pellegrini residen en España tratando de conjugar un pasado lleno de dolor, un pasado que los mantuvo unidos y que hoy los separa sin remisión. Y es que todos los personajes de Del Árbol, españoles o argentinos, con omisión de su edad y condición, terminan hablando el mismo idioma. Todos tratan de huir de su destino sin darse cuenta que se dirigen a él. Todos acaban regresando a la tierra donde nacieron, al encuentro de sus montañas, de sus ríos, de sus recuerdos. Porque «morirse en tierra extraña es morirse para nada».

«La víspera de casi todo» es una novela de misterios criminales con un fantasma que habita en un faro y un escultor que trabaja el fango con una pericia solo equiparable a aquella con la que su abuela trabajó el metal. Y una conexión entre ambos, espectro y tallista, que va más allá de lo sensorial. Es esta una novela repleta de sencillez, con una forma de narrar que abruma. Aquí no hay investigación, aquí los crímenes son tan espeluznantes que cuesta creerse que fueran cometidos. Es esta una narración con olores a mar y a salitre. Una novela que habla de amor, dolor y muerte. Una novela en la que un pasado demasiado presente y su huella toman el protagonismo. Una narración con una gran profundidad psicológica, una fuerte intensidad emocional, grandes pasiones y tormentas sentimentales que desbordan y perturban. En definitiva una obra concebida por un escritor a quien la crítica francesa ha definido como un estilista del dolor. Y los franceses saben bien de esto.
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jueves, 12 de octubre de 2017

MORIR DESPACIO. (Alexis Ravelo)

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MORIR DESPACIO
Alexis Ravelo
MERCURIO EDITORIAL
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Tomando como base las andanzas de un acomodado empresario grancanario sin formación académica alguna, creado a sí mismo, dueño de una gran empresa de seguridad -empresa que tanto vigila edificios públicos como gestiona comedores escolares-, y que mantiene buenas relaciones con todas las opciones políticas con peso en las instituciones públicas, Ravelo crea una historia que refleja lo que ya es un parecer manifiesto en Canarias y que ha pasado a convertirse en una enfermedad cardinal de la política isleña del momento. Y es el hecho de que la estrecha relación entre el mundo político y empresarial ha alcanzado un estado de complacencia tal que le permite a ambos mundos compartir intereses comunes y nutrirse mutuamente. Un contubernio este en el que participan tanto los líderes de los partidos políticos con poder manifiesto como los grandes empresarios canarios y los directores de los medios de comunicación de masas.

La muerte de Víctor Barroso, hijo menor de un gestor financiero jubilado en un supuesto suicidio ocurrido en extrañas circunstancias, es el detonante que mueve a Eladio Monroy a salir de un estado de laxitud, que dura ya dos años desde su última aventura, con el objetivo de tranquilizar el alma revuelta con sospechas insustanciales sobre el óbito de su hijo del patriarca de los Barroso. Un vistazo es lo que propone Ernesto Barroso a Monroy. Un simple vistazo. Sólo que los vistazos de Monroy van ineludiblemente acompañados de artejos, cuchillos y cacharrería de fuego real. Y suelen acabar como el rosario de la aurora.

Al ya fenecido Víctor Barroso se unen la periodista Maite Díaz Caballero, empleada en un periódico digital, y el sindicalista Bruno Márquez, ambos fallecidos en instantes temporales muy cercanos al primero, y ambos relacionados con una investigación sobre las supuestas actividades laborales y no por ello menos ilegales del empresario grancanario Marcial Navarro, un magnate de los de armas tomar convertido en una especie de Vito Corleone de la malicia insular. Un personaje, este, que medra a la sombra de un político sin escrúpulos afincado en Madrid y que es impune a la ley como lo demuestra el hecho de haberse construido una piscina en su chalé de Tafira, allí por donde con anterioridad  transitaba un camino real.

Personas de dudosa reputación enfundadas en trajes de Giorgio Armani, periodistas conchabados con poderosos empresarios y varios muertos en extrañas circunstancias conforman el cóctel explosivo que nos propone Alexis Ravelo en esta cuarta aventura del ex marino Eladio Monroy. Una entrega que se mantiene fiel a la serie y no defrauda en absoluto. Suspense, racionalidad y una reconstrucción objetiva de lo frecuente, de lo acostumbrado, de lo que nos es familiar. Y lo frecuente, lo acostumbrado y lo familiar en esta novela no es otra cosa que el espacio. La geografía social de esta ciudad y de esta isla que pisamos a diario. Un escenario que actúa como un ente vivo, biológico, que responde a una realidad social y política que no tiene nada que envidiar a la que se estila en otras latitudes. Una actualidad  que conecta con el presente, signado por políticas de recortes, crisis social y económica y protestas ciudadanas.

El género negro «es la novela del día a día», eso, al menos, es lo que manifiesta Ravelo y tanto es así que llega a apostillar que «todos los argumentos de la serie de Eladio Monroy, aunque son ficticios y están novelados, surgieron de alguna noticia periodística». No son, pues, invención del escritor todos esos empresarios que arborecen a la sombra de políticos sin escrúpulos, amparados por los medios de comunicación que les son afines y les hacen el juego. Las Palmas de Gran Canaria no se caracteriza precisamente por su demasía en crímenes violentos pero sí existe la «delincuencia de cuello blanco», según las palabras del propio escritor. Sí que existen corruptelas y tratos de favor. Sí que hay una relación ceñida entre la clase política y la empresarial, que se manifiesta en una disposición a favorecer determinados intereses inversionistas a costa de otros que conciernen a sectores más amplios de la población.  
   
La alternancia entre realidad y ficción es uno de los asuntos fundamentales de la novela negra. Comenta Alexis Ravelo que «la novela negra es un vehículo de análisis de la sociedad, porque crea incomodidad y nos hace reflexionar sobre nuestra propia realidad». Ravelo sabe de lo que escribe. Sus numerosos y bien preciados galardones le han permitido acumular la suficiente información para que sus novelas ofrezcan pinceladas bastantes reales de cómo se mueven los delincuentes y el oscuro mundo del crimen. Pero también, como ciudadano de a pie, Alexis Ravelo es conocedor de todas aquellas cuestiones que nos afecta más directamente: la crisis económica, el desempleo, las miserias del pequeño empresario y las reformas laborales. Todo esto y más lo refleja en «Morir despacio». Y es que Eladio Monroy es el vehículo del que se sirve Ravelo para denunciar los males de nuestra sociedad.
En «Morir despacio» va a encontrar usted, no lo dude, una literatura dinámica, espontánea y amena -algo que viene caracterizando la obra de este escritor desde sus comienzos- y asimismo un producto sin censuras, una historia que afronta los problemas sociales cara a cara, directa y críticamente, una narración que involucra a un personaje, Eladio Monroy, honesto a capa y espada, eso sí desconfiado, descreído y desvergonzado como él solo, pero comprometido con su propia realidad, alguien a quien, a poco que se lo permitan sus atrevidas y desusadas actividades, podemos tropezarnos en cualquier manifestación ciudadana que transite las calles de esta ciudad.
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domingo, 1 de octubre de 2017

LOS TIPOS DUROS NO LEEN POESÍA. (Alexis Ravelo)

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LOS TIPOS DUROS NO LEEN POESÍA
Alexis Ravelo
ANROART EDICONES, S. L.
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«Los tipos duros no leen poesía» es una demostración tangible de que ya en 2011, fecha de aparición de la novela, Alexis Ravelo  había alcanzado su plena madurez literaria, se había despojado definitivamente y sin paliativo de su condición de joven promesa. Los personajes que forman su universo particular, toda una galería de antihéroes de papel que ha crecido a su sombra, tienen ya vida propia y son seres creíbles, gente de la calle sin oportunidad que se dedica a sobrevivir como buenamente puede en una ciudad tranquila donde pululan sin permiso del escritor. Por ese entonces Monroy ya tiene condición, no es un extraño. Gloria, a su vez, tiene carácter, paciente pero lo tiene. El Chapi y Dudú se han ganado, asimismo, un lugar entre esa cáfila de desheredados de la fortuna que pueblan las páginas del novelesco mundo de Ravelo y que tan bien representa a las capas más pobres de nuestra sociedad. Así lo ejemplifica Casimiro, el dueño del Casablanca donde ejerce de todo, y Matías, el vecino cascarrabias consumidor compulsivo de películas de acción, y el burocrático comisario Déniz, al que hay que darle todo destripado, y un sinfín de personajes más que han pasado a ser como de la familia.

El Monroy curtido que nos tropezamos aquí parece más filósofo que nunca. Sus reflexiones sobre la crisis («Mira Déniz no me toques los huevos con lo de la crisis. Eso de la crisis es un rollo de ricos. Para los que siempre hemos comido mierda, un poco más de mierda no importa») son fruto de un hombre que es consciente de la posición que ocupa en la sociedad, un hombre que sabe lo complicado que es situarse en la vida y lo complicado que es prosperar, sobre todo cuando no se cuenta con la ayuda conveniente: «No estaba limpio. Eso seguro. No podía estarlo porque nadie medra tanto y tan rápidamente sin pisotear unos cuantos cráneos.» 

«Estoy grabando esto porque van a matarme». Con esta frase tajante y melodramática comienza «Los tipos duros no leen poesía», la tercera entrega de la serie de Eladio Monroy, publicada como hemos dicho allá en 2011 por Alexis Ravelo. Monroy, ese ex marinero violento, sarcástico, maleducado y sentimental, aislado y herido ahora, se desangra en un amplio salón de una casa perdida en el municipio de Mogán rodeado de cadáveres. Una herida en su muslo tiene la culpa. Lo cierto es (para no entretenernos mucho) que este hombre no escarmienta. De nuevo se encuentra metido en un lío de cojones y, con una grabadora en la mano, se dispone a dejar una especie de testamento. La historia comenzó días atrás cuando una sospechosa pareja solicitó sus servicios para localizar una misteriosa cajita de madera...

Fueron Melania Escudero, viuda del empresario Gustav Hossman, y su abogado Alfredo Suárez Smith, quienes solicitaron la ayuda de Monroy para localizar esa misteriosa cajita que en su día perteneció al padre de Melania y que éste ofreció a su yerno como regalo de bodas. Fue un capricho del destino que la cajita de marras apareciera, tras la muerte de Hossman, en posesión de Laura Jordán, la amante del difunto. Lo que ya no sé si es un simple capricho del destino o si se trata de un vicio adquirido es que Monroy se vea involucrado una vez sí y otra también en asuntos turbios de los que termina saliendo siempre malparado.

La bola de nieve empieza a rodar cuando Monroy pide ayuda a un amigo suyo experto en colarse en casas ajenas, un tal José María Pérez Delgado,(más conocido como el Ministro), que aparece muerto en la antigua explanada del jet foil unos días más tarde. No, no voy a destriparle la historia a nadie. Nada más lejos de mi intención. Solo añadir que a partir de ese momento Monroy comienza a tener problemas. ¡Vaya si va a tener problemas!   
    
Y hablando de problemas... cada vez que Casimiro señala a Monroy cuando un desconocido hace su aparición en el Casablanca cuestionándole su identidad no nos queda otra que prepararnos para recibir un disgusto. De esto es consciente Casimiro, pero asimismo Gloria, porque Monroy se lo ha demostrado a base de golpes, de cometidos para delincuentes a los que es difícil encuadrar entre sayones insensibles o pobres diablos meritorios de compunción. Y es que la podredumbre y la miseria se esconden  (no precisamente por vergüenza) en cualquier rincón dejado de la mano de Dios de esta ciudad amable y a la vez odiosa donde nos ha tocado vivir. Una ciudad por la que desfilan y se comunican  los supervivientes y los buscavidas que el escritor recrea para deleite del lector. Da igual si se trata de un abogado chapucero de una dama millonaria, o de un bribón que se dedica a blanquear dinero sucio. La marginalidad no conoce lugar y condición, tanto existe en un chalet de lujo como en un barco repleto de mejicanos que se dedican a cruzar el océano para robar el dinero a un descuidero que se lo extrajo a otro que era más ladrón todavía. Y si no lo creen, aquí está «Los tipos duros no leen poesía» para demostrarlo.

Como no podía ser de otra forma la historia a la que nos enfrentamos aquí es un hard boiled al más puro estilo americano, con sus enigmas, vicios, golpes bajos, pesimismo social, cosas que no son lo que parecen y muchísima mala leche, tanto en el argumento como en los diálogos, como diría el propio escritor. Tanto es así que, para Gloria, Monroy se le representa como un Mike Hammer justiciero y solitario que al contrario de éste siempre termina descalabrado. Claro que, según sus propias palabras, «la diferencia es que Mike Hammer era de papel y por eso no podían darle puñaladas. Y si se las daban, nadie sufría ni tenía que cuidarlo en la clínica». Hecho, este último, que ella tiene que padecer aventura tras aventura.

Ravelo tiene un arte especial para hacernos creer que estamos ante una fábula cuando en realidad lo que nos está relatando es un reportaje de la más cruda realidad. Ya nos previene, el muy pícaro, que «los hechos y personajes que aparecen en esta novela pertenecen a la ficción y, por tanto, los medios de comunicación citados jamás han publicado las noticias que en ella se mencionan». Sin embargo, deja claro al final del libro que su principal inspiración para el argumento de este relato fue la prensa y lo que ésta en su día contó sobre tres casos judiciales que coparon las portadas de los diarios. Cómo se las ingenió esta alma bendita para hacer coincidir estos tres casos en una única proposición, es algo que sólo él conoce. Lo cierto es que esto que se nos refiere aquí me retrotrae a la trama Gürtel, la investigación que desarrolló la Fiscalía Anticorrupción sobre la financiación ilegal del Partido Popular. Quizás esta manía mía de encontrarle justificación a todo se deba al hecho de que Ravelo ya nos tiene advertido que «una ficción que no habla en último término de la realidad, es una ficción inútil.»
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