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viernes, 22 de diciembre de 2017

EL PEOR DE LOS TIEMPOS. (Alexis Ravelo)

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EL PEOR DE LOS TIEMPOS
Alexis Ravelo
EDITORIAL ALREVÉS, S. L.
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Cinco años después de su última aparición, el antihéroe protagonista de la saga noir de Alexis Ravelo se sumerge de nuevo en las callejuelas más sombrías de la isla, estimulado por una trama criminal de la que va a salir hecho una piltrafa y averiado en exceso. En «El peor de los tiempos», la quinta de Monroy, autor y protagonista, Ravelo y el propio Monroy, regresan más dolidos y menos compasivos que al principio de los tiempos. Después de cuatro entregas, con otros tantos crímenes y muchos laureles a cuesta, la producción de Ravelo no ha perdido un átomo de carácter. Lo cierto es que han transcurrido ya diez años desde aquellos «tres funerales» de los que Monroy escapó milagrosamente, y el exjefe de máquinas «aún sobrevive mirando con sonrisa cínica a los poderosos y metiéndose en asuntos que le vienen grandes».

Y tan grande le vienen estos asuntos que no le convienen, que después de desenredar tramas de corrupción empresarial, blanqueo de capitales y abusos multinacionales se enfrenta ahora, sin ningún recato, a un fenómeno en extremo molesto: la corrupción de menores, la prostitución y la misoginia. Y todo gracias a Pepiño Frades. Frades fue marino de la Mercante en la época en que Monroy hendía los mares, mancillado por el olor a salitre, la marea y el oleaje. Ambos compartieron buques y camarotes, y múltiples y disparatadas borracheras antes de terminar separándose por motivos que solo ellos conocen. Frades terminó afincándose en Fuerteventura donde formó familia con una discreta y rechoncha costurera del barrio de Escaleritas. Allí tuvieron dos hijas, Esther y Elvira, a las que Monroy aún recuerda de chiquillas. Hoy, veinte años después, la persona que se presenta en el Casablanca diciendo llamarse Frades, Pepiño Frades, es solo la sombra del Frades que Monroy conoció. Su rostro cadavérico y macilento no anuncia nada bueno.

Lo que Frades le propone a Monroy es la búsqueda de Elvira –la pequeña Viri-. Viri, que abandonó su domicilio familiar a los dieciocho años, emigró a la Gran Canaria con la idea de estudiar en una escuela de modelos, y no se la ha vuelto a ver más. Hoy, su padre, a las puertas de la muerte, desea despedirse de ella. O al menos, eso es lo que alega. El Mike Hammer de la calle Murga vuelve a tomar el toro por los cuernos, se entrevista con familiares, seguratas de discoteca, proxenetas y viejas prostitutas en un deseo de estrechar el círculo en torno a Elvira -Viri Foxy en internet-, hasta terminar recalando en los ambientes más arrabaleros y prostibularios de la isla.

En «El peor de los tiempos» nos echamos a la cara al Monroy más pesimista de toda la saga. Un halo de desesperanza planea sobre  la narración ya desde la primera página, cuando Casimiro, con el grasiento mando en la mano y los ojos clavados en la televisión, le suelta de sopetón a la cara a Juan el del Pescao que «coño, joder, siempre el mismo guineo, parece que todo el puto país esté apestando». Y es que durante los últimos años, y mientras estuvo ausente, Monroy llegó a pensar que el sistema había tocado fondo y que el país había iniciado una revolución social contra la corrupción y la injusticia. ¡Qué iluso! Fueron tiempos de esperanza y reforma, sí, pero tiempos inútiles a fin de cuentas, que lo fijaron en la convicción de que todo sigue igual. Hoy, escéptico y desengañado, apurando tranquilamente su cortado en el Casablanca y hojeando las informaciones de El País, reconoce que el mundo no ha cambiado, que «los poderosos siguen enfrascados en sus cosas de poderosos y los pobres en las suyas de pobres».

Ravelo siempre ha manifestado que no puede dejar de aprovechar el escaparate que le proporciona la literatura para manifestarse sobre situaciones que considera denunciables. «El peor de los tiempos» es una historia que, por la fluidez de su prosa, puede parecer sencilla de leer, pero no lo es tanto por el contenido que transmite. Es esta una historia dura y, en alguna de sus escenas, hasta desoladora. Dejemos expresarse al autor que, sin quizás, es quien mejor describe el producto: «Mis lectores de  novela negra saben que me interesa hablar de los delitos que dicen mucho de nosotros como sociedad. En esta novela hablo de la doble moral y de la violencia estructural que prevalece hacia la mujer, de las estrategias de corrupción de la juventud y de los mecanismos de coerción que se ejercen sobre las mujeres adolescentes, inmigrantes o en riesgo de exclusión». Y también se cuestiona sobre la prostitución: «Este es un tema que me preocupa mucho. Por un lado están las mujeres que ejercen la prostitución y quieren que se les reconozcan sus derechos y se cumpla con ellos, pero, por otro, también hay mucha violencia y mucha cosificación de la mujer. Es un tema complejísimo sobre el que hay que reflexionar y en el que confluyen muchísimas realidades ante las que no podemos establecer ningún dogma, pero sí que hay ciertas líneas morales que me niego a obviar.»

«El peor de los tiempos» se alimenta del medio social en el que se desarrolla la trama. Estamos, no lo olvidemos, en la época de la superficialidad, del narcisismo y las selfies, aquella en que la imagen se ha banalizado en extremo. La época de la documentación obsesiva, de las redes sociales, los blogs y los grandes repositorios colectivos de archivos compartidos. La época de la desafección política y la regulación del desempeño de la mujer en la sociedad y en el matrimonio. Y esta realidad se manifiesta en las incoherencias de Las Palmas de Gran Canaria, una ciudad abierta y a la vez oprimida, desordenada y moderna, plagada de estratos sociales. «La ciudad de los ángeles en chándal y las ratas en corbata. La ciudad de la luz y los despojos». Una ciudad con casi cuatrocientas mil almas, que la contemplan y la padecen a un tiempo. Con escenarios tan dispares como el mirador del Atlante, en la carretera del norte, o las terrazas de la avenida de Las Canteras y el vetusto hotel Madrid, allí donde se alojó Franco en julio del 36 antes de pasar a joderle la vida al país durante cuarenta años. Todo un muestrario de contrastes, que se exterioriza en la personalidad del protagonista, en la personalidad de Monroy. Y es que «En los libros de Eladio Monroy, lo que mejor describe la ciudad no es un espacio o una calle, sino el carácter de Eladio, este personaje es la ciudad.»
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domingo, 3 de diciembre de 2017

MALOS TIEMPOS. (Juan Madrid)

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MALOS TIEMPOS
Juan Madrid
ALIANZA EDITORIAL S. A.
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«Malos tiempos» es una recopilación de crímenes espeluznantes –ocho, en concreto- ambientados en aquella España negra, violenta y atrasada de finales de siglo, recogida en esta obra por Juan Madrid en forma de cuentos. Cuentos que en las manos del escritor son un ingenioso ejercicio literario, una forma voraz de expresión y de denuncia social. Juan Madrid recrea aquí, con agilidad, agudeza e ingenio, un escenario novelado de la realidad que nos distingue.

La familia Izquierdo vivió en Puerto Hurraco -una pequeña aldea extremeña- rodeada de ruidos. Una barahúnda sorda y persistente que habitó sus cabezas desde que su madre muriera convertida en yesca, en carbón retorcido, un aciago verano de 1984. Los cinco hermanos Izquierdo vivieron animados por la idea de la venganza contra los Cabanillas, una venganza gestada a lo largo de los años desde que sus vecinos osaron usurparle las tierras en 1959.  El Amadeo Cabanillas se pasó entonces de sus confines y aró dos metros adentro las tierras de los Izquierdo con las pretensiones de que aquellas lindes no eran justas. A partir de entonces Jerónimo Izquierdo dejó su vida en la cárcel por el asesinato de Amadeo a quien cosió a cuchilladas en 1961, y esto no lo olvidaron nunca sus hermanos. La mañana de un fatídico domingo de agosto los dos hermanos Izquierdo sobrevivientes, Emilio y Antonio, con el cuerpo forrado por trescientos cartuchos del calibre 70 se dispusieron a acabar con una aldea de doscientos habitantes, una aldea que en su errática imaginación siempre estuvo confabulada con los Cabanillas.

La «gordi» vivió en Almansa y cuando murió se la llevaron al cementerio en una caja blanca con muchas coronas, acompañada de una comitiva de gente llorosa. Su madre, doña Rosa, y dos amigas de esta, doña Mariángeles y su hermana doña Mercedes, creyeron que la «gordi» tenía el «malo» en el cuerpo. Y, claro, se lo quisieron sacar con los rezos, el aceite, las estampitas y todas  esas cosas propias de una sociedad atrasada y tremebunda como la nuestra. También intentaron sacárselo con las manos. Y no vea usted la cantidad de tripas que extrajeron. ¡Ocho metros nada menos! Amén del estómago, el hígado, los riñones, el páncreas, el bazo y por último el aparato urinario-reproductor. Todo esto se lo sacaron a la «gordi» por el culo, escarbando con las manos. Pero, ¡ay!, el «malo» es un ser tímido y juguetón y en ningún momento se dejó ver.

A principios de diciembre de un lejano ya 1990, en una alquería ganadera en la localidad murciana de Cieza limítrofe con la provincia de Albacete, tres muchachos decidieron tentar vaquillas. Para ello se dirigieron de madrugada a la propiedad de un tal Sandoval. Aquella noche de luna llena los tres jóvenes fueron sorprendidos por los dos hijos del peón de la finca que la emprendieron a tiros con los furtivos, dándoles muerte. Aquella noche del 1 de diciembre no se encontraron trastos de torear por ningún sitio. ¿A qué fueron entonces aquellos muchachos a la finca Charco Lejano? ¿Por qué los mataron? El caso es que ahora mismo nadie lo sabe, excepto sus protagonistas más directos...

Santiago San Juan García enterró entre agosto del 85 y finales del 87 los cadáveres de dos prostitutas en el sótano del mesón «El Lobo Feroz», sito en la calle Luciente del término municipal de Madrid. San Juan regentaba el local que por entonces era propiedad del subcomisario de policía Eduardo Morales, amante de su madre. Tres años después, los nuevos arrendatarios del establecimiento descubrieron las tumbas al efectuar arreglos en su interior. Los servicios de una tercera prostituta, Araceli Gómez Parra, que ejercía su profesión en la calle de La Cruz, fueron solicitados por Santiago San Juan quince días después de la muerte de su madre, y ya en el mesón la Araceli se lo tropezó encima con el cuchillo del jamón en la mano. Y es que Santiago sentía una aversión errática por las mujeres desde que tuvo conocimiento que su madre llegaba a casa, borracha, una noche sí y otra también después de alternar con golfos y señoritos. Así y todo, lo peor no fue eso. Lo peor fueron las peleas. La madre llamando a su padre maricón, diciéndole que ella necesitaba un macho. Por eso Santiago se aferraba de vez en cuando al cuchillo del jamón y...  

El caso de «la vidente asesinada» ocurrió en Madrid, allá por 1988, y despertó de inmediato la atención de la prensa. La tal vidente se llamaba Blanca Álvarez Rendueles, era viuda de un sargento de infantería y estaba en posesión de una pensión de 30.000 pesetas de las de aquel entonces. A las cinco de la tarde de un 23 de agosto, Blanca fue encontrada despatarrada en la bañera de su modesto apartamento con veinticuatro golpes en la cabeza, golpes asestados por un almirez de bronce de cuarenta centímetros. Sin embargo la muerte no se la causó este artilugio, por extraño que parezca, sino que fue consecuencia de los cortes ocasionados en venas y tendones de ambas muñecas por un cuchillo de cocina de quince centímetros. A mediados de octubre del mismo año fue detenida, como presunta autora de los hechos, Rosario Muñoz Blanco quien había sido identificada por el portero del edificio donde vivía la vidente asesinada y por un taxista que la había transportado a las cercanías de su domicilio. La vista del juicio se celebró dos años después, sin que se pudiera demostrar la culpabilidad de la acusada.

Un caluroso día de verano de 1980, en la localidad sevillana de Dos Hermanas, cinco personas fueron asesinadas en el cortijo los Guindos, a cuatro kilómetros del pueblo, cortijo este propiedad de los marqueses de la Vega. A las cuatro y media de la tarde una columna de humo procedente de un almiar descubrió la matanza. Juana Muñoz, esposa del capataz, apareció con la cabeza destrozada tras haber sido golpeada con una pieza de acero. El tractorista Ramón Padilla alcanzó la muerte de un disparo en el pecho y otro en la espalda, y José Fernández y su esposa Asunción Pedala fueron encontrados quemados en lo alto de un pajar. El capataz, Manuel Cepeda, fue considerado autor de los hechos hasta que su cadáver apareció a los tres días y la autopsia demostró que fue el primero en morir. El crimen de los Guindos fue un asesinato complicado, lleno de matices, que no habría sido difícil de resolver si hubiera ocurrido en una gran ciudad con toda clase de medios para la investigación, pero en Dos Hermanas, un pueblecito despreocupado, con un pequeño cuartel de la Guardia Civil, resultó casi imposible recrear lo ocurrido.

A las tres de la tarde del 4 de diciembre de 1985 la Guardia Civil de la localidad onubense de Punta Umbría procedió a la detención de Julio Sánchez Moreno como presunto autor de la muerte por asfixia de la niña de nueve años Esperanza Rodríguez Gómez, quien fue hallada el 2 de noviembre, maniatada y sin vida, en una vivienda deshabitada propiedad de sus padres. Julio Moreno trabajaba como portero de noche durante la época estival en el hotel El Parador, de Punta Umbría, propiedad de la familia de la pequeña. Esperanza Rodríguez era una niña cuando desapareció pero su cuerpo y su temperamento no se correspondían con su edad. Era seria, arisca, resuelta y fuerte y gustaba de jugar con los niños. Adoraba el colegio y presumía de ser buena estudiante. El día que desapareció faltó sorpresivamente al centro escolar. Esa decisión de ausentarse fue el gran secreto que se llevó a la tumba...

Tres disparos a bocajarro acabaron con la vida de los marqueses de Urquijo la madrugada del 1 de agosto de 1980. Ríos de tinta han corrido desde entonces. Manuel de la Sierra y Torres y su esposa María Lourdes Urquijo Morenés, matrimonio de rancio abolengo, fueron asesinados a sangre fría mientras dormían en su chalé de la zona residencial de Somosaguas, en la localidad madrileña de Pozuelo de Alarcón. Desde el primer momento se descartó el suicidio y tomó fuerza la tesis de una venganza personal, posiblemente a sueldo. Sólo apareció roto un cristal en la planta baja de la residencia, lo que hizo pensar a la policía que los asaltantes conocían la vivienda. La policía cercó a varios sospechosos, entre ellos a Rafael Escobedo, marido de Miriam de la Sierra, hija mayor de los marqueses. En 1983 se inició el juicio para esclarecer el caso, pero los informes y testigos lo hacieron imposible. Las casi cuatro décadas transcurridas desde entonces no han sido suficientes para despejar las dudas, después de que dos de las tres personas involucradas en el crimen hayan muerto y Javier Anastasio –el encubridor de Rafael Escobedo- haya regresado recientemente a Madrid, tras años de paradero desconocido, al prescribir los delitos. En la actualidad la autoría del crimen continúa siendo un misterio.

La narrativa de Juan Madrid es rotunda, rica en diálogos y ágil en su desarrollo. Juan Madrid siempre ha tenido un arte especial para atrapar el hedor inmundo de la miseria humana y convertirlo en algo real como nosotros mismos. Madrid es capaz de acercarnos a todo aquello que nos es ajeno por naturaleza, para que lo vivamos en nuestras propias carnes, soportándolo a veces con arcadas de bilis. Sus escritos están llenos de dolor, de finales agónicos e inesperados, de solución sin solución, así como de una negrura indescriptible. La vida misma, la condición humana, en suma.
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